Los oscuros secretos de los laboratorios biológicos de EEUU
JAYRO SÁNCHEZ
El debate público sobre el origen de la pandemia global de COVID-19 sigue desarrollándose casi cuatro años después de su inicio. La teoría más avalada es la de que el virus que la originó surgió de manera natural, siendo traspasado al primer ser humano que contrajo la enfermedad por un animal infectado.
Los expertos creen que sus sujetos de transmisión pudieron ser los murciélagos y los pangolines, unos mamíferos de piel escamosa que se pueden encontrar en las zonas tropicales de África y Asia. Pero, a pesar de los numerosos estudios y experimentos que se han desarrollado para probar esta hipótesis, los investigadores no han conseguido confirmarla.
La periodista científica estadounidense Alison Young defiende una segunda versión de la historia sobre el origen de la enfermedad en su libro Pandora’s Gamble: Lab Leaks, Pandemics, and a World at Risk.
¿Modificaciones artificiales?
Young considera posible y bastante probable que el virus escapara de uno de los muchos centros de investigación biológica de alta seguridad que se hallan diseminados por todo el planeta. Y no descarta que la base genética del SARS-CoV-2 pudiera haber sido modificada artificialmente antes de su liberación, ya fuera ésta accidental o deliberada.
Su teoría no es el clásico conjunto de conjeturas inconexas fabricado por los fanáticos de las conspiraciones. Se basa en una gran cantidad de material periodístico recogido a lo largo de toda su carrera: entrevistas con importantes cargos científicos, declaraciones de instituciones de prestigio o explicaciones detalladas sobre las estructuras y el funcionamiento biológico de los patógenos.
Y su principal premisa es que la construcción de nuevos laboratorios biológicos de alta seguridad incrementa cada vez más las posibilidades de que las peligrosas sustancias que investigan escapen y provoquen una serie de pandemias letales a escala mundial.
Medidas poco efectivas
Como la propia periodista afirma, la mayoría de las personas están convencidas de que las medidas y protocolos de seguridad de estas instalaciones son las más estrictas y eficaces del planeta.
Sin embargo, esa visión contrasta de manera palpable con la realidad observada por Young en sus visitas a lugares como el Laboratorio de Enfermedades Infecciosas Emergentes, en la sede central de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de Atlanta (Georgia), donde encontró una puerta rota que daba acceso a un área restringida sellada con un trozo de cinta adhesiva.
Pero este no es el único fallo de seguridad del que la veterana periodista ha tenido constancia.
Los científicos de otro laboratorio de los CDC usaban un método no regulado que se demostró ineficaz para desactivar la carga vírica de las esporas de ántrax con las que trabajaban; el personal del principal centro de investigación biológica del Ejército estadounidense, situado en la base de Fort Detrick (Maryland), dejó escapar agua contaminada con microorganismos letales al cercano río Monocacy; los monos del Centro Nacional para la Investigación de Primates de Tulane fueron infectados por la bacteria que causó la grave enfermedad de la melioidosis en 2014.
Escasa cultura de bioseguridad
En su obra, la reportera explica que existe una escasa cultura de la bioseguridad entre el personal de los laboratorios, y que las instituciones encargadas de vigilar y regular sus medidas de seguridad han encubierto graves fugas de patógenos a la opinión pública y han bloqueado los intentos de obtener información realizados por algunos periodistas.
Ántrax, viruela, coronavirus, gripe aviar, ébola… Todas estas peligrosas enfermedades son objeto de estudio en los biolaboratorios de los que habla Young, que en muchas ocasiones no cuentan con los protocolos adecuados para actuar ante la liberación de un virus o la infección de uno de sus trabajadores.
Pandora’s Gamble es un trabajo periodístico de primer nivel. Completo, ameno y crítico, desvela una escandalosa historia sobre las escasas medidas tomadas por la comunidad científica mundial para evitar los peligros que conlleva la investigación de ciertas sustancias biológicas.
Y cuenta con las garantías proporcionadas por una veterana informadora que ha publicado sus trabajos en medios de comunicación como USA Today o The Atlanta Journal-Constitution y que ha recibido premios como el National Press Club, el Scripps Howards o el Gerald Loeb.
Más de 300 bio-laboratorios en todo el mundo
Se supone que los trabajadores de estas instalaciones científicas solo deben investigar las sustancias biológicas letales para facilitar el desarrollo de tratamientos sanitarios contra ellas y la erradicación de graves enfermedades, ya que la Convención sobre la Prohibición del Desarrollo, la Producción y el Almacenamiento de Armas Bacteriológicas y Toxínicas de 1972 condena su utilización en el ámbito bélico.
Pero no hay ningún sistema de control efectivo que garantice que los países con las capacidades necesarias para crear armamento biológico no lo hagan. De hecho, varios medios de comunicación han publicado que EEUU dirige las actividades de 336 bio-laboratorios repartidos por todo el mundo.
La subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos de la Administración Biden, Victoria Nuland, reconoció ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado estadounidense que varios centros de esta clase habían sido creados en Ucrania, pero negó que sus trabajadores estuvieran implicados en el desarrollo de armas biológicas.
Los medios de comunicación que trataron este asunto afirman que hay alrededor de 30 laboratorios en territorio ucraniano, y algunos aseguran que los investigadores trabajan en la creación de armamento biológico de acción selectiva para usarlo contra determinados grupos étnicos del país.
Ucrania no es, sin embargo, el único lugar donde el Ejército de EEUU financia, administra y opera esta clase de centros científicos. El digital de Europa del Este Politnavigator ha dado cuenta de la presencia de biólogos estadounidenses en Kazajistán, donde supuestamente habrían inventado nuevos métodos de propagación de virus mortales relacionados con el ganado.
También se ha acusado a EEUU de construir laboratorios en Armenia, Georgia, Azerbaiyán, Kenia, Liberia, Tanzania, Yibuti y otros países. Según las declaraciones oficiales proporcionadas por el Gobierno norteamericano a la prensa internacional, en ellos se estarían realizando estudios relacionados con la viruela del mono, el ébola y otros tantos patógenos letales.