La carrera de Kursk
RAFAEL POCH-DE-FELIU
En Kursk hay una carrera. Los ucranianos y la OTAN quieren mantener su baza territorial de negociación, mientras que los rusos quieren arrebatársela antes de que Trump jure el cargo para fortalecer aún más la posición negociadora de Moscú.
Los últimos peldaños de la escalada que acabamos de presenciar en Ucrania, la implicación occidental en los ataques con misiles a territorio ruso y la respuesta de Moscú lanzando por primera vez, el 21 de noviembre, un misil hipersónico de alcance intermedio llamado Oréshnik con vehículos de reentrada múltiples e independientes (MIRVs), imposible de interceptar y carga convencional, tienen una lógica clara y concreta: se trata de la carrera por definir las bazas para una futura solución negociada de esta guerra.
Con el apoyo de sus patrocinadores occidentales, Ucrania lanzó en agosto una operación militar en la región rusa de Kursk. No era la primera vez que Ucrania y la OTAN bombardeaban territorio ruso. Recordemos que se lanzaron drones contra el Kremlin de Moscú, se bombardearon instalaciones estratégicas como sistemas de alerta temprana y bases aéreas, e infraestructuras tan importantes como el puente de Crimea o la central nuclear de Zaporozhye, ésta en territorio ucraniano conquistado. La incursión en Kursk pilló de sorpresa a los militares rusos y fue desconcertante porque no tenía un gran sentido militar. No frenó el lento pero constante avance militar ruso en la línea de frente, ni parecía sostenible dada la cada vez mayor desproporción en medios y efectivos de los dos bandos. Los rusos siguieron imperturbables machacando las infraestructuras energéticas ucranianas y avanzando en casi todos los sectores del amplio frente. ¿Cual era entonces su sentido?
El presidente Zelenski explicó en septiembre que lo de Kursk estaba orientado a forzar a Rusia a negociar. Rusia ocupa el 20% del territorio ucraniano y no tiene la menor intención de cederlo. La ocupación militar ucraniana de territorio ruso en Kursk le daba a Kíev una baza para una futura negociación “territorios por territorios”. El problema es que en las últimas semanas Rusia ha recuperado casi la mitad del territorio que Ucrania conquistó en agosto en Kursk. Y, según fuentes militares occidentales citadas por The Wall Street Journal –Ukraine Clings to Shrinking Sliver of Russia, Expecting Trump to Push for Peace Talks – WSJ, lo peor está por venir, pues el ejército ruso está a punto de iniciar una ofensiva mayor allá. Los pronósticos citados por el diario son meridianamente sombríos: un comandante de pelotón confiesa que cada vez es más difícil “motivar a los soldados” que luchan allá en inferioridad de condiciones. Las transmisiones militares ucranianas son muy defectuosas porque el sistema Starlink de Elon Musk que cubre toda Ucrania no funciona en territorio ruso. “Al final nos van a echar”, dice un comandante de batallón de la 47 brigada ucraniana citado por ese diario.
Quedan menos de dos meses para el traspaso de poder presidencial de Biden a Trump. En la decisión de atacar con misiles territorio ruso no parece haber rastro de ninguna zancadilla de la administración de Biden a los “propósitos de paz” de Trump. “El complejo militar-industrial parece querer garantizar el inicio de la Tercera Guerra Mundial antes de que mi padre tenga ocasión de lograr la paz y salvar vidas”, escribió en un tweet el hijo del presidente entrante, Donald Trump jr. Pero el propio Trump ha mantenido un significativo silencio. Su futuro consejero de seguridad nacional, Michael Waltz, ha dejado claro en sus conversaciones con su homólogo saliente, Jake Sullivan, que para llegar a una negociación favorable, “hay que mantener la disuasión” y “proseguir la escalada”. “Nuestros adversarios que ven (en el cambio de administración) una oportunidad y creen que pueden enfrentar a una administración con la otra, están equivocados”, dijo Waltz en una entrevista con Fox News. “En esta transición, vamos mano a mano, somos un solo equipo”, añadió.
En Kursk hay una carrera. Los ucranianos y la OTAN quieren mantener su baza territorial de negociación, mientras que los rusos quieren arrebatársela antes de que Trump jure el cargo para fortalecer aún más la posición negociadora de Moscú.
El Kremlin tiene cuatro objetivos: 1-expulsar a Ucrania de las cuatro regiones que se ha anexionado para disponer de ellas por completo, 2-que no haya fuerzas de paz de la OTAN ni occidentales en la frontera que resulte, 3- desmilitarizar Ucrania y restablecer el precepto constitucional de neutralidad en la carta magna de Kíev, y 4- derogar las leyes anti rusas. Al mismo tiempo, eso debe lograrse sin que se haga clamorosamente evidente la debacle occidental. Eso es particularmente difícil, no tanto con Washington – que también – como con las potencias europeas de la OTAN, cuya estupidez y temeridad estratégica supera todo lo razonable.
Los escenarios que se perfilan en Ucrania ya son inseparables de las otras guerras y masacres en Oriente Medio, con el genocidio de Gaza, las masacres en Cisjordania, la guerra en Líbano y lo que se prepara contra China en Asia. Todo está intercomunicado, como sugiere la “economía de violencias” (ahorrar en Ucrania para invertir más en el desastre israelí y el frente chino) que pregona el imprevisible Donald Trump. Yeltsin en Washington – Rafael Poch de Feliu.
Desde luego, el mundo nunca había estado tan cerca de una catástrofe nuclear desde la crisis de los misiles de Cuba -lo que no quiere decir que tal catástrofe sea inevitable. Desconocemos cuales serán las consecuencias de una continuidad de la actual escalada bélica en Ucrania, porque son imprevisibles, y, además, las cosas pueden escapar fácilmente a la voluntad de quienes toman las decisiones. Pero las meras dudas e incertidumbres al respecto son demasiado terribles como para conformarse con ellas y seguir jugando a la ruleta rusa.