Un fantasma recorre Europa, el fantasma de Sahra Wagenknecht
PASCUAL SERRANO
Pasó muy desapercibida en España una noticia del pasado 23 de octubre que puede ser relevante para la izquierda europea. Nueve eurodiputados, liderados por la diputada alemana Sahra Wagenknecht, abandonaban el partido político Die Linke, lo que supone perder el grupo parlamentario en el Bundestag. Los diputados escindidos crean un nuevo partido, que se llamará Alianza Sahra Wagenknecht por la Razón y la Justicia (BSW en alemán), con el que se presentarán a las próximas elecciones europeas, el año que viene.
En el documento en el que anuncian su salida dan algunas razones:
Acusan a la izquierda institucional actual de “centrarse en los entornos urbanos, jóvenes y activistas” y alejarse de los “votantes tradicionales”. Es decir, obreros, sindicalistas y población rural. Lo que, en su opinión, ha dado “como resultado que el partido ha tenido cada vez menos éxito entre los votantes”
También denuncian “el rumbo militar del gobierno alemán”, apoyado por la izquierda institucional: “La política exterior alemana provee de munición a guerras en lugar de buscar soluciones pacíficas”.
Consideran que en la estructura actual de su partido de la izquierda institucional existe una clara “estrechez de los canales de opinión aceptados”. Y que este partido “ya no aparece como una oposición claramente reconocible, sino como un partido aguado de “sí, pero…””.
De ahí que dan un paso hacia la creación de “una nueva fuerza política, una voz democrática por la justicia social, la paz, la razón y la libertad”.
Aunque el debate y la noticia ya era un secreto a voces, el documento en el que anunciaban su salida y razones se publicaba en el diario Junge Welt, el histórico periódico de la juventud comunista de la antigua Alemania del Este, lo que mostraba la clara línea de izquierda del nuevo proyecto. No olvidemos que Wagenknecht se crio en la República Democrática Alemana y escribió su tesis sobre la interpretación de Hegel de un joven Karl Marx.
Que haya una escisión en la izquierda no es nada excepcional, lo novedoso de esta es que la salida se hace hacia la izquierda, la lideran políticos tan carismáticos como la diputada Sahra Wagenknecht (fue vicepresidenta del partido y es esposa del histórico líder de izquierda Oskar Lafontaine) y las encuestas le dan una intención de voto de hasta el 14%, lo que supondría el cuarto puesto, tan solo por detrás de los democristianos de la CDU, los ultras de AfD y pisándole los talones a los socialdemócratas del SPD. Dos de cada diez alemanes dicen que se pueden imaginar dándole su apoyo. Die Linke no llegó al 5% en las pasadas elecciones generales de 2021 y ahora acaba de perder todos sus diputados en las elecciones de Hesse y Baviera.
El documento de salida y las numerosas declaraciones y posicionamientos de Wagenknecht permite apreciar que su ideario supone una ruptura con los elementos de la actual izquierda urbana y joven que domina el panorama institucional europeo y en gran parte de América Latina: guerras culturales identitarias, discusiones sobre género y orientación sexual, ideario woke, aceptación de las políticas militaristas de la OTAN en Ucrania, simpatías a Biden y buenismo a una emigración de refugiados provocados precisamente por las guerras y agresiones que esa izquierda no critica (o incluso apoya) en Libia, Siria, Líbano o Yemen.
Ante todo ello, el nuevo movimiento alemán propone una vuelta a los valores tradicionalmente de izquierdas, centrados en la defensa de los trabajadores y la redistribución de la riqueza, la clara oposición a la OTAN y al envío de armas a Ucrania, el fin de las sanciones a Rusia y una política migratoria mucho más restrictiva, porque entienden que no es la forma de mejorar el futuro de los países de los que proceden ni de los trabajadores alemanes. Es por todo esto, que sus apoyos beben de todo el espectro político alemán, desde sus excompañeros de Die Linke, a la ultaderecha de AfD, pero también de los grandes SPD y CDU. Para las elecciones europeas de dentro de seis meses, las encuestas le dan el 20% de los votos, toda una revolución.
Hay que reconocer que a Wagenknecht se lo están poniendo fácil en Alemania. Su economía se encuentra en recesión desde mediados de 2023 y apenas ha recobrado su PIB prepandemia con motivo de las sanciones impuestas a Rusia, que le han dejado sin fuentes de energía al precio que tenía antes y, por tanto, han dejado tocada su competitividad industrial. Solo en los últimos días han saltado las noticias de que Bosch despedirá a 1.500 trabajadores y Michelín otra cifra similar. La prensa española hasta ha recogido la grave situación de los hijos de los emigrantes españoles que llegaron a Alemania en los sesenta y setenta, y que ahora están siendo despedidos. A todo eso se añade que Alemania ha sido el país más abierto a la recepción de refugiados de las guerras provocadas por la OTAN y Occidente (Siria, Libia o Afganistán), algo que muchos obreros, caladero tradicional de la izquierda, han interpretado como una oferta de mano de obra que empujaba a la baja sus condiciones laborales.
A ello añadir las actuales guerras, donde Alemania es uno de los países más implicados y perjudicados, sin que los ciudadanos alemanes puedan comprender el motivo de su participación, más allá de un humillante seguidismo a Estados Unidos. Tan humillante como el sabotaje de los gasoductos Nord Stream, que proporcionaban energía barata rusa a la industria alemana y que a nadie se le escapa la mano del “amigo” estadounidense detrás con el silencio sumiso de los gobiernos alemanes. Y para más inri, el liderazgo alemán en el envío de armamento a Ucrania, incluso ahora con más diligencia que Estados Unidos. Muy astutamente, Wagenknecht ha relacionado los problemas de fabricación y suministro de medicamentos en Alemania al desvío de los recursos industriales a armamento para Ucrania: “Qué tipo de política perversa es esta, que está causando el abandono de los niños y el cáncer, pero la producción europea de armas mortales con miles de millones de euros sí es necesaria inmediatamente. Creo que finalmente deberíamos cuidar de un sistema de salud que ponga el cuidado decente de los enfermos en el centro y que construya la producción de medicina doméstica, en lugar de prolongar una terrible guerra incumplidamente con el suministro de armas y municiones”.
Algo similar ha sucedido con la guerra de Gaza, donde el gobierno alemán, en su obsesión de méritos proisrrealíes ha llegado a prohibir las manifestaciones pacíficas de solidaridad con los palestinos e incluso el land de Sajonia-Anhalt anunció que será obligatorio firmar un documento que reconozca expresamente “el derecho a existir de Israel” para lograr la residencia alemana. De nuevo políticas internacionales de seguidismo a otros países que solo consiguen despertar el sentimiento de humillación de los alemanes.
Es lógico que con esos mimbres gubernamentales, el nuevo partido de Sahra Wagenknecht despierte adhesiones en una población que vive olas de refugiados tras intervenciones de la OTAN, se les implica en dos guerras que no les incumben y que solo les destrozan la economía y, todo ello, aceptado por su izquierda institucional, que limita sus campañas a guerras culturales e identitarias.
Cualquier europeo observará muchas similitudes entre este panorama alemán y el de su país. Quizá es solo cuestión de tiempo que vayan apareciendo Sahras Wagenknecht en otros países. Ya lo ha señalado un investigador del Real Instituto Elcano: “aunque su propuesta se dirige a inquietudes típicamente alemanas, también refleja problemas compartidos con el resto de la Unión Europea. Si BSW prospera, no tardará en desarrollar imitadores a lo ancho y largo de la UE”. Quizás sea ese el nuevo fantasma que recorra Europa, 175 años después del fantasma comunista que anunciaron también desde Alemania Marx y Engels. O eso, o será la ultraderecha la que coseche la indignación… y los votos.
Pascual Serrano es periodista, analista de medios y escritor. Su último libro es “Prohibido dudar. Las diez semanas en que Ucrania cambió el mundo”