Israel se ensimisma en su fractura social y política

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

La situación social y política que reina en Israel desde principios de año es insólita. Aunque las protestas callejeras se han multiplicado desde enero, el primer ministro Benjamín Netanyahu insiste en legislar una reforma judicial de gran calado que trastocará decisivamente las competencias del Tribunal Supremo y que básicamente suprimirá su influencia y capacidad de veto a las decisiones que adopte el gobierno y el parlamento.

Es cierto que las leyes aún vigentes fueron hechas hace muchos años a la medida de las formaciones de izquierda, es decir del partido laborista, que ahora apenas cuenta con cuatro escaños en la Kneset y puede darse por difunto. Pero lo que Netanyahu pretende es que la reforma responda a los intereses de la holgada mayoría de la derecha, cuya representación aumenta de año en año, de manera que el viejo Supremo ‘de izquierdas’ no sirva de cortapisas a las decisiones gubernamentales y de un parlamento mayoritariamente de derechas, extrema derecha y religioso.

La reforma está suscitando fuertes tensiones entre sus seguidores y detractores, quienes a diario ocupan las calles para protestar o apoyar la iniciativa. Ya no es posible ocultar que la situación se está deteriorando hasta tal punto que un sondeo realizado esta semana por el Canal 12 de la televisión hebrea revela que el 67 por ciento de los ciudadanos israelíes temen que la crisis les aboque a una guerra civil.

Cuando las dos terceras partes de la población son de esa opinión, lo lógico sería que Netanyahu frenara la reforma, permitiendo que el país reflexionara sobre el presente y el futuro del estado judío que se estableció en 1948, y que a esa reflexión le siguiera un debate ordenado, algo que no parece que vaya a ocurrir.

Israel lleva muchos años precipitándose en un remolino identitario de nacionalismo y religionismo cada día más vertiginoso, con una izquierda virtualmente desaparecida del mapa, y con un adoctrinamiento nacionalista y religionista que empieza en la más tierna infancia. Justamente fue esa izquierda desaparecida la que creó las estructuras del estado que ahora le resultan incómodas a la derecha, que constriñen sus aspiraciones, y que los nacionalistas y religionistas quieren desmantelar cuanto antes y a cualquier precio.

En los últimos meses ha habido momentos en los que Netanyahu aparentaba dar marcha atrás, pero cada una de esas ocasiones le ha servido de trampolín para impulsar la reforma con más ímpetu. Ciertamente, es preciso realizar una reforma judicial en Israel, algo en lo que casi todo el mundo está de acuerdo, pero la cuestión es hasta dónde, y aquí no hay compromiso posible.

Netanyahu y sus seguidores acusan a la oposición de no respetar la democracia. Y lo cierto es que una amplia mayoría de los israelíes respalda al primer ministro, quien hace solo unos meses ganó con holgura las últimas elecciones celebradas.

Como ocurre en Europa, la derecha afirma que la democracia consiste en respetar los resultados de las urnas sin atender a otras consideraciones. Y los tiempos que corren son favorables a que las urnas den la razón a los partidos de la derecha nacionalista y religionista en Israel, una tendencia que también se está viendo en distintos países europeos.

La persecución de quien no es como tú, que estamos viendo en Israel y en Europa, es una posición que cada día aceptan más ciudadanos decepcionados de la democracia o que creen que la democracia consiste en aplicar la mayoría que dan las urnas como un rodillo.

Aunque las calles son a diario testigos de ruidosas protestas, la realidad es que quienes participan en esas manifestaciones constituyen una minoría, relativamente numerosa, sí, pero una minoría clara. Quieren poner fin a una reforma que respalda la mayoría y que, si se consuma, según la oposición acabaría con los principios democráticos (solo para judíos, claro está) que hasta ahora han estado vigentes.

Hasta dónde va a llegar esa resistencia es una incógnita. De momento, la espectacularidad de las protestas -con corte de carreteras, escraches frente a los domicilios de los ministros o bloqueo de los accesos al aeropuerto de Tel Aviv- no ha forzado al gobierno a dar marcha atrás en su iniciativa. La fractura es evidente, como también lo es la agria y agresiva polarización que se percibe en todos los ámbitos.

Para un occidental es interesante seguir con atención lo que ocurre en Israel, puesto que es una avanzadilla de lo que puede suceder en Europa. El sendero de la derecha nacionalista y religionista está conduciendo al país a una nueva versión de la democracia, más autoritaria e impositiva que la que hemos conocido, algo que ya está dándose en países como Hungría o Polonia, y que también se dará en EEUU cuando ganen los republicanos, lo que ahondará en la fractura en el corazón de Occidente.

Eugenio García Gascón ha sido corresponsal en Jerusalén 29 años y es premio de periodismo Cirilo Rodríguez.