Traspaso de poderes
ADRIÁN DÍAZ MARRO
Ciudad de México
América es un continente en eterna transición. La época colonial no fue jamás superada, en todo caso sustituida, y la custodia de los menores cambió de manos en virtud de una emancipación que no acaba de concretarse. Dejamos de mirar al este y empezamos a mirar al norte; la nueva tierra prometida. El llamado patio trasero estadounidense ha transitado una inestabilidad permanente que se antoja útil en los equilibrios geopolíticos globales. Resulta difícil entender el mundo como un tablero de ajedrez donde todos somos fichas sacrificables, encontrando más abajo del río Bravo una infinidad de peones a los que jamás se les permitió coronar reina. Y tras la desafección que provoca la eterna pobreza, un sueño americano inconsistente que, en todo caso, se produjo emigrando, dejando atrás pertenencias, también afectivas, América (el continente) vira sus esperanzas hacia el oeste, su oeste, que también lo tiene aunque en nuestros mapas el mundo acabe en el Pacífico y no exista nada a su izquierda.
La democracia está girando los países hacia políticas de izquierdas, más bien hacia políticos de izquierdas (las políticas hace tiempo que son muy similares). No se vota “encantado por”, sino “desencantado con” y hoy asoma una nueva esperanza en el horizonte. China se ha ido posicionando muy sigilosamente como el principal socio comercial de un buen número de países; ha firmado más acuerdos de libre comercio que nadie en esa región y ha rescatado ya a no pocos en apuros. No hay una vocación concreta por negociar con ciertos países, filtrando ideológicamente… Se negocia con todos. Con los más abiertos al comercio se comercia, con los más cerrados a la ideología se “ideologiza”. “De cada cual, según sus capacidades, a cada cual, según sus necesidades”, llevado a un pragmatismo máximo para explicar por qué son capaces de negociar con su amigo y con el enemigo de su amigo. Un equilibrio que, de momento, le funciona a China. Al fin y al cabo, nadie entiende China y, en todo caso, el objetivo nunca fue entender a Mister Marshall, sino obtener lo máximo de él.
Quedan hoy catorce países que reconocen oficialmente a Taiwán y, por tanto, no tienen relaciones oficiales con China. Nueve islas/paraísos fiscales (incluyo aquí al Vaticano) y cinco países con cara y ojos, todos ellos en el continente americano (Guatemala, Honduras, Belice, Haití y Paraguay) que no por ello dejan de comerciar con China.
El gigante asiático avanza, y la Nueva Ruta de la Seda incluye ya a un continente al que jamás llegaron las carretas repletas de seda de la ruta original. El patio trasero de EEUU se rebela y busca un nuevo gran socio comercial. Y Latinoamérica se pregunta cómo pueden copiar el modelo chino, un esquema que los sacó de la miseria a base de trabajo duro en unas condiciones incontestablemente peores que las que tiene hoy, de las que huye hoy Latinoamérica. La respuesta es cruel, pero, como decía Serrat: “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”: China salió de la miseria con esfuerzo propio, mientras que la mayor parte de los países pobres del mundo aspira a salir de la miseria con esfuerzo ajeno. La ecuación solo se mantiene en pie con un desconocimiento total sobre China, que ahora se ve como un flotador de políticas cada vez más autodestructivas. No es crédito lo que necesita una de las regiones más hiperendeudadas del planeta, que justamente rehúsa pagar la deuda ya contraída; la solución debe pasar por otro lugar, distinto al de ir arrimándose al hegemón de turno en busca de nuevos mecenazgos.
China es una oportunidad de comercio, justo, sin chantajes militares, con el que poder intercambiar bienes y prosperar como lo hicieron ellos, como lo hicieron todos y cada uno de los países que han salido de la miseria en los últimos 200 años. ¿Qué no es China? O ¿Qué no debería ser China? Un nuevo prestamista que nos permita continuar con el desastre actual; no hay nada peor que un mal soportable y la sensación es que vemos en China al enésimo propietario al que le vendemos un pedacito de nuestra vivienda, de nuestra capacidad de decisión y de nuestro futuro, con tal de seguir siendo poco más que inquilinos de un espacio que creemos nuestro, pero del que apenas podemos asumir los gastos mensuales para tener una vida digna.
No nos engañemos, China viene a lo mismo que los demás: a beneficiarse. No hay caridad, ni solidaridad, ni donaciones. Igual que anteriormente españoles, portugueses, ingleses o estadounidenses. Vienen buscando obtener un beneficio propio de esta relación. Cierto es que no lo hacen con violencia, no pretenden una relación tóxica o invasiva, no juzgan nuestros haceres internos, nuestra religión o nuestras tendencias políticas. Buscan comercio puro. Presentan una oferta y depende de nosotros aceptarla o renegociar. La esperanza está en que en cada uno de nuestros territorios logre emerger una clase política que sepa captar la oportunidad del momento y tomar las decisiones adecuadas para evadirse de un callejón sin salida del que objetivamente ya salieron todos los demás.
Vivimos un momento crítico en un buen número de países del mundo. Un nuevo hegemón mundial llama a nuestras puertas y depende de nosotros y de nuestro antiguo casero, claro, ver cómo hacemos ese traspaso de poderes.
Adrián Díaz Marro es consultor de desarrollo de negocio en Asia.