Alejandro Horowicz: Milei se quedó con lo más degradado de la casta
CECILIA VALDEZ
Doctor en Ciencias Sociales, docente y periodista, Alejandro Horowicz es autor de «Los cuatro peronismos» (1985), su obra más destacada y con numerosas reediciones. Crítico y provocativo son dos de las principales características que suelen utilizarse cuando se le describe. Horowicz ha escrito un último libro: ‘El kirchnerismo desarmado, La larga agonía del cuarto peronismo’ (2023), en el que aborda el devenir de esta fuerza surgida luego de la crisis del 2001 (estallido/corralito), y que tuvo como sus principales referentes, a Néstor Kirchner y a Cristina Fernández de Kirchner. En esta charla con Globalter, desgrana y analiza los sucesos de la historia política argentina, tan local como global, para encontrar claves que permitan dilucidar cómo largos períodos de crisis y decadencia devinieron en, y tienen como la más grave y principal consecuencia, un gobierno de las características del de Javier Milei. Según Horowicz, esto nos habla de “una degradación sistémica general, pero también de la degradación de la sociedad argentina”.
¿Cómo fue que alguien como Milei pudo hacerse con la presidencia de Argentina?
Cuando alguien tan particularmente mediocre, logra ganar la presidencia, lo que nos hace saber es lo que existe del otro lado. Es decir, cuál es la valoración que tiene la sociedad argentina de su dirigencia política. Milei derrotó al sistema político en su conjunto. Por un lado, tienes a un outsider, y por el otro, a los partidos políticos históricos de la Argentina -que tienen entre 70 años y más de un siglo de historia-, abatidos. Entonces, está muy claro que Milei es el resultado de 40 años de práctica parlamentaria y un balance compartido. Además, si miras los índices de pobreza de la historia argentina te das cuenta que eso tiene una razonabilidad absoluta.
El título de tu último libro es ‘El kirchnerismo desarmado, La larga agonía del cuarto peronismo’, ¿por qué?
El término desarmado tiene que ver con un concepto de Clausewitz, que dice que el objetivo de la guerra es desarmar al enemigo. Eso puede entenderse de muchos modos, el más simple y obvio, consiste en quitarle el arma. Clausewitz es bastante más sutíl y nos hace saber que, si un combatiente pierde el arma, no necesariamente está desarmado. Esto quiere decir que si conserva la voluntad de seguir combatiendo, va a reponer el arma, y, por lo tanto, no es un vencido. Vencer a alguien y desarmarlo, es quitarle su voluntad de acción política independiente. Esto tiene que ver, por cierto, con las condiciones del cuarto peronismo, porque mi trabajo: ‘El kirchnerismo desarmado’, es, de algún modo, la continuación de un trabajo mío muy anterior en el que yo identifico al peronismo que arranca con Carlos Saúl Menem. Ese es el momento en el que el peronismo está completamente entregado y ya no es más que un partido sometido a la lógica general de la política nacional y, por lo tanto, no es más que un partido sin tarea histórica. El cuarto peronismo, del que el kirchnerismo no es más que una de sus manifestaciones, es eso, simplemente el modo de adecuación al orden global tal cual el orden global lo impone. Porque uno puede participar del orden global de muchos modos…
Pero el kirchnerismo arrastra características, o ciertos ingredientes, del peronismo, y no solo del menemismo, ¿no?
Sin ninguna duda, arrastran los ingredientes del peronismo con varias particularidades, la primera, es que deja de contener al movimiento obrero, y la segunda, es que el movimiento obrero deja de ser un sujeto político. Esto es, existen ciudadanos obreros, que, en tanto ciudadanos, votan, pero no actúan como clase de ninguna manera y en ninguna dirección; cuando el peronismo, en sus versiones anteriores, significaba otra cosa. Entonces, el primer ingrediente, es la ausencia del movimiento obrero. En este momento, los dirigentes sindicales se reclaman ellos peronistas, pero los trabajadores no. Esa es la primera cuestión, y eso significa, sobre todo, una seña de pertenencia a un segmento diferenciado, porque la Argentina es un país con trabajadores pobres y dirigentes sindicales ricos. Entonces, ahí lo que estás viendo es el fenómeno de la descomposición política. Es decir, puesto que no vamos a cambiar ni el mundo ni la Argentina, cambiamos de automóvil. Lo que ves, es, básicamente, desinterés. Cuando miras la actividad de los políticos y ves no lo que tienen como patrimonio, sino lo que reconocen que tienen, te das cuenta que, en primer lugar, no hay pobres entre las dirigencias políticas, y segundo, que, justificar lo que sí admiten que tienen, en la mayor parte de los casos, resulta bastante problemático. En consecuencia, esto del argumento de la casta política que enuncia Milei, tiene una enorme eficacia simbólica porque no cabe la más mínima duda de que constituyen una casta política.
Has dedicado gran parte de tu trabajo a investigar el peronismo, ¿cómo lo ves actualmente? ¿Te parece que podrá reconfigurarse a partir de la histórica derrota de noviembre pasado?
El cuarto peronismo es el peronismo de la derrota sistémica, el de la derrota en manos de Raúl Alfonsín primero, y en manos de De la Rúa, Macri y Milei, luego. Básicamente, el peronismo es una corriente recesiva de la política nacional, y eso lo ves analizando los números. Estás hablando de una manta que se encoge por los cuatro costados y que, básicamente, todo lo que hace, en el mejor de sus intentos, es reconstruir fragmentos, porque el peronismo, como tal, está estallado desde las elecciones del 2015. En 2019, de los seis candidatos que hubo, de las tres fórmulas presidenciales con más chance electoral, cinco eran peronistas, y esto quiere decir algo. Cuando miras los funcionarios de Milei, y el orden político argentino, entiendes que Milei se quedó con lo más degradado de la casta, es decir, lo que no tiene lugar en ninguna de las otras fuerzas políticas tiene lugar en el armado de Milei. La mayor parte de los integrantes de este gobierno son personas sin tradición política, o de una tradición política tan larga y tan inactual, que estaban en cuarteles de invierno, pero son marginales de todas las otras fuerzas políticas. En consecuencia, lo que estamos viendo es una degradación sistémica general, que es también la degradación de la sociedad argentina.
Entiendo, por lo que vienes diciendo, que la legitimidad de Milei se sostiene, en parte, en base a la deslegitimidad de todos los otros actores de la política…
Tu conclusión es más que correcta, pero tiene un rulo más, y es que Milei, si algo significa, es la deslegitimidad de todo el resto primero. Pero la legitimidad tan particular que le estamos atribuyendo es del 30%, el resto es el resultado que fabrica un balotaje. El balotaje fabrica un resultado mayoritario obligatorio y construye la ilusión de que lo votó el 56%. Todo lo que juntó después del 30% es lo que se oponía a Massa, no lo que estaba a favor de Milei. Es decir, lo que Milei junta, se junta en una urna y en las redes sociales, basta ver que las movilizaciones en contra de Milei ya son multitudinarias y las movilizaciones en favor de Milei no existen. Milei, además, sale a saludar a una Plaza de Mayo vacía, digamos que no está del todo en sus cabales, por decirlo con mucha amabilidad.
Leí una entrevista en la que decías que “la sociedad argentina tiene una opinión catastrófica de su dirección política y que, básicamente, hay un vaciamiento de las prácticas democráticas sustituidas por conceptos vacíos”, ¿a qué te referís exactamente con eso?
A la idea de que la política es puro discurso, Foucault tiene una fórmula que a mí me gusta utilizar que dice más o menos así, cito de memoria: “Los revolucionarios creen que, cambiando la estructura, cambia el discurso, y los reformistas creen que, cambiando el discurso, cambia la estructura”. Nosotros sabemos que un discurso es una estructura, el punto aquí es el siguiente: la idea de que puedes utilizar un conjunto de fórmulas marketineras que, en determinadas circunstancias, construyen empáticamente una relación con un electorado sin resolver ninguno de los problemas de fondo que aquejan a una sociedad, y que eso se puede sostener indefinidamente, es una idea muy estúpida. El 2001 puso fin, con el estallido, a esa posibilidad, y la recomposición kirchnerista, no fue nada más que una recomposición de circunstancias. Terminada la recomposición de circunstancias, la degradación es más que clara. Cuando Cristina se va del gobierno, hay 30% de pobres, cuando Macri se va hay 35%, y cuando Alberto Fernández se va ya casi se roza el 50% de pobreza, y eso avanza día a día. Estamos en una situación absolutamente catastrófica, y con una sociedad catatónica, que no sabe qué pensar de casi nada, que no tiene precio para las cosas y que avanza en dirección a una hiperinflación después de haber sostenido, a lo largo del último tramo del siglo XX, dos hiperinflaciones. En fin, estás hablando de una sociedad en caída libre, no hay muchas sociedades en el mundo homologables a la sociedad argentina.
Hay quienes señalan que lo que sucede también tiene sus orígenes en una crisis de la democracia como forma de representación, ¿coincides con esta apreciación?
Yo creo que las formas de representación están estrechamente vinculadas a la capacidad de resolver problemas reales. Cuando uno mira 1970, uno descubre la mejor distribución del ingreso que existía en el orden planetario. Entonces, si nosotros, con la productividad del trabajo de 1970, muy inferior a la actual, sin chips ni computadoras, podíamos tener una redistribución del ingreso muchísimo más equitativa, queda muy claro que se produjo una regresión, y que la última pandemia no fue ninguna otra cosa más que un instrumento utilizado para un ajuste global. Quiero decir, con la pandemia no solo no salimos mejores, sino que hay un enorme aumento de la precarización del trabajo, una disminución del salario real y una redistribución regresiva del ingreso. En esas condiciones, el vaciamiento de la democracia en general, y la crisis de representación, van de suyo. Y esto muestra, entre otras cosas, la tensión formidable que tiene la Unión Europea, en la cual, Gran Bretaña no solo se va, y produce una catástrofe, sino que amenaza sistémicamente a la Unión. Entonces, esto no es una característica sólo de Argentina, en la Argentina se da en términos patológicos y mucho más intensos, pero no es más que una tendencia general del mercado mundial respecto al orden político imperante. Tenemos un gobierno mundial que es el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, y un conjunto de sistemas financieros como el Banco Central Europeo o la Reserva Federal de los Estados Unidos, que no vota nadie, pero que deciden, básicamente, lo que se hace en el mundo entero, simplemente con el artilugio de la emisión monetaria y la tasa de interés.
¿Qué lugar ocupan las fuerzas de izquierda en todo este entramado?
Ninguno, las fuerzas de izquierda, con la caída del muro de Berlín, han sufrido una regresión descomunal. La derrota de la izquierda es una derrota global, cuando alguien habla de socialismo no quiere decir gran cosa, eso lo sabe el que habla y el que escucha. La izquierda es, básicamente, todavía, y en algunos lugares, un gesto relativamente ético, en otros ni siquiera eso. Cuando uno mira el socialismo italiano, ve un partido tan descompuesto como el resto de los partidos italianos. Cuando uno mira qué pasó con el Partido Comunista Francés y el Partido Comunista Italiano, que fueron dos fuerzas descomunalmente importantes en la Europa de los ‘60 y los ‘70, no sólo no existen más, sino que es como si nunca hubieran existido. Esas tradiciones son tradiciones que existen como arqueología política, no como prácticas políticas.
¿Qué salida le ves a toda esta situación?
La salida es muy catastrófica, porque no estamos discutiendo simplemente cuáles son las condiciones generales de existencia de tal o cual segmento de una sociedad, sino la viabilidad misma de la existencia. El capitalismo produjo el Covid 19, y el milagro no es que haya producido un Covid 19, sino que no produzca tres por día. Han destruido el hábitat, y las condiciones de producción de alimentos son atroces. Este orden de existencia, tal cual está pensado, es inviable. La idea de que se puede seguir utilizando petróleo o carbón, como se lo utiliza, o de que se pueden no respetar los acuerdos más básicos y elementales, y que se retrocede y se vuelve a discutir si existe o no existe el calentamiento global, mientras en Europa las temperaturas arrasan, habla de una sociedad global suicida. Por eso, la distopía más terrible, ver a qué mundo nos vamos después de destruir este, empieza a sonar simplemente como naturalismo base.
Cecilia Valdez es periodista argentina.