EEUU e Israel, una relación no idílica
EUGENIO GARCÍA GASCÓN
A fines de marzo, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, anunció una moratoria para su iniciativa de llevar adelante una reforma judicial de gran profundidad y que la oposición ve como una amenaza a la separación de poderes de los países democráticos. Sin embargo, el primer ministro dejó claro que su intención no es dar marcha atrás en la controvertida reforma, sino tan solo aplazar su recorrido parlamentario durante un periodo de tiempo impreciso pero no demasiado largo. La decisión llegó después de tres meses de multitudinarias protestas en las calles y de que los estrechos aliados occidentales de Israel criticaran un plan que de momento ha conducido a fuertes tensiones políticas y económicas.
Inmediatamente después del anuncio, la Casa Blanca y otros dirigentes occidentales mostraron su satisfacción. El presidente Joe Biden dio la bienvenida a esa rectificación, que Netanyahu llamó “pausa”, argumentando que los valores democráticos son esenciales en las relaciones entre los dos países. Aunque Netanyahu insiste en que sus vínculos con Biden han sido excelentes a nivel personal durante cuatro décadas, los desencuentros acerca de la reforma habían socavado las relaciones con EEUU durante los primeros cien días de su gobierno, y los movimientos y las omisiones que realizan ambos mandatarios indican que su relación no es idílica y que no siempre juntan las sinergias.
Netanyahu aclaró sin demora que Israel no toma sus decisiones en función de presiones externas, incluidas las de su aliado más próximo, sino en función de lo que deciden sus ciudadanos. Naturalmente, Israel es el primer país que presiona a otros para que modifiquen sus políticas, como estos días está sucediendo con Polonia y la memoria del Holocausto o exterminio ordenado por las autoridades nazis en la Segunda Guerra Mundial.
Una cuestión por determinar es hasta qué punto la administración demócrata presionará a Israel. No es un secreto que Netanyahu y su coalición ultranacionalista y ultrarreligiosa prefieren una administración republicana, y confían en que en las elecciones de noviembre de 2024 gane el candidato republicano, sea quien sea. El último mandato de Donald Trump fue el más proisraelí de la historia y Netanyahu incluso bautizó con el nombre de Trump un nuevo asentamiento judío en los Altos del Golán ocupados a Siria en la guerra de 1967. En las actuales circunstancias, Netanyahu intentará capear el temporal demócrata con la esperanza de que pronto haya un relevo en la Casa Blanca.
Existe un factor que cada día incide más en la actitud política de los estadounidenses corrientes en relación a Israel. Joseph Lieberman, exsenador de larga duración en Estados Unidos y uno de los principales aliados del estado judío en el Capitolio, ha reconocido esta semana que lo que sucede en Israel puede modificar las actitudes de los estadounidenses, especialmente de los votantes del partido demócrata, más sensibles a la justicia y a los derechos humanos. Históricamente, han sido los demócratas quienes más incondicionalmente han apoyado a Israel, pero esta situación está cambiando a buen ritmo y se da la circunstancia de que ya son los republicanos quienes más apoyan a Israel, aunque es precisamente entre los republicanos donde hay más antisemitas.
Cabe preguntarse qué ocurrirá en el año y medio que falta para las elecciones presidenciales en EEUU, si Netanyahu enmendará pronto las relaciones con Biden o si jugará la carta republicana cuando esta llegue y hasta entonces capeará el temporal como pueda. Una realidad es que desde que Biden accedió a la Casa Blanca se observa un creciente desinterés americano por las cuestiones de Oriente Próximo, circunstancia que está aprovechando China, como se ha visto en su mediación para que Irán y Arabia Saudí normalicen las relaciones después de años de distanciamiento.
El acercamiento entre Teherán y Riad es una noticia muy mala para Israel. Los dirigentes israelíes, y en especial Netanyahu a lo largo de sus prolongados mandatos, han jugado siempre con ventaja esa baza, presentando a la República Islámica como una amenaza existencial no solo para los países sino para los mandatarios de la península arábiga en particular. Sin embargo, desde hace algún tiempo esos agentes árabes están desoyendo a Netanyahu y muestran el deseo de retomar las relaciones con Irán, algo que ciertamente inquieta a Israel y de momento no ha hecho pestañear a EEUU.
No solo es malo para Israel que Washington se aleje de Oriente Próximo, sino también que los americanos dejen moverse con libertad a aliados como Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos o Egipto, algo que cuestiona la hegemonía israelí. El aparente distanciamiento con Washington todavía reviste una mayor incertidumbre si consideramos que la crisis institucional que atraviesa Israel no parece que vaya a resolverse mientras Netanyahu esté en el poder.
Eugenio García Gascón ha sido corresponsal en Jerusalén 29 años y es premio de periodismo Cirilo Rodríguez.