España y China: realidad y mito
XULIO RÍOS
El próximo 9 de marzo se cumplirán 50 años del establecimiento de relaciones diplomáticas entre España y China. Desde aquel ya lejano 1973 a hoy, es constatable una muy importante evolución de los intercambios, favorecida, entre otros, por la percepción mutua de ser protagonistas de transiciones paralelas iniciadas casi al unísono en ambos países: en la segunda mitad de los años setenta, tras la muerte de Franco, España iniciaba su “transición”, y otro tanto ocurría en China tras la muerte de Mao, iniciándose el despliegue del denguismo. En ambos casos se trataba de algo similar: un cambio de régimen sin cambio de sistema. Además, esa trayectoria contemporánea común alcanzaba al imaginario común de episodios trágicos como las respectivas guerras civiles, de desigual desenlace.
Con el tiempo, China se ha convertido en un socio económico importante para España, con una balanza exterior altamente deficitaria para Madrid. China es un proveedor de referencia, el principal origen de las importaciones españolas tras superar a Alemania. Por el contrario, para China, el mercado español sigue siendo relativamente poca cosa, aunque con una imagen que no deja de progresar. En el orden inversor, tampoco España figura en el grupo de cabeza de los países europeos que captan un mayor volumen de inversiones chinas si bien han evolucionado sin grandes discordancias. Al igual que acontece con las exportaciones, las inversiones españolas tampoco figuran entre las más destacadas en China. Ambas partes, no obstante, otorgan un importante potencial a las relaciones económicas y comerciales y coinciden en resaltar la persistencia de ventanas de oportunidad que se podrían aprovechar.
Desde los años 80, la relación bilateral ha ofrecido como dato relevante el alto nivel de sintonía política entre ambos países que no se ha resentido con las alternancias en la Moncloa. Además de aquel paralelismo transicional que provocaba un alto nivel de empatía recíproca, podría argumentarse que su fundamento radicaba en lo que antes se sabía y respetaba y ahora no: los intereses centrales de cada parte, ya nos refiramos a los contenciosos territoriales o las diferencias sistémicas. El ex primer ministro Wen Jiabao se refirió en más de una ocasión a España como el país más amigo de China en Europa, se recuerda a menudo. Cierto que esa realidad no sirvió de mucho para destacar especialmente a España en el mercado chino pero justo es reconocer que esto obedece más al tamaño y características de la economía española, que para China no es comparable en su interés a la de otros países de nuestro entorno. Las buenas relaciones políticas podrían derivar en mayores beneficios comerciales siempre y cuando se reforzara la idoneidad de nuestro tejido productivo. Donde se puede, hay voluntad para que la relación avance.
Todo ello, también debe tenerse en cuenta, ha tenido un soporte cultural de larga data con ese momento de esplendor entre los siglos XVI y XIX y referentes de importancia en figuras sobresalientes como Martín de Rada, Diego de Pantoja o Juan Cobo, el autor de la primera traducción europea de un texto chino, hecho rara vez puesto en valor.
En el contacto bilateral, China, además, ha afianzado de manera progresiva una visión más certera de España, habitualmente muy estereotipada. Y, en general, el intercambio ha servido para que ambas partes profundizaran en el conocimiento mutuo, aunque siga quedando bastante por hacer en este sentido. Para Beijing, España es más que un destino de interés –no solo turístico- por su riqueza y diversidad aunque no llegue a conceptuarla como una de las principales potencias ni europeas ni occidentales. La singularidad hispana en el tejido continental, producto de la historia y la cultura, justificaría un ejercicio de acupuntura diplomática específica que consideran viable y necesario en el marco comunitario.
EL ENTORNO GEOESTRATÉGICO
Pero a día de hoy, esa posición referencial española en China va perdiendo importancia y quizá camino de transformarse en un mito. Aunque ambas partes quisieran mantener la naturaleza principal de aquella relación, el entorno geoestratégico actual conmina a un cierto nivel de enfriamiento. Por tanto, aquella singularidad que hacía de la relación sino-española algo especial en el contexto europeo parece tener los días contados a tenor de la evolución del marco geopolítico y transatlántico en el que España se integra.
Cabe recordar que China y España firmaron en 2005 una asociación estratégica que reflejaba precisamente esa condición de Madrid como socio privilegiado en Europa. Esto significaba que ambas partes suscribían una voluntad común de progresar en el diálogo político y en el desarrollo de las relaciones a todos los niveles compartiendo un idéntico pragmatismo. Durante los duros años de la crisis económica y financiera, cuando la troika comunitaria inducía a España a aplicar severas medidas de austeridad, China estuvo ahí prestando una importante ayuda, apostando e invirtiendo (por cierto, sin exigir privatizaciones ni recortes en sanidad ni educación ni tampoco cambios constitucionales exprés). Esta circunstancia podría haber servido para consolidar las buenas relaciones bilaterales y alentar un salto cualitativo. Algo así, por ejemplo, se produjo en el vecino Portugal, objeto de una dinámica similar. En Lisboa se tradujo en decisiones atrevidas como la adhesión al proyecto estratégico de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, cosa que España rechazó. Portugal, de hecho, elevó aquella asociación con China a otro nivel superior, equiparándose a países como Alemania o Francia, status que España no tiene.
La visita a España de Xi Jinping en noviembre de 2018, sintomáticamente, supo a poco. En buena medida, reflejó ya los temores que amenazaban el horizonte tras la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Unas semanas antes de aquel viaje, el vicepresidente Pence lanzaba su órdago contra China a modo de aviso a navegantes.
La cuestión central que va a influir sobremanera en el futuro de las relaciones hispano-chinas es el cambio estratégico que se gesta tras ese giro estadounidense en la política hacia China y que arrastra cada día más a los países europeos. España no es inmune a todo ello y, consiguientemente, la forma en que Madrid se relaciona con Beijing adquiere una mayor complejidad y sutilezas que afectarán irremediablemente a las diversas componentes sectoriales, ya nos refiramos a los intercambios comerciales, culturales o, sobre todo, políticos.
Cada vez más, el tono de la relación hispano-china va a depender del tono general de la relación UE-China y EEUU-China. Habida cuenta que España se reivindica como parte integrante de “Occidente” y que la presión ejercida por EEUU apunta a la reedición de una guerra fría esta vez con China para preservar su hegemonía global, es previsible que la complicidad mostrada por España en la relación con China cotice a la baja en los próximos años. Será difícil para Madrid sustraerse a esa dinámica de injerencia creciente de Washington que obligará a los aliados europeos a elegir campo. Esto no solo afectará, como ya hemos constatado, a las opciones tecnológicas (el 5G de Huawei, pongamos por caso) sino que abarcará a todos los ámbitos de especial sensibilidad a medida que el paradigma bipolar se instale con mayor ímpetu en las decisiones de nuestros gobiernos. La intensificación de esta dinámica hará difícil que la relación sino-hispana se afiance más allá de lo previsible.
LA PRESIDENCIA EUROPEA
Tradicionalmente, España ha defendido en la UE posiciones no beligerantes con China. Durante el semestre de presidencia comunitaria en 2010, Madrid anunciaba la promoción del reconocimiento de China como una economía de mercado o el levantamiento del embargo de armas, en vigor desde 1989 a raíz de los sucesos de Tiananmen. Ya entonces, la presión de EEUU obligó a moderar aquel entusiasmo.
En el segundo semestre de este año, España asumirá de nuevo la presidencia comunitaria. Con el telón de fondo de la guerra en Ucrania, China puede ser una patata caliente si, como parece, las tensiones se acrecientan. ¿Cuál será la posición de España? ¿Puede darse el lujo de desviarse de la línea dura adoptada por Washington o por el contrario se erigirá en su entusiasta valedor? Vistos algunos ejes de cambio de la política exterior española del actual gobierno, margen hay para la sorpresa. El alineamiento con el dictamen comunitario a propósito de China (a la vez socios, competidores y rivales) ofrece cierto margen de holgura. Pero el segundo semestre de este año será especialmente tenso en el Estrecho de Taiwán. Y aunque no secunde las posiciones más beligerantes que lideran los bálticos o algunos PECO (Países de Europa Central y Oriental), está por ver que, como antaño, España pueda utilizar la presidencia de la UE para moderar el escenario estratégico.
Por tanto, el horizonte que se avizora en las relaciones hispano-chinas apunta a un riesgo de descapitalización política en un grado por determinar. España debe decidir en qué medida quiere o puede contemplar a China en su estrategia global y qué nivel de flexibilidad puede gestionar a sabiendas de que su mercado seguirá siendo de gran importancia y que esa economía, a pesar de las incertidumbres derivadas del proceso de reestructuración que vive la globalización, seguirá presentando oportunidades. En ese viaje pesará menos el capital político acumulado en la relación bilateral.