Las urnas en Polonia dan un balón de oxígeno a Bruselas y a Zelenski

RICARD GONZÁLEZ

Varsovia

Nunca antes unas elecciones en Polonia se habían seguido con tanto interés más allá de sus fronteras, sobre todo en Bruselas, Kiev y Moscú. En las urnas se enfrentaban dos proyectos muy diferentes, por no decir antitéticos, tanto en política exterior como en la interna. La victoria de la oposición fue recibida con alivio y satisfacción tanto en el corazón de la Unión Europea como en Ucrania, aunque en lugar de una solución a sus problemas de fondo, el resultado representa más bien un balón de oxígeno de quizás varios meses.

La victoria de la heterogénea coalición opositora fue inesperada, tanto porque no había sido anticipada por la mayoría de sondeos preelectorales como por el hecho de que la batalla electoral estaba claramente desequilibrada a favor del Ejecutivo. Tras ocho años de deriva autoritaria, las instituciones básicas del Estado han sido secuestradas por los intereses partidistas de Ley y Justicia (PiS), una formación nacionalista y ultraconservadora. La victoria opositora insuflará esperanza a la oposición de países como Turquía o Hungría, donde se vive una situación parecida, y muchos dudan que sea posible desbancar a los líderes que han adulterado el sistema democrático para hacerse un traje a medida.

Con toda seguridad, Donald Tusk volverá a ocupar el cargo de primer ministro nueve años después de haber dimitido para convertirse en el presidente del Consejo Europeo. Su partido, la Coalición Cívica, de centroderecha y liberal, fue el segundo más votado con el 30% de los sufragios. La coalición opositora, que presentó listas conjuntas en el Senado, pero no en la Cámara Baja, se completaba con Tercera Vía (centro) y Lewica (izquierda excomunista) que se hicieron con el 14% y el 8% de los sufragios respectivamente

A Ley y Justicia le quedó el consuelo de ser el partido más votado por tercera elección consecutiva, un hito inédito en la historia de la política polaca. En concreto, obtuvo un 36% de los votos, un porcentaje sensiblemente inferior al 43% de hace ocho años. Su único socio electoral posible, la extrema derecha ultraliberal de Konfederacja, no cumplió las expectativas y se quedó con solo un 7%.

Entre los factores clave en estas elecciones, la elevada inflación, los escándalos de corrupción del Gobierno y el hartazgo de algunas políticas del PiS.

“En los últimos años, la Iglesia se ha involucrado en política para apoyar al Gobierno, y eso no es bueno”, dice Tomasz, un empleado del sector turístico. Por eso, Polonia cuenta ahora con una ley del aborto mucho más restrictiva, lo que ha soliviantado a muchas polacas. “Un voto clave puede haber sido el de las mujeres”, apunta la analista política pocalca Marta Prochwicz-Jazowska.

El principal y más inmediato cambio será en política interna. La coalición opositora ha prometido deshacer el camino andado en la deriva autoritaria de Ley y Justicia, y cambiar un estilo de hacer política basado en la división y la polarización. Ahora bien, el objetivo no será fácil. Los tres partidos de la oposición tienen una ideología bastante diferente, y pronto podrían aflorar divergencias. Además, las instituciones dominadas por el PiS no se lo pondrán fácil. El presidente Andrzej Duda, afín al PiS, tiene la capacidad de vetar las leyes del Parlamento, y el Tribunal Constitucional podría fallar en su contra de forma reiterada.

De forma indirecta, uno de los ganadores son las instituciones de la UE, que habían chocado en repetidas ocasiones con el Ejecutivo de Varsovia hasta el punto de que se habían iniciado varios procesos de sanción en su contra por violar los principios de la democracia y el Estado de derecho. De hecho, a día de hoy, Polonia aún tiene congelados los 36.000 millones que le corresponden del fondo europeo de lucha contra los efectos derivados de la pandemia.

En concreto, el Gobierno del “premier” Tadeusz Morawiecki había vetado algunas importantes decisiones, como el pacto el migratorio, que obliga a la distribución forzosa de los migrantes llegados a la Unión, y que es la principal herramienta con la que Bruselas pretende abordar una crisis, la migratoria, que parece haberla desbordado. Ley y Justicia defiende posiciones que representan toda una amenaza para el proyecto europeo, como la idea de que el derecho nacional debe prevalecer sobre el comunitario. La Unión afronta unos meses decisivos, pues debe cerrar varios acuerdos sustanciales antes de las elecciones al Parlamento Europeo del año próximo, entre ellas, la reforma de las instituciones. Ahora bien, con la caída de Ley y Justicia no desaparecen todos los socios díscolos, pues permanece Orban, y se le podría añadir el euroescéptico Robert Fico, reciente ganador de las elecciones en Eslovaquia.

Asimismo, el resultado también hizo sonreír a muchos en Kiev en un momento de desasosiego al ver cómo crecen los partidos que quieren reducir o retirar el apoyo al esfuerzo bélico ucraniano, como el AfD en Alemania o, sobre todo, el Partido Republicano en los EEUU. Aunque el Gobierno polaco fue uno de los más firmes aliados de la causa ucraniana durante más de un año, en septiembre se agriaron las relaciones entre ambos países a raíz de la “crisis del grano”. Sin embargo, los problemas vienen de lejos, y no se deben sólo al interés electoral del Gobierno en ganarse a los granjeros polacos prohibiendo la importación del grano ucraniano. En plena escalada, el primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki llegó a decir que su Ejecutivo dejaría de enviar armas al Ejército ucraniano-

“Los problemas ya hace tiempo que son dos. Varsovia esperaba que Kiev apoyaría su entrada en los más altos círculos de decisión occidentales, lo que no ha sucedido. Luego, hay los conflictos relativos al legado II Guerra Mundial”, indica Prochwicz-Jazowska. Aunque los polacos se han movilizado con entusiasmo para ayudar a Ucrania tras el estallido de la guerra, las relaciones entre ambos pueblos no siempre han sido cordiales.

Durante la II Guerra Mundial, los nacionalistas ucranianos lucharon contra los polacos para que la parte oriental del país formase parte de una futura Ucrania independiente. De hecho, tanto los nacionalistas ucranianos como los polacos cometieron masacres contra los civiles de la otra comunidad. El Gobierno polaco ha intentado infructuosamente que el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, aceptara abordar el tema y admitir los crímenes ucranianos.

Ahora bien, el barómetro de una posible pérdida de respaldo popular a Ucrania no lo debía medir el grado de apoyo al partido gobernante, sino a la formación de extrema derecha Konfederacja, que no sólo aboga por dejar de enviar armas a Kiev, sino incluso limitar las ayudas a los refugiados ucranianos. Finalmente, este partido quedó lejos de lo que preveía la mayoría de sondeos, que pronosticaban que tendría la llave de la gobernabilidad del próximo Gobierno, con la que podría haber forzado un cambio definitivo de la política polaca hacia Ucrania. Probablemente, Tusk mantendrá el consenso mayoritario en la UE sobre el respaldo a Ucrania. Zelenski ha ganado tiempo, quizás unos meses, para su incierta ofensiva militar.

Ricard González es periodista. Trabaja principalmente en el Magreb y Oriente Medio.