Mientras Gaza arde, Al-Sisi busca relegitimarse en las urnas
RICARD GONZÁLEZ
Túnez
Mientras el mundo entero mira con horror hacia Gaza, Egipto, el único país colindante con la martirizada franja palestina, además de Israel, anda distraído con unas elecciones más bien irrelevantes. A partir del domingo, y durante tres días consecutivos, los egipcios están citados a las urnas para refrendar al dictador que gobierna el país con puño de hierro: el mariscal Abdelfattah Al-Sisi. Los comicios tienen lugar cuando se cumple una década del golpe de Estado militar orquestado por Al-Sisi que puso fin a la breve y convulsa transición nacida de la Plaza Tahrir.
Como sucedió en anteriores comicios, cualquier atisbo de pluralismo es una farsa en una dictadura militar que mantiene entre rejas a decenas de miles de presos políticos, incluidos líderes de la oposición, activistas, e incluso influencers o artistas que no encajan en la estrecha visión moral de los militares.
Esta vez, Al-Sisi, de 69 años, contará con tres adversarios de paja: Abdel Senad Yamama, líder del histórico partido Wafd, convertido en una plataforma de intereses empresariales; Hazem Omar, de un oscuro partido del entorno del exdictador Mubarak; y Farid Zahran, presidente del Partido Social Demócrata Egipcio. En sus mítines y entrevistas, ninguno de los tres apenas ha criticado al presidente o a sus políticas, siempre atentos a no cruzar ninguna de las líneas rojas establecidas por el régimen. Sin competición real, es muy probable que Al-Sisi vuelva a obtener cerca de un 90% de los votos.
El único aspirante a candidato dispuesto a ejercer realmente de opositor fue el exdiputado Ahmed al-Tantawi, miembro de una coalición opositora progresista que agrupa una docena de formaciones. No obstante, Al-Tantawi no puedo reunir las 25.000 firmas requeridas por la ley para concurrir a las elecciones, dado que varios de sus colaboradores fueron arrestados, y otros sufrieron el acoso policial.
Ante todos estos abusos, una vez más, la mayoría de los componentes de la oposición legal ha optado por boicotear los comicios. Lo mismo harán los Hermanos Musulmanes, el potente movimiento islamista que ganó todas las elecciones durante el breve periodo de la transición democrática. Pero en su caso, no había elección, pues está ilegalizado al ser considerado una “organización terrorista” por el régimen.
“Llamamos al pueblo egipcio a desenmascarar esta farsa y a no participar en esta legitimación de un régimen injusto, que ha corrompido la vida política y social del país, y malgastado los recursos del país”, dice en un mensaje telefónico Mohamed Emad, un lider de la Hermandad exiliado en Turquía. Descabezado y desmoralizado por una durísima represión, este grupo intenta sobrevivir en la clandestinidad y es imposible medir su grado de apoyo.
Para muchos analistas, el dato más interesante del proceso electoral será el de la participación, que ha mostrado una progresiva tendencia a la baja. En 2019, sólo el 41% de los egipcios acudieron a la cita con las urnas, a pesar de que el Estado movilizó todos sus recursos para promover el voto, incluidas fuertes presiones a los funcionarios e incluso la amenaza de multas a los abstencionistas.
Timothy Kaldas, subdirector del Think Tank TIMEP, matiza esta interpretación: “La popularidad de Al-Sisi es muy baja. Lo que medirá la participación es más bien cuánto dinero ha querido invertir el régimen en movilizar a una parte de la población, porque muchos electores votarán a cambio de dinero, o de presiones de su patrón”.
Esta pérdida de apoyo popular está directamente vinculada a la difícil situación económica del país. A pesar de haber recibido 114.000 millones de dólares por parte de sus aliados del Golfo Pérsico en diez años, y de haber firmado tres créditos con el FMI desde 2016, hace un año El Cairo tuvo que pedir un cuarto préstamo de 3.000 millones de dólares al Fondo para evitar su bancarrota. En poco más de un año, la libra egipcia perdió la mitad de su valor frente al dólar, sumiendo a millones de personas en la pobreza.
Ahora bien, el Fondo exige una nueva devaluación de la libra y más recortes en el gasto público, y esa podría haber sido la razón por la que Al-Sisi adelantó unas elecciones previstas para mitad del año próximo y con las que buscar relegitimarse. “El régimen ha malgastado miles de millones en proyectos que han enriquecido a los generales, pero no han generado un tejido productivo más fuerte. De hecho, el sector privado lleva años encogiéndose”, asevera Kaldas.
Precisamente, otra de las condiciones del FMI es la privatización de una parte de las empresas del Ejército, lo que ha situado a Al-Sisi ante un difícil dilema: ¿debe dañar su principal pilar de apoyo o arriesgarse a alienar al Fondo, que lo ha salvado varias veces de la bancarrota?
La degradación de la situación económica y social explica la sensación de inseguridad que transmite el régimen, que no deja ningún espacio para la crítica. Incluso algunas protestas de tipo exclusivamente laboral, como las de un grupo de maestros de primaria en octubre, o las de apoyo a Palestina a causa de la guerra de Gaza, que no habían sido expresamente autorizadas, han sido reprimidas con extrema dureza.
El estallido de la guerra en la vecina Gaza, ocurrida una vez las elecciones ya habían sido convocadas, no figuraba en los planes de Al-Sisi, pero no está nada claro cuál será su efecto sobre el régimen. La población egipcia aplaudió a su presidente por no permitir la expulsión al Sinaí de centenares de miles de gazatíes, lo que habría consumado la limpieza étnica en la franja deseada por la ultraderecha israelí. Ahora bien, muchos resienten que su Gobierno no haga más para parar la guerra, o al menos hacer llegar más ayuda humanitaria a una población palestina desesperada. De momento, Al-Sisi se prepara para superar el trámite de unas nuevas elecciones para forjar una presidencia vitalicia.
Ricard González es periodista. Trabaja principalmente en el Magreb y Oriente Medio.