Los BRICS a más
XULIO RÍOS
Si algo ha dejado traslucir la cumbre que los BRICS han celebrado en Johannesburgo es la firme voluntad de reactivar su asociación con dos parámetros principales de actuación. En primer lugar, las cuestiones de desarrollo seguirán primando en su agenda; en segundo lugar, los asuntos relacionados con la paz y la seguridad ganarán relevancia en sus posicionamientos. El denominador común es la implementación de una hoja de ruta en la que ambas cuestiones estén indisolublemente ligadas.
El catalizador del impulso es la importante admisión de seis países: Argentina, Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, que fueron invitados a convertirse en nuevos miembros del BRICS. Tras la ampliación, los BRICS representarán el 37% del PIB mundial y el 46% de la población del planeta.
En los tres lustros transcurridos desde su establecimiento, los BRICS han transmitido la sensación de albergar una importante potencialidad para transformar el orden internacional vigente marcado por su impronta hegemónica liberal. Las contradicciones y asimetrías entre los socios, así como los matices en las visiones en asuntos clave, han condicionado las capacidades para aumentar su protagonismo político factual en la determinación del orden mundial emergente. Ello pese al consenso unánime a la hora de promover un orden multipolar y señalar el multilateralismo como instrumento idóneo para afirmar un liderazgo del Sur Global que aporte resultados concretos.
El valor creciente de las economías emergentes y en desarrollo proporciona un sustento material nada desdeñable para que su voz esté más presente en la palestra internacional. Por otra parte, el discurso alternativo se ha afinado, reforzándose con una praxis constituyente que ofrece mecanismos capaces para reconfigurar el orden mundial, ampliar la influencia del grupo y reformar los mecanismos de gobernanza global.
Los avances institucionales en la utilización de las monedas locales en los intercambios comerciales, si bien están lejos de esa moneda común que se antoja difícil de materializar por el momento, implementados generosamente, pueden erosionar el papel del dólar. La desdolarización que algunos proyectan puede acelerarse, siempre y cuando se arbitre ese sistema de pago dentro de los BRICS del que se viene hablando desde hace un tiempo. Igualmente, la potenciación del Nuevo Banco de Desarrollo (NBD) abre perspectivas sólidas, tanto que ya han provocado la reacción expeditiva de EEUU. La Casa Blanca ha anunciado su intención de reforzar las capacidades de financiación del FMI y del BM, impulsando la modernización de los bancos multilaterales de desarrollo negando que sean “instituciones occidentales”, sino opciones con altos estándares y, por tanto, más recomendables que otras caracterizadas por su opacidad y restricción, en una ya habitual “no alusión” a China. Es claro, en cualquier caso, que el NBD debe asumir un papel más relevante si quiere erigirse como opción efectiva para reparar el descuido percibido en el compromiso de las economías más desarrolladas.
El fortalecimiento institucional y la mejora de las capacidades técnicas deben ser el correlativo de la voluntad política expresada por los BRICS en esta cumbre. Los integrantes, los fundadores y los nuevos socios, deben profundizar en sus consensos, limar asperezas, resolver malentendidos y, sobre todo, avanzar en la verificación de las decisiones adoptadas. En ese transcurso, evitar la sinización del grupo, potenciando su diversidad y pluralidad y, a la vez, ganar en coherencia en la visión ofrecida, pueden contribuir a disipar suspicacias y evitar frustraciones.
Los BRICS necesitan ambición para erigirse en ese nuevo modelo de relaciones internacionales que aporte equilibrio, estabilidad, desarrollo y mejora de la gobernanza global. No será fácil, pero lo logrado hasta ahora invita a un optimismo moderado que podría verse reforzado en la medida en que los pasos prácticos acompañen las decisiones políticas formales.