El camino de vuelta de Canberra a Beijing
XULIO RÍOS
El primer ministro australiano visita China para sellar la normalización de las relaciones entre Canberra y Beijing, iniciada en su encuentro con el presidente chino, Xi Jinping, en Bali, Indonesia, en 2022. Anthony Albanese será el primer jefe de gobierno australiano en visitar China en los últimos siete años. En la agenda consta una reunión con el presidente Xi Jinping y otra con el primer ministro Li Qiang, para después participar en la China International Import Expo en Shanghái.
Desde que los laboristas ganaron las elecciones el año pasado tras 9 años de gobierno conservador, el acercamiento ha sido sostenido, desactivando, uno a uno, los diversos frentes de discordia. Beijing secunda el proceso con compromisos como la revisión de las tarifas del vino australiano y otras medidas que evolucionan de lo simbólico a lo efectivo. Desde 2020, las tensiones bilaterales habían afectado sensiblemente al comercio bilateral. La visita de Albanese puede significar un giro de 180 grados.
Desencuentros
Las diferencias entre Beijing y Canberra han sido la tónica dominante en los años de gobierno del conservador Scott Morrison (2018-2022), muy involucrado en la estrategia del Indo-Pacífico promovida desde Washington con el señalamiento de China como la principal amenaza de seguridad.
El ascendente catálogo de diferencias políticas, económicas o estratégicas se ha nutrido con decisiones como la adopción de una legislación específica contra la influencia extranjera que privó a Huawei de realizar contratos de la red 5G, la revocación del acuerdo del estado de Victoria –al sur de Australia- para implicarse en la Iniciativa de la Franja y la Ruta con el mismo argumento de la seguridad nacional, el veto a una decena de proyectos de inversión chinos en el país o la insistencia en reclamar una investigación independiente sobre el origen de la pandemia de Covid-19, entre otros.
En lo político, han abundado también las críticas en materia de derechos humanos, con especial foco en la comunidad uigur de Xinjiang, como también en Hong Kong, o la detención de la periodista Cheng Lei o el bloguero Yang Hengjun, los dos de ascendencia sino-australiana, en un contexto de angustiosa psicosis avivada por medios y expertos que aseguraban que miles de agentes chinos se estaban infiltrando en la vida pública del país con el abyecto propósito de socavar la alianza entre Australia y Estados Unidos.
Esta dinámica se ha retroalimentado con decisiones en el ámbito de la seguridad y en lo estratégico que así lograban el aplauso de la opinión pública, pero que China solo podía leer en clave de hostilidad. El acuerdo para la adquisición de submarinos nucleares a EEUU (desentendiéndose del previo acuerdo suscrito con París para la compra de submarinos convencionales), o el entendimiento con Japón para reforzar la cooperación en materia de inteligencia, ciberseguridad o espacial al abrigo del QUAD señalaron un claro rumbo de identificación de Australia como parte activa de la política de reforzamiento de la hegemonía anglosajona en el Pacífico. Por su parte, el AUKUS se convirtió en el acuerdo de seguridad más importante entre EEUU, Reino Unido y Australia desde la Segunda Guerra Mundial. Y se sumaba a los llamados “Cinco Ojos” que incluyen a Nueva Zelanda y Canadá para compartir información en la zona.
Lo más inquietante para China es el acuerdo militar de Canberra con Washington, suscrito en 2014, y que ofrece carta blanca a las tropas estadounidenses en territorio australiano, situándolas bajo el control del Comando Indo-Pacífico de EEUU. El norte de Australia, con una fuerte presencia de población indígena, se ha convertido en un territorio privilegiado por el mando estadounidense para cualquier posible ataque a China.
A ese denso cúmulo de factores se yuxtapuso una reacción china de fuerte contenido económico que fue calificada de “coerción”. Los más graves problemas comerciales de Australia y China se iniciaron con el gobierno de Morrison, en línea con la estrategia de guerra comercial auspiciada desde Washington por Donald Trump. China rebajó entonces el diálogo y dejó de comprar materias primas importantes, incluyendo el carbón, afectando a la balanza comercial de Australia, además de imponer altos aranceles a la carne de res, la cebada, la madera, el algodón, los mariscos y el carbón, o los vinos australianos. El mineral de hierro constituye la mayor parte de las exportaciones australianas.
Y todo eso ocurrió a pesar de que poco después de asumir la jefatura del gobierno australiano, Scott Morrison declaraba que su país no quería tener que elegir entre Estados Unidos y China. Pero sí que hizo su elección, la de un camino de clara y abierta confrontación.
Cambio de rumbo
Aunque la visibilidad del giro australiano se manifestó con virulencia durante el mandato de Morrison, ya desde 2010, cuando el laborista Kevin Rudd, sinólogo y sinófilo que también era ministro de Asuntos Exteriores, fue sustituido al frente del gobierno por Julia Gilard, ésta inmediatamente abogó por un distanciamiento de Beijing.
El comercio con China es mayor que el total del que Canberra registra con los tres siguientes socios comerciales más importantes, recordaba recientemente Albanese, y corresponde al «interés nacional de Australia tener buenas relaciones económicas y comerciales con China».
Las economías de ambos países gozan de un importante nivel de complementariedad y la geografía les brinda la posibilidad de cultivar unas relaciones mutuamente provechosas. El diálogo institucional y sostenido puede contribuir a la clarificación de las intenciones estratégicas de cada cual, asegurando la estabilización de los vínculos, una preocupación que ambas partes comparten.
Los cambios en las mayorías políticas producen a veces variaciones en las trayectorias estratégicas. No obstante, dada la significación recíproca de ambos socios, es crucial que la resolución de las cuestiones pendientes se aborde desde un consenso que priorice la satisfacción de los respectivos intereses nacionales. Es seguro que se pueden encontrar. Porque en la dinámica reciente de la relación bilateral, si algo se puede adivinar es que la más importante fuerza motriz de su distorsión ha sido, claramente, el impacto en Australia de la estrategia de los EEUU. Que sigue ahí.
Xulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China.