Marruecos intenta «puentear” a la ONU en el Sáhara Occidental con la ayuda de Occidente
RICARD GONZÁLEZ
En los últimos años, Marruecos ha conseguido que varias potencias occidentales cambien su posición respecto al conflicto del Sáhara Occidental para alinearse con las tesis de Rabat, si bien en diferente grado. El primero fue EEUU de la mano de Donald Trump, y el último la Francia de Macron, siendo ambos los que han ido más lejos en el reconocimiento de la soberanía marroquí del Sáhara. Alemania y España también se movieron como peaje para conseguir la reconciliación con Rabat después de que este fabricara crisis diplomáticas con ambos países en base a excusas. Es lo que se ha llamado “la diplomacia de la ira”, y de momento, parece haber funcionado.
Según la profesora de la Universidad de la Sorbona Khadija Mohsen-Finan, el objetivo de Marruecos es “aislar a la ONU”, la institución que hasta ahora ha desempeñado un papel clave en el conflicto. En sus resoluciones, Las Naciones Unidas han dejado claro que el conflicto del Sáhara OCcidental se enmarca en el contexto del proceso de descolonización de África, y por lo tanto, el pueblo saharaui tiene el derecho de autodeterminación. En la medida que las potencias occidentales apoyan el plan marroquí de autonomía para el Sáhara Occidental están minando el derecho internacional que tanto esgrimen en la guerra de Ucrania.
Ahora bien, el Frente Polisario espera que Marruecos fracase en su intento. “En la medida que se trata de decisiones unilaterales no afectarán el trasfondo legal del conflicto, ni nos acercan a su resolución”, sostiene Oubi Bouchraya, representante del Polisario ante la ONU en Ginebra. “Marruecos no ha tenido nunca la voluntad real de cooperar con la ONU en la búsqueda de la resolución del conflicto. Los posicionamientos de los países occidentales solo le sirven para ganar tiempo en la explotación de los recursos del territorio”, remacha Boucharaya, que califica el régimen marroquí como “feudal y cero democrático”. En 2020, el Polisario rompió el alto al fuego vigente desde 1991, pero el conflicto es de baja intensidad.
Tanto Mohsen-Finan como Bouchraya coinciden en considerar poco viable la aplicación del plan de autonomía que propone Marruecos. “Una vez Marruecos ha logrado controlar el territorio, veo poco probable que lo transfiera a un gobierno autónomo”, sostiene Mohsen-Finan. “Creo que es más factible que nos dé la independencia que la autonomía porque eso suscitaría problemas al régimen porque otras regiones también querrían autonomía”, dice el diplomático saharui.
Habida cuenta de las históricas relaciones entre Marruecos y Francia, muy estrechas desde hace décadas, la decisión de Emmanuel Macron de alinearse completamente con las tesis de Rabat en el conflicto del Sáhara Occidental no resultó sorprendente. Según los expertos, diversas razones explican el porqué de esta decisión que ha acarreado una hostil reacción de Argelia, pero destacan las relacionadas con la seguridad y las mayores oportunidades de negocio que ofrece Marruecos. “Macron intentó un acercamiento a Argel, pero la cosa no acabó de funcionar y eso le dejó un sabor de boca amargo. Francia necesita al menos tener una buena relación con alguno de los dos países”, explica la catedrática Mohsen-Finan.
Las consideraciones de tipo económico también parecen haber pesado a la hora de escoger entre Rabat y Argel, pues ante el actual nivel de tensión entre ambos países parece imposible mantener buenas relaciones con los dos a la vez. “Hay importantes empresas francesas que ya están presentes en el Sáhara Occidental, una región rica en recursos naturales que explota Marruecos. Era importante que estuvieran en sintonía con la posición del país”, asevera Mohsen-Finan.
La forma en la que se produjo el proceso de descolonización marcó las relaciones de París con las antiguas colonias magrebíes: en Marruecos, hubo un pacto con las élites del país, en Argelia una sangrienta guerra que provocó unas heridas que todavía supuran. De ahí, que los diversos inquilinos del Palacio del Elíseo siempre se hayan sentido más cercanos a la monarquía alauí, e incluso se especula que fueron diplomáticos franceses quienes sugirieron a Rabat las líneas maestras del plan de autonomía para resolver la disputa con el Frente Polisario que presentó en 2007. Desde entonces, París había otorgado un velado apoyo a esta idea.
El punto de inflexión en la posición de Occidente en el Sáhara Occidental se produjo a finales del 2020, cuando la administración Trump reconoció la soberanía marroquí del Sáhara Occidental en un pacto a tres bandas que incluía el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Rabat y Tel Aviv. Entonces, Rabat, con el respaldo de la superpotencia americana bajo el brazo, creyó hallarse en una oportunidad histórica para transformar a su favor el statu quo de un conflicto congelado durante décadas y puso en su punto de mira a la Unión Europea, un actor clave. El objetivo, que siguiera los pasos de EEUU. Para que el bloque se moviera en la dirección adecuada, era necesario que lo hiciera primero el eje franco-alemán, motor de tantas decisiones a nivel europeo, así como también España, cuya voz es escuchada con especial atención por ser la antigua potencia colonial.
El éxito de la diplomacia marroquí es destacable pues, no solo ha conseguido que estos tres países europeos, Alemania. España y Francia, modificaran sus respectivas posiciones oficiales respecto al Sáhara Occidental bajo presión y ante el riesgo, luego confirmado, de perjudicar sus relaciones con Argel, sino que lo hicieran entrando en una especie de subasta para ver quién era más complaciente con Rabat. Primero, Alemania manifestó que el plan de autonomía era “una buena base” para la resolución del conflicto. Luego, España, la superó diciendo que era la base “más seria, realista y creíble”. Por último, Francia se llevó la subasta al definir el plan de autonomía como “la unica base”.
En lugar de coordinarse para hacer frente a las presiones de Marruecos, los países europeos se enfrascaron en una especie de competición, una de las principales claves del éxito de Marruecos. Asimismo, cabe señalar también la débil respuesta a la estrategia de presión marroquí que ofreció Argelia, que no puso de la misma forma toda la carne en el asador, así como la capacidad de Rabat de convencer a sus aliados de que más les convenía aprovechar sus contrapartidas que mantener una posición de principios.