El tiro en el pie de Europa con las sanciones a Rusia

PASCUAL SERRANO

Desde hace varios años, antes incluso del inicio de la intervención militar de Rusia en Ucrania, la Unión Europea aplica sanciones económicas contra Rusia con el convencimiento de que, de este modo, lograrían el colapso de su economía, generarían descontento social y eso facilitaría alcanzar su gran objetivo, la caída del gobierno de Putin.

Las sanciones comenzaron ya en marzo de 2014 y desde el inicio generaron problemas a los europeos. la limitación de relaciones comerciales supuso la pérdida importante de ingresos a los agricultores europeos que no pueden vender sus productos a Rusia, o la limitación de visados a turistas rusos, con la afectación que eso supone al turismo, entre otras.

Pero fue a partir del inicio del conflicto de 2022 cuando toda una cascada de nuevas sanciones pulverizaban toda la estructura comercial, financiera y de relaciones internacionales con las que estábamos conviviendo. Desde ese momento, prácticamente todos los meses la Comisión Europea aprobaba más sanciones contra Rusia.

Estas sanciones suponían, entre otras muchas cosas, la prohibición de entrada de todos los altos cargos y diputados rusos, la prohibición de las transacciones con el Banco Central de Rusia, la prohibición del sobrevuelo del espacio aéreo de la UE y del acceso a los aeropuertos de la UE por parte de compañías rusas de todo tipo, la misma prohibición a los puertos europeos, la exclusión de sistema financiero internacional SWIFT de los bancos rusos, la prohibición de difusión de los medios de comunicación rusos, el fin de la importación o exportación de petróleo o gas ruso, así como cualquier financiación a una empresa rusa. Las sanciones se ampliaron también a Bielorrusia, que no había cometido ninguna violación internacional, y se declararon sancionables todas las empresas o ciudadanos que violaran esas medidas.

La idea de las autoridades europeas era que, en pocos meses, la situación económica de Rusia colapsaría, al no tener posibilidad de vender su gas, su petróleo ni poder comercializar con Europa.

El 1 de marzo de 2022 el ministro francés de Economía, Bruno Le Maire, se jactaba así: “Las sanciones son eficaces, las sanciones económicas y financieras son incluso terriblemente eficaces […] Vamos a provocar el hundimiento de la economía rusa”.

Pero el resultado comenzó a ser muy diferente:

Alemania, el motor de la industria europea, se quedaba sin energía al paralizarse los gasoductos Nord Stream I y Nord Stream II. El gas pasó de estar disponible en un grifo al lado de Europa, a proceder de Estados Unidos, extraído mediante fracking, un método que era mucho más contaminante y que, además, debía licuarse para poder transportarse por barco a través de todo el océano.

Las empresas europeas que tenían pendiente el envío de mercancías a Rusia se las tenían que quedar sin vender, porque no lo permitían las medidas contra el paso de las fronteras, y las que tenían pendiente el cobro se quedaron sin cobrar, porque no lo permitían las sanciones bancarias.

Las zonas turísticas donde solían establecerse los rusos de alto poder adquisitivo se quedaron sin sus ingresos.

Las aerolíneas europeas que volaban a Asia debían ahora rodear Rusia, porque no podían entrar en su espacio aéreo; del mismo modo, los asiáticos también tenían que dar un rodeo para venir a Europa.

Como también se premió la entrada de productos agrícolas ucranianos para favorecer al régimen de Zelensky, se generó una grave tensión con los agricultores polacos y de otros países cercanos que vieron que el precio de sus productos se desplomaba en los mercados.

Una de las características de las sanciones internacionales contra un país es que, si el efecto desestabilizador no se logra en pocos meses, la nación sancionada logra buscar métodos alternativos para restablecer su economía y comercio. Y eso es lo que pasó con Rusia.

Algunas voces ingenuas europeas afirmaban que Rusia colapsaría en pocos meses, total, era un país con un PIB similar a Italia o poco más que el de España, no era una gran potencia económica. El problema de ese cálculo, es que la cifra del Producto Interior Bruto (PIB) de un país no dice mucho si no se especifica cómo se consigue, es decir, por medio de qué economía o producción genera su riqueza. No es lo mismo conseguir los ingresos para sobrevivir mediante turismo en sol y playas (caso de España), que lograrlo proporcionando gas y petróleo para el mundo. Ese mundo puede prescindir del turismo español, pero no tanto de la energía rusa, a la que no le faltaron clientes. Y no digamos si tu economía se sostiene en las meras finanzas especulativas, sin una buena estructura de producción industrial.

El resultado de las sanciones comenzó a apreciarse al poco tiempo. La balanza comercial de la zona euro pasó de 116.000 millones positivos en 2021 a 400.000 millones negativos en 2022.

Como ha señalado el economista Juan Torres, “el comportamiento de la economía rusa, a la que tantos daban por muerta en pocos meses por la guerra y las sanciones tras la invasión de Ucrania, ha sido una prueba del algodón: sólo los países con una base industrial potente, con economías centradas en la producción material de bienes y servicios productivos, pueden hacer frente a la guerra de nuestros días con cierta seguridad, sin que se hundan la actividad y el ingreso, y colapsen”.

Emmanuel Todd en su libro La derrota de Occidente, recuerda que Rusia, junto con Bielorrusia, sólo representa el 3,3% del PIB occidental. La diferencia es que ese PIB de Rusia es de bienes tangibles y no como el de Estados Unidos, que procede de actividades de difícil definición que no se sabe si calificar de inútiles o de irreales.

Continúa Torres recordando que, en Europa, “desde hace décadas (no sólo tras la crisis), se han impuesto políticas de austeridad que han producido una creciente pérdida de actividad, ritmos muy bajos de crecimiento económico y la desindustrialización progresiva, de la Unión en su conjunto e incluso de las grandes potencias como Alemania. Sirva como mejor prueba de esto que la industria de esta última representaba en 1991 el 30,2% de su PIB y el 36,8% si se incluía la construcción. A finales de 2023, esos porcentajes fueron 18% y 24,2% respectivamente”.

El pasado septiembre, el francés Le Monde revelaba algunos datos económicos interesantes que muestran el colapso en el que ha entrado Europa en comparación con Estados Unidos.

En 2008, la zona del euro y Estados Unidos tenían un PIB a precios corrientes equivalentes de 14.200 y 14.800 millones de dólares respectivamente (13.082 y 13.635 millones de euros). Quince años después, el de los europeos apenas supera los 15.000 millones, mientras que el de Estados Unidos se ha disparado hasta los 26.900 millones. Es decir, la brecha del PIB es del ¡80%!

El dato procede del Centro Europeo de Economía Política Internacional, un grupo de expertos con sede en Bruselas, que ha publicado una clasificación del PIB per cápita de los estados americanos y europeos. Según el ranking, Italia está justo por delante de Mississippi, el más pobre de los cincuenta estados americanos, mientras que Francia se sitúa entre Idaho y Arkansas, que están en los puestos 48 y 49 de estados americanos por orden de riqueza. Y Alemania está entre Oklahoma y Maine, que son el 38 y 39. Ya el 11 de agosto, los británicos se escandalizaron cuando supieron que eran tan pobres como Mississippi.

El pasado 17 de julio, The Wall Street Journal lo dejaba claro: «Los europeos se enfrentan a una nueva realidad económica que no conocían desde hace décadas: son cada vez más pobres». Y hacía el siguiente repaso: “Los franceses comen menos foie gras y beben menos vino tinto. Los españoles escatiman en aceite de oliva. Se insta a los finlandeses a usar saunas en los días ventosos cuando la energía es menos costosa. En toda Alemania, el consumo de carne y leche ha caído al nivel más bajo en tres décadas y el otrora próspero mercado de alimentos orgánicos se ha derrumbado. El ministro de Desarrollo Económico de Italia, Adolfo Urso, convocó una reunión de crisis en mayo sobre los precios de la pasta, el alimento básico favorito del país, después de que aumentaron más del doble de la tasa de inflación nacional”.

Entre las razones de estos cambios, el diario económico estadounidense hace referencia a “la guerra prolongada de Rusia en Ucrania. Al trastornar las cadenas de suministro mundiales y disparar los precios de la energía y los alimentos, las crisis agravaron las dolencias que se habían estado enconando durante décadas”.

Solo una precisión, no es la guerra, son las sanciones impuestas por Europa a Rusia las culpables. El desarrollo de la guerra no tendría afectación alguna a los suministros ni de energía ni de alimentos. Si algo necesita Rusia, es seguir vendiendo cereales, fertilizantes y energía. Mientras tanto, dice el diario, “los estadounidenses, por el contrario, se beneficiaron de la energía barata”. Como para tener dudas de quién salía ganando con la voladura de los gasoductos Nord Stream.

Pareciera que Europa, con sus sanciones a quien estaba castigando era a sus propias empresas que ya no podían ni comerciar, ni recibir energía ni tener filiales en Rusia. Todd compara la reacción de Europa a la de un niño enrabietado que para mostrar su ira se dedica a romper sus propios juguetes.

La realidad es que en Europa la inflación se ha disparado, los salarios se han congelado y, por tanto, ha caído el poder adquisitivo de los ciudadanos. La Unión Europea ahora representa alrededor del 18 % de todo el gasto de consumo global, en comparación con el 28 % de Estados Unidos. Hace 15 años, la UE y EE.UU. representaban cada uno alrededor de una cuarta parte de ese total.

Según el Centro Europeo para la Economía Política Internacional, si la tendencia actual continúa, para 2035 la brecha entre la producción económica per cápita en EE.UU. y la UE será tan grande como la que existe actualmente entre Japón y Ecuador, según el informe.

El disparo en el pie que se ha dado Europa con las sanciones a Rusia ya lo reconocen las publicaciones de economía occidentales. “La economía de Rusia sigue demostrando una resiliencia inusitada. Frente a las previsiones que auguraron una caída del PIB histórica en 2022 y un camino tortuoso durante años, los organismos internacionales y los bancos comienzan a admitir la realidad”, afirman en El Economista.

Durante 2023 el PIB de la zona euro subió un ridículo 0,4% y el Alemania bajó un 0,3%; mientras el de Rusia subía un 3,6 %. En realidad al resto del mundo que no sancionaba a Rusia también le iba bien, Venezuela subía más de un 5% y China un 5,3%.

El FMI revisó recientemente su perspectiva de crecimiento para Rusia al 3,2% en 2024, por encima de EE UU (2,7%) o la zona euro (0,8%).

Desde JP Morgan hasta la Organización de Países Exportadores de Petróleo todos destacan que “Rusia estaba exhibiendo un crecimiento sólido en 2023… Rusia podría superar las expectativas con mejoras en la demanda interna y el comercio exterior”, según señalaba el informe de la organización. Moscú lleva meses mostrando signos de recuperación que ahora se materializan de forma notable.

Si bien es cierto que el comercio ha retrocedido por las prohibiciones a la importación de muchos bienes, Rusia ha empezado a sustituirlos por producción nacional o comprándolos a otras economías. Esto, en parte, ha supuesto un estímulo para la demanda interna y el mercado laboral ruso.

Los expertos del Banco de Rusia señalan también que el aumento de la demanda privada se debe al crecimiento de la actividad del consumidor, que se ve impulsado por el aumento de los salarios reales y el alto crecimiento del crédito. Además, se está produciendo un aumento significativo de los beneficios de las empresas, lo que está incrementando el sentimiento empresarial positivo (más inversión y contratación), también gracias a los estímulos fiscales, que respaldan la elevada demanda de inversión.

No olvidemos que la política de sanciones contra Rusia ha provocado toda una nueva reconfiguración del sistema económico mundial en el que los grandes perdedores están siendo la Unión Europea y Estados Unidos. Algunos ejemplos:

El despegue de los BRICS está siendo espectacular y han demostrado que son capaces de crear un nuevo mundo económico donde ellos poseen más recursos naturales, un mayor crecimiento económico y la firme decisión de avanzar hacia su independencia de Occidente.

La desdolarización avanza a pasos gigantescos, se terminan los tiempos en los que Occidente se apropiaba de las divisas de los países que sancionaba, porque se guardaban en dólares.

El sistema de intercambio bancario internacional SWIFT, también está en declive, son más los países sancionados que operan al margen (desde Rusia a Venezuela) que los que integran ese modelo.

Las rutas comerciales han cambiado, el petróleo y el gas ruso ahora sale hacia China e India, no necesitan el mercado europeo.

El resultado es que la tasa de paro en Rusia se encuentra en el 3%, mínimos históricos en su economía. La falta de trabajadores está provocando que los salarios suban con fuerza. Según los últimos datos del servicio de estadísticas ruso, los salarios nominales están avanzando a un ritmo que supera el 11%, mientras que la inflación se sitúa en el 5,2%. Esto quiere decir que el salario real de los rusos está subiendo más de un 6%, probablemente una de las subidas más potentes de toda Europa. Es decir, menos paro y más salarios para los trabajadores rusos que en los países de la Unión Europea.

No olvidemos que, además, los europeos deben estar ahora pagando el envío de ayuda y armamento a Ucrania, un total de 136.960 millones de euros, la última partida aprobada es de 50.000 millones en los próximos cuatro años. Además deben afrontar el crecimiento disparado de su presupuesto de Defensa por las exigencias de la OTAN, solo en el último año ha aumentado un 10%. Todo esto son menos recursos públicos para infraestructuras, prestaciones sociales, sanidad o educación.

El tiempo ha mostrado lo ridículas de las afirmaciones en julio de 2022 de Josep Borrell sobre las sanciones: están «surtiendo efecto». O las de febrero de 2023: son «veneno a base de arsénico» e «irreversibles».

Todd señala que “es fácil entender por qué las oligarquías liberales [europeas] han adoptado las sanciones económicas como medio de guerra: son las capas inferiores de las sociedades occidentales [y no esas oligarquías] las que más sufren la inflación y la caída del nivel de vida”.

La realidad es que lo único que están envenenando es la economía europea.

Pascual Serrano es periodista y escritor. Su último libro es “Prohibido dudar. Las diez semanas en que Ucrania cambió el mundo”

 

 

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