El partido alemán que salió de la izquierda y le dobló los votos en cinco meses
PASCUAL SERRANO
A estas alturas ya todos conocemos los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo y hemos sacado las principales conclusiones: victoria de la derecha, salto de la ultraderecha, mantenimiento de la socialdemocracia y fracaso de la izquierda y los verdes. Con ligeras variaciones, este panorama es el más generalizado en los diferentes países europeos. Sin embargo, hay un fenómeno en estos comicios que se está analizando poco y que merece ser estudiado porque puede ser perfectamente viable para llevarse a cabo en muchos países. Se trata del partido alemán Alianza Sahra Wagenknecht Por la Razón y la Justicia (BSW), un partido que se fundó hace cinco meses como una escisión de la izquierda (Die Linke) y les ha superado en más del doble de votos.
Pero vayamos a su inicio. El partido BSW nació en el pasado enero a partir de una asociación creada en septiembre por la diputada Sahra Wagenknecht, tras abandonar la directiva de Die Linke (La Izquierda). Doctora en Ciencias Económicas, Wagenknecht fue miembro del Parlamento Europeo desde julio de 2004 hasta julio de 2009, y desde 2009 es miembro del Bundestag alemán.
Pues bien, este nuevo partido reniega y se desmarca de la evolución dominante en los partidos de izquierda europeos. Según ellos, la izquierda europea actual ha adoptado lo que llaman unas posiciones alejadas de los sectores populares y trabajadores, se ha pasado a reivindicar luchas identitarias que fragmentan a la población en lugar de cohesionarla hacia reivindicaciones sociales universales. Sus críticas también se dirigen contra los discursos medioambientales mayoritarios que castigan a los sectores más humildes con tasas e impuestos ecológicos, mientras no afectan a las personas de mayor poder adquisitivo que pueden asumir todos esos gastos o incluso disfrutar de ayudas públicas ecológicas.
Su discurso estaba calando cada vez más entre los sectores más humildes de Alemania y se han cumplido las previsiones de éxito, al menos comparada con la izquierda hasta ahora existente. Mientras Die Linke logró el 2,7 % de los votos y se conformaba con 3 escaños de los cinco que tenía, los de Wagenknecht llegaban al 6,2 % y seis escaños, incluso más de los que tenía la izquierda en la legislatura pasada. Y todo ello con un partido creado hace cinco meses.
Sahra Wagenknecht explicó en un libro, recién traducido en España, “Los engreídos. Mi contraprograma en favor del civismo y de la cohesión social” (Lolabooks), su ideario, en el que comprobamos que es toda una enmienda a la deriva por la que ha discurrido la actual izquierda europea y parte también de la latinoamericana.
A diferencia de las habituales revisiones de la izquierda, que casi siempre son para abandonar elementos históricos y tradicionales de sus doctrina en aras de una supuesta modernidad, lo que hace Wagenknecht es enfrentar la modernidad de la izquierda para recuperar, incluso con esa tan estigmatizada nostalgia, los principios de lucha, solidaridad y cohesión social que caracterizaba a los obreros industriales de los setenta.
La autora alemana denuncia lo que denomina el “liberalismo de izquierdas”, un relato de la clase media universitaria, que, aunque se considera de izquierda, es individualista y partidaria de una economía globalizada. Para ellos, hablar de derechos es defender colectivos identitarios para lograr cuotas de representación por diversidad étnica, religiosa, de género o de orientación sexual. Es decir, un tratamiento desigual de los diferentes grupos, lo que, desde la perspectiva de Wagenknecht y sus partidarios, supone una clara contradicción con la defensa de las mayorías que debería ser el ADN de la izquierda.
La línea dominante de la izquierda, llamada desde algunos sectores posmoderna o woke, desprecia a los sectores obreros o rurales, a los que observa con arrogancia porque usan coches diesel en lugar de eléctricos, compran carne industrial en Aldi y prefieren tener una familia y quedarse en su pueblo, en lugar de viajar por el mundo.
Es por ello que, según la tesis del partido BSW, grandes sectores populares se están incorporando a las filas de la ultraderecha ante la orfandad que sienten en las organizaciones de izquierda. La alianza BSW ha tenido una acogida especialmente positiva en el este de Alemania. Allí, el nuevo partido obtuvo más del 13 por ciento de los votos, lo que la sitúa en el tercer lugar en esa parte del país. Muchos encuentran la explicación en elementos que se echan de menos de la época soviética como la defensa del Estado Nación y la negativa a enfrentarse a Rusia mediante las sanciones y la entrega de armas a Ucrania que está haciendo la UE.
Aunque los expertos habían pronosticado que la BSW recibiría votos procedentes de la ultraderecha AfD, los análisis del instituto Infratest Dimap lo desmienten. De los antiguos votantes del AfD, sólo 160.000 votaron por el partido de Wagenknecht. En cambio, alrededor de 520.000 votos del socialdemócrata SPD fueron para el BSW. Y 410.000 votos también provinieron de La Izquierda, a la que anteriormente pertenecía Wagenknecht. Es decir, un amplio espectro de la sociedad alemana ha encontrado sintonías con el discurso de BSW.
Por supuesto no le han faltado los ataques desde la izquierda. La han llamado ultraderechista disfrazada de izquierda, xenófoba y hasta negacionista del Covid y del cambio climático. Es decir, el cóctel perfecto para poder presentarla como una especie de Trump, Bolsonaro o Le Pen, pero con piel de izquierda para seducir. Yo he buscado en las más de cuatrocientas páginas de su libro esa xenofobia y ese negacionismo y no lo he encontrado. Por el contrario, he descubierto importantes razonamientos y duras críticas a la izquierda posmoderna y urbana dominante, comprendo bien los ataques que recibe.
Wagenknecht y su BSW se reivindican conservadores, es verdad, pero no se trata de un conservadurismo político, sino de conservadurismo de los valores frente a lo que consideran una agresión del capitalismo globalizado. Son sencillamente gentes que no quieren ser profesionales móviles y flexibles, sino que prefieren quedarse en su tierra; que la familia (por supuesto, no necesariamente de un hombre y una mujer) es una situación deseable a la que no pueden llegar debido a su precariedad económica. Gente que desea vivir en un entorno social estable, cohesionado con una menor desigualdad, y con sus valores y tradiciones.
Wagenknecht piensa que si seguimos despreciando a todas esas personas y, desde nuestra arrogancia y superioridad moral, llamandoles fascistas porque creen que esos valores solo se los ofrece la ultraderecha, solo lograremos más enfrentamiento con vecinos a los que no hemos sido capaces de presentarles unas propuestas sugerentes desde la izquierda. Porque quizá ha sido el supremacismo con el que les está mirando la izquierda universitaria y cosmopolita el que les está arrojando en los brazos de la ultraderecha. Una ultraderecha que ya es mayoría en Francia, Italia y Bélgica.
La realidad es que en las anteriores elecciones europeas el voto español de la izquierda más allá del PSOE fue del 18% y ahora se ha quedado en el 8%. Quizá va siendo hora de mirar a esos barrios obreros y regiones rurales que antes votaban izquierda y ahora se están yendo a la ultraderecha.
Leyendo el análisis del libro “Los engreídos” uno percibe que no está viendo el debate político de Alemania, sino el dilema al que debe enfrentarse la izquierda de toda Europa, como hemos podido ver en estas elecciones. Una izquierda que debe pensar en algo más que en aplaudir las identidades sentidas y airear el espantajo de que viene la ultraderecha, como si fuese por arte de magia y no hubiera ninguna explicación.