EEUU deporta sin piedad a los inmigrantes venezolanos a los que antes favorecía

CLODOVALDO HERNÁNDEZ

Caracas

Luego de un período de tratos especiales, Washington aprieta los controles sobre los venezolanos que pretenden vivir su sueño americano, entre quienes estaban los que habían atravesado la peligrosa selva colombo-panameña del Darién

Estados Unidos cambió su política de inmigración para venezolanos y procedió de inmediato a prohibir la entrada de los que intentaban hacerlo por la frontera con México. También ha comenzado a expulsar a algunos que ya habían ingresado, pero se encontraban ilegales.

Hasta ahora, los venezolanos gozaban de preferencia. Las autoridades hacían la vista gorda con ellos, mientras seguían impidiendo la entrada de migrantes de otras nacionalidades.

Las nuevas reglas de juego han causado desazón y desconcierto entre los opositores venezolanos, toda vez que la presión migratoria sobre EEUU ha sido presentada durante meses como la principal prueba de que Venezuela sigue viviendo una crisis humanitaria y el sostén de un relato según el cual miles de personas huyen a diario de la ruina económica causada por el socialismo y de la represión del gobierno de Nicolás Maduro, al que caracterizan como una dictadura.

Ahora solo podrán optar a ingresar y quedarse en Estados Unidos un tope de 24.000 venezolanos, quienes entre otros requisitos, tendrán que disponer de un ciudadano norteamericano o residente legal que los patrocine y presente una suerte de fianza.

Esta decisión de Washington es la continuación de uno de los componentes de la guerra multidimensional destinada a forzar un “cambio de régimen” en Venezuela, un largo proceso que ya tiene más de una década.

Quebrar la sociedad mediante la migración
Venezuela nunca había sido un país de grandes olas de emigración. Por el contrario, es receptor histórico de latinoamericanos, caribeños, europeos y asiáticos. Las presiones para instigar a un éxodo masivo comenzaron a principios de la década pasada y se acentuaron tras el fallecimiento del presidente Hugo Chávez, en 2013.

Se trató de una operación psicológica a gran escala que se ejecutó mediante la conjunción de toda clase de recursos destinados a hacer inviable el país: el bloqueo económico, las medidas coercitivas unilaterales, el desconocimiento del gobierno constitucional, los sabotajes eléctricos, la declaración de una supuesta crisis humanitaria, la escasez de productos de primera necesidad, las colas para comprar bienes esenciales, la hiperinflación, los ataques a la moneda y otras maquinaciones criminales que generaron un clima insoportable para toda la población e impulsaron a cientos de miles a abandonar el país entre el año 2014 y la actualidad.

Los políticos opositores y los medios de comunicación de la llamada “prensa libre” (medios financiados por la USAID y otras agencias extranjeras) postularon la tesis de que la solución era huir de una nación que había sido convertida en un infierno por el socialismo.

Allí se agudizó el fenómeno de la migración. Dejó de ser exclusividad de los jóvenes de las clases medias altas (como había sido los primeros años) y abarcó todos los estratos sociales y las edades. El propósito inmediato era traumatizar las principales estructuras sociológicas, pues los venezolanos les otorgan gran importancia a sus vínculos familiares, a las amistades y a la vida en comunidad. Se quería aplastar la autoestima nacional, provocar una especie de depresión colectiva que disparara el descontento en contra del gobierno y justificara acciones golpistas o la intervención extranjera.

Las cifras de emigrados son también parte de la guerra propagandística. La estimación más recientemente difundida la ubica en 7.100.000 personas que se han dispersado por el mundo. El gobierno, sin proporcionar números exactos, afirma que se trata de apreciaciones muy infladas con propósitos políticos. Alegan que en ese número se agregan interesadamente las movilizaciones constantes de salida y entrada que tienen lugar en la dinámica frontera terrestre venezolana (que solo con Colombia tiene 2.219 kilómetros) y que no pueden ser catalogadas como actos de emigración permanente.

Escalada de xenofobia
Cuando ya había salido una –en todo caso- gigantesca masa de venezolanos, principalmente hacia otros países suramericanos como Colombia, Brasil, Ecuador, Perú y Chile, los promotores de esa gran movilización se esforzaron por presentarla como “la mayor crisis migratoria del continente en toda la historia”. También comenzaron a advertir de que los migrantes eran un peligro para la seguridad nacional de los Estados receptores. Sembrando el miedo y la desconfianza, querían legitimar una agresión multinacional contra el gobierno de Venezuela mediante modalidades neoimperiales como la intervención humanitaria y la responsabilidad de proteger o R2P (el principio acuñado por la ONU para casos de genocidio y crímenes contra la humanidad), que antes fueron utilizadas en países como Libia y Haití, con los desastrosos resultados ya conocidos.

Los voceros de la oposición, a partir de 2019 convertida en el “gobierno interino”, se dedicaron a poner a la opinión pública de las naciones receptoras en contra de los venezolanos. Julio Borges, que desde Bogotá ejercía el cargo de “canciller del presidente encargado, Juan Guaidó”, calificó a los migrantes como “una enfermedad contagiosa”.

En varios de los países receptores surgieron expresiones terribles de xenofobia hacia los venezolanos, en no pocos casos con consecuencias fatales.

El montaje del Darién y el río Bravo
La llamada crisis migratoria venezolana comenzó a perder fuelle por estas agresiones xenofóbicas y por los abusos en explotación laboral cometidos en varios de los países vecinos en perjuicio de los trabajadores venezolanos. En 2020 y 2021, contra muchos pronósticos, Venezuela logró buenos resultados al enfrentar la pandemia, a diferencia de esas otras naciones, donde los migrantes vivieron situaciones terribles.

A finales de 2021 y comienzos de 2022, además, el país comenzó a evidenciar signos de recuperación económica. Se empezó a decir que “Venezuela se está arreglando”. Una parte pequeña de quienes se habían marchado, ha decidido retornar.

Entonces se lanzó una nueva campaña destinada a producir una nueva oleada migratoria. En los medios hegemónicos globales y nacionales y en las redes sociales menudearon los testimonios según los cuales las autoridades estadounidenses estaban actuando de un modo bastante laxo con los migrantes venezolanos ilegales. Fue viral un video en el que una familia, con abuelas y bebés incluidos, cruzaban a nado el río Bravo y eran auxiliados del lado norteamericano por amables agentes policiales, los mismos uniformados que, en otras escenas, perseguían a caballo y enlazaban cual animales a migrantes mexicanos o centroamericanos.

Se instigó así a muchos venezolanos a tomar una vía tortuosa y casi suicida: atravesar la selva colombo-panameña del Darién, recorrer Centroamérica y México y luego pasar las fronteras con el apoyo de “coyotes”, tal como lo han estado haciendo por décadas los naturales de casi todos los demás países latinoamericanos y del Caribe.

Era un discurso incoherente con las señales de reactivación en Venezuela, pero el aparato propagandístico siguió repitiéndolo y captando voluntarios para someterse a tal ordalía.

A mediados del corriente año aparecieron informaciones y más videos que daban cuenta de la presencia, ya no en la frontera, sino en las grandes ciudades estadounidenses, de venezolanos de origen humilde, gente salida de los barrios pobres y de los pueblos campesinos del interior del país.

Significativamente, quienes elevaron su voz de protesta ante esto fueron otros venezolanos, los de clase media y profesional que ya tenían algún tiempo en EEUU aunque, a decir verdad, no todos en situación migratoria regular.

Esos venezolanos, en su mayoría, han ido a EEUU con alegatos de persecución política (algunos de ellos falsos), para optar al estatus de refugiados.

Voceros de esa “colonia decente”, junto a redomados enemigos del gobierno revolucionario, como el senador republicano Marco Rubio, lanzaron la tesis de que Maduro estaba liberando a criminales peligrosos de la peores cárceles comunes del país bajo la condición de que se fueran a EEUU con el propósito de hacerle daño a la superpotencia.

Expulsados del Paraíso
De una manera que tomó por sorpresa a casi todos, Washington acaba de cambiar su política hacia los venezolanos, resolvió tratarlos tan mal como a todos los demás inmigrantes ilegales y puso en marcha una normativa que permitirá el ingreso solo de los seleccionados.

Los que iban en camino, sorteando toda clase de peligros (geográficos, climáticos, animales y humanos) quedaron en abandono. Una parte de los que ya habían ingresado han sido deportados, vía México. Y los otros están temblando de miedo pues en cualquier momento corren la misma suerte.

Mientras tanto, en Venezuela, los opositores vinculados al llamado “interinato” tratan de culpar a los dos gobiernos. Dicen que esta medida fue acordada por la administración Biden con la de Maduro, como parte de sus negociaciones políticas todavía parcialmente secretas.

El gobierno se ha mantenido al margen, pero Maduro tiene a su favor el hecho de que siempre ha estado declarativamente en contra del éxodo y, por el contrario, ha establecido el Plan Vuelta a la Patria para traer de regreso a miles migrantes.

Otros factores antichavistas (no simpatizantes del “gobierno interino”) han fustigado a quienes hasta ahora habían tenido el liderazgo de la oposición y mantenían los tratos con EEUU, especialmente en la era Trump.

Todos los opositores se dan golpes de pecho por los migrantes frustrados, pero nadie hace nada concreto por rescatarlos de su desamparo, en especial los deportados y los que se quedaron a medio camino. No sería de extrañar que termine rescatándolos el gobierno del que supuestamente huyeron.

Clodovaldo Hernández es periodista venezolano. Ha recibido el Premio Nacional de Periodismo de Opinión Simón  Bolivar 2022

 

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