¡Auxilio! El peligro viene de dentro de Israel
EUGENIO GARCÍA GASCÓN
Gevalt! es una exclamación en yidish, la lengua de los judíos de Europa oriental, que se utiliza para pedir auxilio. Un analista la acaba de usar para llamar la atención sobre la situación en que se mueve el Israel de hoy, después de cinco elecciones en tres años y medio, cuando tiene por delante una legislatura que no será ni fácil ni tranquila, dado que el país está polarizado hasta el extremo, sumergido bajo un fuerte oleaje nacionalista y religionista que no para de encresparse.
Los resultados de las elecciones celebradas el martes 1 de noviembre colocan a Benjamín Netanyahu al frente del próximo gobierno, con un programa que promete cambios radicales en el sistema judicial y en otras áreas. Sus aliados principales son extremadamente nacionalistas y religionistas, más incluso que el Likud, de modo que las políticas que Netanyahu aplicará suscitarán una polarización mayor. En realidad, la polarización ha ido creciendo en los últimos lustros, que mayoritariamente han contado con Netanyahu como primer ministro. La oposición teme que la legislatura que va a iniciarse traerá una erosión adicional de la democracia, más incluso de lo que se ha visto en la última década, y tiene buenos motivos para temerlo.
La campaña tuvo sus más y sus menos, así como algunas situaciones extrañas, como la que suscitó el sábado un diputado del partido del primer ministro en funciones. Yair Lapid, al recordar que Hitler llegó democráticamente al poder, en una alusión clara a Netanyahu, quien inmediatamente denunció la comparación. El incidente es solo una pequeña muestra del tono agresivo que se ha practicado en los dos grandes bloques. Por lo demás, probablemente en ningún otro lugar del planeta se recurre con tanta frecuencia a la figura de Hitler para comparaciones de uso doméstico.
Ambos campos dan miedo, aunque el de Netanyahu se lleva la palma. La prensa local ha informado de que el presidente del país, Isaac Herzog, que esta última semana visitó oficialmente Washington, tuvo que dar explicaciones una y otra vez a funcionarios estadounidenses inquietos ante la posibilidad de que Netanyahu y sus aliados ganaran. “Todavía es pronto para preocuparse. Ustedes tienen que esperar a que se forme el próximo gobierno y ver cómo actúa”, repetía Herzog en cada reunión para tranquilizar a sus interlocutores visiblemente nerviosos por el auge de la extrema derecha.
Desde luego, durante la campaña no hubo la menor alusión a la paz con los palestinos, en ninguno de los dos bloques. Las posiciones de unos y otros se parecen como dos gotas de agua, y ambos bloques tienen claro que una holgada mayoría de judíos no quiere una retirada de los territorios ocupados en la guerra de 1967. De hecho, aunque durante los 124 días que ha durado la campaña se habló de numerosos temas, ningún bloque mencionó la brutal ocupación militar que avanza día a día con independencia de las elecciones y de los resultados que las elecciones arrojan en cada convocatoria, cinco convocatorias en los últimos tres años y medio.
Hace mucho tiempo que está claro que solamente una enérgica intervención occidental puede obligar a Israel a respetar mínimamente los derechos de los palestinos y abandonar los territorios ocupados, tal como contempla el derecho internacional. Pero ya se ha demostrado de sobras que esto no saldrá de los dirigentes israelíes por iniciativa propia. El problema es que las potencias occidentales apoyan sin remilgos la brutal ocupación y la desposesión generalizada que sufren los palestinos. Estados Unidos, la potencia clave, sufre de una influencia perniciosa por parte de la influyente comunidad judía, determinante a la hora de mantener las sucesivas administraciones con los brazos cruzados. En cuanto a Europa, los mandatarios de Francia y Alemania se limitan a no mover ningún dedo, aunque luego se enfurezcan con cuestiones menores, de modo que París y Berlín muestran un apego genuino al expolio creciente de los palestinos.
Desde hace bastantes años todos los partidos israelíes de centro y de izquierdas se han desplazado más a la derecha, mientras que los partidos de derechas han experimentado un fuerte corrimiento hacia la extrema derecha. No es algo exclusivo de Israel; lo estamos viendo en distintos países occidentales, empezando por EEUU. Por las últimas disposiciones de asientos en la Kneset, es evidente que existe una mayoría de parlamentarios muy amplia que se han olvidado de la cuestión palestina, en el sentido de que no les importa nada lo que ocurra con lo que antes se llamaba ‘proceso de paz’ y ha terminado por no tener ni siquiera un nombre de referencia.
En Israel siempre ha sido fuerte la corriente nacionalista nacida en Europa oriental en la perniciosa atmósfera romántica de finales del siglo de XIX. La población judía europea emigró a Palestina y estableció su estado a costa de los habitantes locales en 1948. Desde entonces el aspecto religioso ha ido consolidándose y se ha fundido con el nacionalismo, de manera que la ideología dominante hoy es claramente nacionalista y religionista al mismo tiempo. La combinación de ambas ideologías, esencial en la evolución del pueblo judío, es un gran peligro para Israel y es preciso gritar Gevalt!, ¡Auxilio! Existe el peligro existencial de que antes o después, cuando el recipiente esté completamente lleno de odio, verterá el líquido, causando un gran daño a los propios judíos. Lo han denunciado historiadores israelíes reconocidos y no es una broma. Pero solo lo denuncian algunos judíos progresistas con una voz que clama en el desierto y a la que nadie atiende.
Aunque el escrutinio de las papeletas sea limpio, las elecciones están sometidas a fuertes tensiones nacionalistas y religionistas. Ambas ideologías corren juntas y corroen la democracia hasta amenazarla de muerte. Un país cada día más sacudido por esas tensiones, y en el que los más jóvenes son sus víctimas principales, tiene por delante un futuro oscuro que implica una mayor polarización y un mayor extremismo, así como una menor flexibilidad y empatía con el otro, no solo con los palestinos sino también con la menguante comunidad judía progresista. Algunos sondeos muestran que los israelíes más jóvenes son menos tolerantes y más extremistas que sus padres, algo que suscita mayor preocupación de futuro.
Eugenio García Gascón ha sido corresponsal en Jerusalén 29 años. Ha recibido el premio de periodismo Cirilo Rodríguez