Los discursos (y los crímenes) de odio en la era Milei

CECILIA VALDEZ

Andrea Amarante (42), Pamela Cobas (52), Roxana Figueroa (52) y Sofía Castro (49), compartían una habitación del barrio de Barracas (Buenos Aires), hasta el 5 de mayo pasado cuando fueron víctimas de un lesbicidio.  Pamela y su pareja, Roxana, dormían en una cama matrimonial cuando se despertaron envueltas en llamas e intentaron salir del cuarto, pero fueron empujadas puertas adentro por Justo Fernando Barrientos. Barrientos vivía en una habitación contigua y a la medianoche de ese día abrió la puerta del cuarto donde vivían las mujeres, les arrojó un explosivo casero y provocó el fuego. Pamela, Mercedes y Andrea murieron producto del incendio y Sofía permaneció internada unos días en el Hospital del Quemado tras lo que fue dada de alta.

A comienzos de junio, al cumplirse un mes del ataque, Barrientos fue procesado por “homicidio doblemente agravado” contra las tres víctimas. Sin embargo, los agravantes que se aplicaron fueron por alevosía y peligro común, pero no se aplicó el agravante expresado en el inciso 4 del artículo 80 del Código Penal que refiere al delito específico de crimen de odio ni tampoco se consideró violencia de género. Este hecho se da en un contexto donde crecen los discursos de odio hacia las diversidades sexogenéricas, una situación que se multiplicó con la llegada al poder de Javier Milei.

Según la Doctora Micaela Cuesta -coordinadora del Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos de la Universidad de San Martín-, hablamos de discurso de odio cuando un enunciado proferido en la esfera pública, que incluye las redes sociales y el mundo digital, procura incitar o legitimar una violencia o una discriminación hacia una persona, o hacia un grupo de personas, en función de las características que relacionan a esa persona a un colectivo históricamente vulnerabilizado, estigmatizado o que porta marcas de segregación. Esas marcas suelen estar asociadas al género, la etnia, la clase o la religión.

Cuesta también diferencia entre discursos de odio e insultos, no sólo porque es muy significativa sino porque en esa diferencia radica la especificidad de los discursos de odio. “Un insulto puede ser una descalificación, sin fijarse o detenerse en ninguna de las marcas que mencionamos”, puntualiza. Según Cuesta, para insultar se suelen hacer citas al pasado, y a formas de subestimación y desprecio asociadas a relaciones de subordinación históricas: “O sea, no cualquier palabra es un insulto, las palabras son insultantes cuando ofenden la estima, la autoridad o la posición de quien está siendo ofendido. Y remiten al pasado, porque lo que quieren es restituir a quien está siendo ofendido a una posición de subordinación, y disciplinarlo. Si bien los insultos y los discursos de odio se solapan, el discurso de odio es más que un insulto que suele incluir una incitación a la violencia más o menos explícita.”

En la Argentina de la era Milei no sólo se avalan este tipo de discursos, sino que se profieren desde los mismos estratos públicos de la mano de muchos funcionarios de gobierno, y se vacían o se cierran los organismos encargados de controlar este tipo de situaciones. En este sentido, luego del lesbicidio de Barracas, la Federación Argentina LGBT (FALGBT) emitió un comunicado repudiando el ataque en el que exigen políticas públicas contundentes: “No podemos dejar de señalar que los crímenes de odio son el resultado de una cultura de violencia y discriminación que se sostiene sobre discursos de odio que hoy se encuentran avalados por varios funcionarios y referentes del Gobierno Nacional. Y los únicos espacios a los que podemos recurrir quienes somos víctimas de estos ataques, están siendo vaciados o eliminados por el actual gobierno como, por ejemplo, el INADI”. El 22 de febrero pasado el gobierno anunció el cierre del INADI (Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo) y, en esa línea, hace 3 semanas despidió al 40% de su planta, en su mayoría personas pertenecientes al colectivo LGBT y personas con discapacidad. 

Unos días antes de la victoria que le dio la presidencia a Milei, aparecieron pintadas en diferentes puntos del país con mensajes homofóbicos, transfóbicos y misóginos, tales como “Chau parásitos adoctrinadores”, “Se terminaron los pañuelos verdes” -característicos de la lucha por la ley del aborto-, o “Familia es un hombre y una mujer”, que el gobierno luego avaló, y habilitó, a través de sus discursos públicos.

Para Cuesta, lo que sucedió con el asesinato de las mujeres lesbianas se enmarca en un crimen de odio, porque esa condición fue determinante en el desencadenamiento de los hechos que derivaron en la muerte de tres de ellas. “La importancia de atender a este tipo de discursividad violenta está directamente asociada a los efectos que produce”, sostiene. “Lo que hacen los discursos de odio es autorizar a sujetos particulares a realizar actos a través de la legitimación que se da desde los lugares de poder. Es decir, sí desde los lugares de poder se deshumaniza, estigmatiza e incita a una acción violenta contra ciertos colectivos que portan estas marcas, no es muy difícil que eso se traduzca en acciones violentas, reales y concretas, que producen muertes.” 

En enero pasado, apenas un mes después de su investidura, en su discurso ante el Foro de Davos, Milei responsabilizó a los feminismos del “entorpecimiento económico” y calificó a las personas que trabajaban en espacios como el Ministerio de la Mujer, Género y Diversidad, y todos los organismos que promueven esta agenda, como “burócratas que no le aportan nada a la sociedad”. El ministerio fue degradado a subsecretaria con la asunción del nuevo gobierno, y en junio de este año, se anunció su cierre. De esta manera, en Argentina prácticamente no queda en pie ninguna política de prevención de la violencia de género en funcionamiento en el Estado nacional, y se eliminaron muchas de las políticas que eran sostén y apoyo de los sectores más vulnerables de las mujeres y la comunidad LGBT.

Respecto de las razones por las cuales hay épocas más proclives a los discursos de odio que otras, Cuesta opina que hay momentos de crisis -económicas, morales o de los sistemas de gobierno-, y que este es un momento de crisis múltiple que contiene dimensiones de todos esos elementos. “Estas crisis producen una experiencia de sufrimiento y de padecimiento social, de incertidumbres y angustias, que muchas veces se llenan con estas ideologías compensatorias, que erigen chivos expiatorios como los culpables de ciertos padecimientos subjetivos”, señala. Según Cuesta, como culpables de esos padecimientos subjetivos se suelen poner a los colectivos y poblaciones que están más a mano: los políticos, los negros, los migrantes, las mujeres, etc. “Como si fuesen ellos los que producen la crisis que cada quien padece de modo atomizado” agrega. “Creo que los contextos de crisis, sin duda, son los más fértiles para que crezcan este tipo de agresividades, porque es como una reacción violenta a una violencia padecida, que no encuentra, o no es capaz de volver inteligible, las causas estructurales de violencia, y es más fácil volverse contra un débil que identificar al fuerte que está produciendo efectivamente ese malestar, y combatirlo.”

Cecilia Valdez es periodista argentina.

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