Unas elecciones clave para el papel internacional de Turquía
RICARD GONZÁLEZ
Estambul
Entre los analistas políticos turcos hay un amplio consenso a la hora de definir las elecciones legislativas y presidenciales de este domingo como las más decisivas de las últimas décadas en Turquía. Aunque las consideraciones de tipo doméstico son dominantes en este diagnóstico, resulta evidente que su impacto en el ámbito de la política exterior será relevante, sobre todo en caso de victoria del líder de la coalición opositora, Kemal Kiliçdaroglu. En teoría, en las urnas se enfrentan dos visiones opuestas de la posición que debe ocupar Turquía en el mundo.
Por un lado, el presidente Recep Tayyip Erdogan, en el poder desde 2002, percibe a Turquía como una potencia emergente, con un pie en cada continente, y que debe asentar su política exterior en su autonomía estratégica respecto a Occidente. Tras intentar en una primera fase acceder a la UE para protegerse de la intervención del Ejército turco, cuando Bruselas le dio con la puerta en las narices, Erdogan pivotó hacia Oriente Medio, una región donde se siente más a gusto dada su ideología islamista.
Aunque se tildó el nuevo enfoque de “neo-otomanista”, fue bien acogido en los países vecinos, probablemente, porque se desplegó a partir de las herramientas del llamado “soft power” -es decir, económicas y culturales, y no militares-. Por lo tanto, no veían riesgo de ser sometidos a antiguas ambiciones imperiales. Ahora bien, tras las Primaveras Árabes, cuando la región se partió en dos, Ankara escogió con Qatar el campo islamista, y se enfrentó al eje formado por Egipto, Arabia Saudí y Emiratos Árabes. Dejó entonces de ser vista con simpatía por buena parte de las sociedades árabes.
A menudo, Turquía ha adoptado posiciones revisionistas respecto al sistema global, que le han acercado a planteamientos de las potencias emergentes, como Brasil o la India. Por ejemplo, ha cuestionado que solo cinco países tengan el estatus de miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU. Además, el propio Erdogan ha mostrado su interés en la entrada de Turquía en la Organización de Cooperación de Shanghái, de la que forman parte Rusia, China y los países de Asia Central y a la que se acaba de unir también Arabia Saudí como “socio de diálogo”. En cambio, no se ha posicionado claramente sobre la desdolarización de la economía mundial, aunque su poderoso ministro de Interior, Suleyman Soylu, afirmó recientemente que “el mundo entero odia a los EEUU” y que Europa no es más que “su peón en África”.
Por todo esto, la tensión con EEUU es elevada, y alcanzó su punto álgido con la compra a Moscú del sistema antimisiles S-400, que el Pentágono teme que pueda poner en peligro sus cazabombarderos operativos en la región. Washington respondió al desafío con la expulsión de Turquía del programa de construcción de los aviones F-35 y le impuso varias sanciones, un hecho excepcional teniendo en cuenta que es miembro de la OTAN. También suscita recelos en Washington su posición sobre la guerra de Ucrania. Aunque proporciona -y promociona- sus drones Bayraktar, la joya de la pujante industria militar turca, a Ucrania, no se ha sumado a las sanciones occidentales a Rusia. Ello ha situado a la economía turca en una interesante posición de intermediario.
La visión de la oposición en muchos de estos temas es diametralmente diferente. En las declaraciones del propio Kiliçdaroglu y de sus asesores en exteriores, se ha enfatizado la voluntad de acercamiento a la OTAN y la UE. No en vano, a diferencia de Erdogan, la oposición considera que Turquía forma parte de Occidente. Esto podría suponer un mayor apoyo a Ucrania, pero sin poner en riesgo las relaciones económicas con Rusia, principal proveedor de energía. Asimismo, se podría progresar en la negociación de una Unión Aduanera con la UE, o en la firma del protocolo de colaboración con la Europol.
Estas últimas medidas, entre otras, deberían conducir a que Bruselas incluyera a Turquía en la lista de países cuyos ciudadanos no necesitan visados para entrar en la Unión. También se ha especulado con la posibilidad de que Kiliçdaroglu quiera resucitar el proceso de adhesión a la UE, algo que genera más bien aprehensión en Bruselas, y que podría ser contraproducente para las relaciones con el bloque europeo.
A pesar de todo ello, algunos expertos advierten de que Occidente no debería hacerse demasiadas ilusiones sobre que una victoria de la oposición traiga grandes cambios, Para empezar, un Ejecutivo liderado por Kiliçdaroglu operaría bajo algunas importantes restricciones que condicionarían su política exterior. La primera deriva de la heterogeneidad de su coalición, de la que forman parte conservadores, nacionalistas, islamistas y progresistas, un cóctel que puede ser paralizante si estos partidos no son capaces de aplicar una gestión responsable de sus diferencias.
Además, en algún asunto puede tener una posición más desagradable para Europa que Erdogan, como es el caso de la gestión migratoria. En su momento, Kiliçdaroglu criticó el acuerdo entre Bruselas y Ankara respecto a la acogida de refugiados sirios, y ha insistido durante la campaña que Europa debe participar más en esta labor en lugar de externalizarla en terceros países. Una dificultad adicional para el acercamiento a Occidente es que la era Erdogan ha reforzado la visión hostil sobre Occidente, y especialmente sobre EEUU, de una parte importante de la opinión pública.
Debe tenerse en cuenta que tanto Erdogan como la coalición opositora comparten una ideología nacionalista. Eso es así para el partido de Kiliçdaroglu, el CHP fundado por Ataturk, al igual que para su socio principal, el IYI de Meral Aksener. Por ello, en aquellos nuevos aspectos de la posición de Turquía en el mundo que resaltan su condición de potencia regional emergente -como su proyección militar en Libia- podría no haber grandes cambios. Quizás tampoco en lo que respecta a cuestiones de soberanía o identidad nacional, como la obsesión actual con la región autónoma kurda en Siria. Todo dependerá de hasta qué punto al Assad quiera acomodarse a algunas de las líneas rojas turcas. En definitiva, muchas dudas están aún en el aire en unas elecciones determinantes, y no solamente para el futuro de Turquía, sino también de sus vecinos y socios.