Qaradawi y su legado islamista

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

El pasado 26 de septiembre murió en Qatar el influyente pensador Yusuf al Qaradawi a la edad de 96 años. No es fácil dar noticia de las huellas que a lo largo de su prolongada vida ha dejado sobre el islam contemporáneo, de las fobias y filias que sus palabras han suscitado y suscitan en detractores y seguidores, élites y personas ordinarias, y de los sentimientos que despertaron en regiones propensas a la polarización. Una idea general de su trascendencia la da el exitoso programa de interpretación religiosa emitido desde Doha por el canal de televisión Aljazeera, que seguían decenas de millones de musulmanes en todo el mundo, y que seguramente continuará viajando enlatado por las ondas durante mucho tiempo.

En la mayor parte de esos programas, y en los más de un centenar de libros que publicó, Qaradawi se alineó a menudo con las tesis de los Hermanos Musulmanes, una organización fundada en Egipto en los años veinte, casi simultáneamente a su nacimiento. Siempre controvertida, la Cofradía ha pasado por distintas etapas hasta imponerse una ideología más pragmática y moderada, que renuncia a la violencia de manera explícita, incluso en situaciones extremas, como cuando los Hermanos Musulmanes fueron apartados del poder en Egipto en 2013 mediante un golpe militar. En todo caso, a pesar de que habitualmente se le ha identificado con los Hermanos Musulmanes, Qaradawi mantuvo una prudente distancia formal con ellos, rechazando en dos ocasiones sendas invitaciones que le cursaron para dirigir la organización.

Quizá pueda decirse que en el mundo poscomunista de nuestros días solo existen tres ideologías trascendentes o con capacidad de trascendencia, la decadente ideología judeocristiana, la emergente ideología oriental liderada por China y la latente ideología del islam. Ciertamente, el islam no atraviesa por su mejor momento histórico, pero no ha sido eliminado como potencial ideología de futuro, de ahí que sea perseguido sin descanso por el judeocristianismo. Durante el último siglo, Qaradawi se convirtió en uno de los grandes referentes del islam como ideología mayoritariamente desprovista del cinismo y la hipocresía habituales que caracterizan al judeocristianismo.

Algunas de las miles de opiniones que Qaradawi ha emitido durante décadas han sido polémicas en Occidente, como cuando justificó los ataques suicidas palestinos contra la extrema violencia de la ocupación militar israelí, solo en los territorios ocupados. Países occidentales que se cuentan entre los más cínicos y donde el sionismo tiene gran peso, como Francia o Reino Unido, no le concedieron visado de entrada por esa razón, aunque esos mismos países le agradecieron públicamente que trabajara por la liberación de sus ciudadanos prisioneros de organizaciones yihadistas.

Frente a las opiniones “extremistas”, el ideólogo exiliado en Qatar ha expresado muchas moderadas. Por ejemplo, se ha manifestado a favor de la democracia en el mundo musulmán, señalando que el islam es importante como fondo de un estado, pero que el estado no debe tener las características de Irán, donde impera una teocracia que no casa con los principios suníes. Qaradawi también condenó sin paliativos los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, citando textos sagrados que en ningún caso excusan la muerte de civiles.

Qaradawi consideraba que la hegemonía judeocristiana es un ejercicio de colonialismo peor que la presencia militar, se alineaba con las fuerzas que defienden la identidad a toda costa, como ocurre en Occidente con los nacionalismos que reaccionan así contra el globalismo imparable, hablando de ese islam identitario como cualquier persona de nuestro entorno puede hablar de las corrientes identitarias nacionalistas en boga. La globalización sería el enemigo principal del islam y, por lo tanto, habría que combatirla, aunque no con armas.

Qaradawi era consciente de que el islam solo sobrevivirá si reconcilia la tradición con la modernidad y se adapta a cada época. Esta opinión la compartieron antes otros pensadores de los Hermanos Musulmanes, como su compatriota Sayyed Qutb, y ha sido la tesis dominante en la Cofradía durante décadas, frente a ciertas corrientes salafistas que cuestionan la modernidad y rechazan cualquier compromiso con el progreso. Según la corriente que representa Qaradawi, los musulmanes pueden adaptarse a las ideas prácticas y científicas que genera Occidente, pero no deben aceptar el conjunto de la ideología judeocristiana, ya que si lo hacen desaparecería el islam. El creyente musulmán debe discernir entre lo permitido y lo prohibido, entre lo racional y los valores, entre lo justo y lo injusto.

En los meses que siguieron a la revolución que depuso al presidente Hosni Mubarak en 2011, Qaradawi insistió en que él no pertenecía a los Hermanos Musulmanes y de hecho en las elecciones presidenciales apoyó a un candidato secular de centroizquierda y no al candidato de la Cofradía. A pesar de su clara denuncia de organizaciones radicales como el Estado Islámico y Al Qaeda, fue condenado a muerte en rebeldía en Egipto por “terrorista”. Su defensa de la democracia, que debería sustentar el islam, molestó al general Abdel Fattah al Sisi, a quien consideraba un usurpador, y este decidió alejarlo del país para siempre. Un lustro antes, Qaradawi había sido clasificado en una encuesta de una destacada revista americana y otra británica como el tercer intelectual más influyente del planeta.

Desde las llamadas primaveras árabes, países como Egipto, Arabia Saudí o los Emiratos han luchado contra la figura de Qaradawi con la misma determinación y nervio que contra los Hermanos Musulmanes, y a su muerte se ha reabierto el debate sobre su persona y sus ideas en las redes sociales y en los medios de comunicación. En los tres países recién mencionados se ha denostado su figura con la saña habitual de todos aquellos que ven el islam como el peligro más dañino que hay en el mundo.

Eugenio García Gascón ha sido corresponsal en Jerusalén 29 años y es premio de periodismo Cirilo Rodríguez.

 

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