Guerra de Ucrania: no es todo lo que parece

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

Desde el inicio de la guerra de Ucrania en febrero, los medios occidentales se han esforzado en presentarnos a Vladimir Putin como un desequilibrado que precisa tratamiento psiquiátrico con urgencia. Y con esa misma prepotencia, Occidente está respirando a plenos pulmones enviando a Kiev cada día armas más mortíferas con el claro objetivo de cambiar el régimen en Rusia e implantar a un presidente maleable.

Pero Rusia solo es una meta intermedia en el camino que conduce a China, el enemigo real de Estados Unidos y por ende de Occidente. Debilitando a Rusia, o incluso provocando un cambio de régimen en Moscú, Washington puede aislar completamente a China y golpear su economía con mayor facilidad, sin olvidar las ventajas estratégicas que tendría en el área militar para los americanos, cuyos navíos y aviones, repletos de armas, están desplegados frente a la costa oriental del gigante asiático.

Pekín es consciente de la enorme amenaza que la guerra representa para sus intereses no solo en un marco global sino también en su propio territorio, por lo que cuesta entender la tibieza con que está respondiendo al conflicto. Sus intereses obligan a China a no subirse al carro de la guerra, pero podría asistir a Moscú de una manera más resuelta puesto que una caída de Rusia sería muy perjudicial para Pequín a medio y largo plazo.

Por lo ocurrido en estos siete meses, todavía es difícil saber quién gana y quién pierde con la guerra. Entre las partes directa o indirectamente relacionadas con el conflicto solo hay un vencedor claro a estas alturas, Israel, y un perdedor claro, Europa. El desarrollo de los acontecimientos irá dejando a cada cual en su lugar y solo más adelante podremos saber en qué medida Estados Unidos y Rusia son perdedores o ganadores.

Israel vence con claridad en tres frentes. En los cinco primeros meses de guerra emigraron a Israel 12.175 judíos ucranianos y 18.891 judíos rusos. En total más de 31.000 judíos de ambos países se afincaron en el estado judío, y las autoridades de Tel Aviv prevén que el número se incremente significativamente conforme se vaya deteriorando la guerra. De hecho, una predicción realizada por las autoridades hebreas al iniciarse el conflicto estimaba que emigrarían a Israel por lo menos 100.000 judíos ucranianos y rusos.

El segundo frente beneficioso para Israel es el sirio. En Siria hay un considerable despliegue militar ruso, que ahora está adoptando una línea más relajada y contenida. De hecho, hace solo unos días, medios hebreos publicaron imágenes del desmantelamiento de bases con misiles antiaéreos avanzados rusos en el oeste de Siria, que Moscú ha decidido repatriar con el fin de hacer frente a posibles amenazas de la aviación de Ucrania.

La guerra debilita la presencia rusa en Siria, lo que significa que Israel tiene las manos más libres para operar en ese país. Es curioso que desde el despliegue ruso en el Mediterráneo oriental esta región puede contar con más armas nucleares, algo que evidentemente disgusta a Israel. A nadie le agrada tener armas nucleares a su lado, y no hay que olvidar que precisamente el previsto despliegue nuclear en Ucrania por parte de la OTAN condujo a la guerra.

El tercer frente tiene que ver con que a Israel no le interesan potencias díscolas en el concierto de las naciones y Moscú es un verso suelto. Sería más ventajoso para Tel Aviv que en Moscú se estableciera un régimen democrático liberal similar a los de Europa occidental, que EEUU pueda manejar a su antojo. Israel es un país pequeño, pero clave dado su decisivo ascendiente sobre Washington y sobre las potencias europeas clientes de Washington, circunstancia que le permite hacer y deshacer a su antojo allá donde quiere.

Mientras Israel gana con claridad, la situación de Europa es lamentable en todos los aspectos y todavía no está claro si Rusia y Estados Unidos van ganando o perdiendo. Es una guerra elegida por la administración de Joe Biden que solo acabará cuando le interese a Washington, bien porque los precios se disparen todavía más en Estados Unidos, o bien por cualquier otra situación gravosa que obligue a Biden a poner fin al conflicto, algo que todavía no ha ocurrido. De momento, las ventajas que el conflicto ofrece a Washington son superiores a las desventajas, y solo si cambian las tornas y las desventajas son superiores a las ventajas, la guerra terminará.

Un reciente artículo en The National Interest estima que EEUU está perdiendo la guerra, al menos a nivel estratégico. Este razonamiento se fundamenta en que Rusia está cimentando y reforzando otras amistades y alianzas que sustituyen a sus socios en Europa. No solo China, sino también India, Irán, Turquía, Arabia Saudí y otros países del Golfo Pérsico, pueden convertirse en clientes preferentes de los rusos y permitir que Moscú orille las sanciones impuestas por Estados Unidos y sus aliados europeos, al menos en gran parte.

La ceguera que caracteriza la política exterior de Europa, visible de una manera particularmente nítida en Oriente Próximo y el norte de África, es la misma ceguera que los europeos aplican a Rusia. Bruselas acusa a Moscú de militarizar la energía, pero fueron Europa y EEUU los primeros que amenazaron con limitar e interrumpir la importación de petróleo y gas ruso. El eje París-Berlín es ciertamente el mayor peligro que tiene la política exterior europea y no hay ninguna indicación de que ese eje vaya a modificar su aproximación a los conflictos mundiales y alejarse de los intereses de Washington.

Eugenio García Gascón es premio de periodismo Cirilo Rodríguez. Ha sido 29 años corresponsal en Jerusalén
EUGENIO GARCÍA GASCÓN
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