El norte contra el sur en Brasil

JUAN MIGUEL MUÑOZ

São Paulo

Brasil no es un país, es un continente. 17 veces la superficie de España o el doble de la Unión Europea. Un Estado de lengua portuguesa que consiguió –a diferencia de la América de habla hispana— preservar en el siglo XIX la unidad política a pesar de las tensiones independentistas de algunas provincias en el sur y norte del país. Pero si la unidad política no está en cuestión, la cohesión social es una asignatura pendiente en un Estado aquejado de profundas y arraigadas desigualdades sociales y territoriales. Diferencias abismales que se plasman, elección tras elección, en las urnas. El domingo 30 de octubre no será diferente. La región Nordeste (Bahía, Sergipe, Alagoas, Pernambuco, Paraíba, Río Grande del Norte, Ceará, Maranhao, y Piaui), habitada por 58 millones de personas, se volcará a favor de Luiz Inácio Lula da Silva, como ya lo hizo en la primera vuelta, otorgando al expresidente el 67% de los sufragios frente al 27% cosechado por Bolsonaro. La región Sur (Río Grande del Sur, Santa Catarina y Paraná, poblada por 30 millones de habitantes) lo hará a favor del actual presidente, Jair Bolsonaro, que ya consiguió el 54% de los votos el pasado 2 de octubre frente al 36% de su rival.

Seguramente, por esa certidumbre en esas dos regiones, los candidatos están centrando todos sus esfuerzos en la región Sudeste (São Paulo, Río de Janeiro, Espirito Santo y Minas Gerais, residencia de 90 millones de personas), donde los resultados de la primera vuelta fueron favorables a Bolsonaro (47% frente al 42% del aspirante del Partido de los Trabajadores). Como demuestra la tradición electoral, quien gana en Minas Gerais, gana en Brasil.

Los 200 años de historia del Brasil independiente –e incluso los tres siglos anteriores– guardan relación con esa disparidad entre el norte y el sur. Si Bahía y Pernambuco fueron el centro neurálgico del Brasil azucarero y colonial, el centro de gravedad del poder se fue desplazando hacia el sur paulatinamente. La capital de la colonia fue Salvador de Bahía hasta 1763, pero en ese siglo, la explotación del oro y los diamantes descubiertos a finales del siglo XVII en Minas Gerais aconsejó el traslado de la capital a Río de Janeiro. La Corona portuguesa pretendía ejercer así un control más estrecho sobre las enormes riquezas generadas en Minas Gerais. El nordeste fue poco a poco abandonado por las autoridades y entró en rápido declive cuando el azúcar dejó de ser el motor de la economía brasileña. Un declive que se prolongó durante dos siglos, y que produjo emigraciones masivas de nordestinos hacia el sur: hoy son millones que habitan las favelas y los barrios más deprimidos de São Paulo, Río de Janeiro, Belo Horizonte o Porto Alegre.

Una casa en Garanhuns, el pueblo natal de Lula en el interior del Estado de Pernambuco. Autor de todas las fotos de esta crónica: Juan Miguel Muñoz

Lula, aunque desplazado a edad temprana junto a su madre y hermanos hacia São Paulo, nació en Garanhuns, un pueblo del mísero interior pernambucano, una zona que es buen ejemplo del abandono secular del Nordeste brasileño, aquejado de menores niveles de renta, una deficiente escolaridad y sequías a menudo pavorosas. Con el 4,5% de la población de Brasil, Pernambuco generó en 2021 solo el 2,27% del producto interior bruto. Algo similar sucede en Bahía: 7,1% de la población y 3,37% del PIB. En São Paulo sucede lo contrario: con el 22% de la población, su PIB supera el 27%. En el interior del Estado natal de Lula se pueden visitar comunidades en las que familias numerosas viven en infraviviendas lamentables.

Es en esta zona en la que Lula más invirtió durante sus dos mandatos –y Dilma Rousseff en los seis años que permaneció en la presidencia— en beneficio de los más desfavorecidos: se erigieron miles de viviendas modestas, pero dignas para los más pobres a través del programa Mi Casa mi Vida; se instauró (en todo el país) Bolsa Familia, un ingreso mínimo garantizado; se elevó el salario mínimo por encima de la inflación; se instalaron más de un millón de cisternas para garantizar el suministro de agua a casi 40 millones de personas (la gran mayoría población negra) y se proporcionó energía eléctrica a más de tres millones de familias en zonas rurales… Así las cosas, Lula recibió el 78% de los votos válidos en la segunda vuelta de 2006 en la región Nordeste, el mayor porcentaje logrado por un candidato en la historia de las elecciones presidenciales. Algunos de los Estados de esta región son mayoritariamente negros y mestizos, herencia de la esclavitud cuya huella no ha desaparecido en Brasil. Ni mucho menos. Como expresó un académico brasileño, los blancos se encuentran con los negros cuando la mujer va a trabajar a sus casas o cuando son asaltados. Cabría añadir que también en los estadios de fútbol.

 

Una casa familiar en el Estado de Pernambuco del programa Mi casa Mi vida, impulsado por el gobierno de Lula para suministrar viviendas a los más pobres.

El sur del país es otra historia. Tras vencer las resistencias de las oligarquías agrarias, que se opusieron hasta finales del siglo XIX a la inmigración de europeos en su afán por mantener el status de la esclavitud, italianos, alemanes, españoles, polacos, ucranianos, suizos, japoneses e incluso estadounidenses que abandonaron su país tras la guerra de secesión comenzaron a llegar a Brasil. No ocultaban las autoridades –era materia de debate público en la Cámara y en el Senado— que su objetivo era blanquear el país ante la inminencia de la abolición de la esclavitud (1888). Aunque no fue un camino de rosas, el trato otorgado por el Gobierno imperial, y a partir de 1889 por el republicano, a los inmigrantes europeos estuvo en las antípodas del que padecieron los africanos forzados a embarcar en los barcos negreros.

En Río Grande do Sul, Santa Catarina y Paraná proliferan los nombres de ciudades con reminiscencias alemanas (Blumenau), italianas (Garibaldi), británicas (Londrina); numerosas ciudades y pueblos reciben al visitante con enormes portones con letras de bienvenida de molde alemán; muchos edificios son idénticos (techos a dos aguas) a los que pueden observarse en Baviera; gran parte de la población tiene aspecto centroeuropeo y los descendientes de aquellos inmigrantes siguen celebrando fiestas como la Oktoberfest o sacan en procesión tallas de vírgenes procedentes de Italia. Es la región donde Bolsonaro obtuvo en primera vuelta sus mejores resultados. En la pequeña comunidad paranaense de Quatro Puentes, de casi 5.000 habitantes, de calles ordenadas y muy limpias, el presidente obtuvo casi el 80% de los votos en primera vuelta. No obstante, en las grandes ciudades (Curitiba o Porto Alegre) el voto está mucho más repartido

 

Viviendas de estilo alemán en Quatro Pontes, una pequeña ciudad de Paraná, en el sur de Brasil.

Además de ser, junto al Estado de São Paulo, la zona más industrializada de Brasil, el sector agropecuario es sumamente potente en esos tres Estados. El apoyo de Bolsonaro a este sector económico, acompañado del desprecio por la conservación de la Amazonia y la promoción de un programa conservador en materia de moral y costumbres, encanta a los descendientes de los misérrimos europeos que desembarcaron en América siglo y medio atrás. Aunque no necesariamente los votantes bolsonaristas responden al perfil de la extrema derecha recalcitrante y más conservadora. Uno puede encontrarse con personas de mediana edad que están a favor del matrimonio gay y del aborto, pero que no esconden su rechazo furibundo al Partido de los Trabajadores. El estigma de la corrupción que acompaña al PT es una carga pesada. Además, el respaldo mayoritario de la creciente comunidad evangélica al candidato de la extrema derecha es viento de cola. Algo que no sucede en la misma medida en el Nordeste, donde el catolicismo ha cedido menos espacio a las denominaciones evangélicas.

Río de Janeiro es una muestra de ese lastre que carga el PT. Jairo Nicolau, estudioso de los procesos electorales, explica en su libro “Brasil giró a la derecha” que Bolsonaro venció en 2018 en todos los distritos electorales de Río de Janeiro, salvo en uno. La novedad fue que, al margen de barrios como Copacabana o Ipanema, donde la derecha siempre vence, “Bolsonaro salió victorioso en las favelas y en los barrios populares, áreas en las que los candidatos del PT a la presidencia siempre fueron mayoritarios en la segunda vuelta desde 2002”. Bolsonaro ha ocupado en el Sur y Sudeste el espacio que dominaba hasta 2014 el Partido Social Demócrata Brasileño (de derecha moderada pese a su nombre). Y en los comicios de hace cuatro años, el ahora presidente aumentó considerablemente la diferencia respecto al PT, que se hundió en las regiones más prósperas del país. Bien es cierto que ese hundimiento se produjo porque el entonces candidato del PT, Fernando Haddad, no disfruta ni de lejos del gancho electoral de Lula.

Casas en Nova Petropolis, ciudad del interior de Río Grande del Sur, con mucha población de origen alemán.

En la inmensa, pero poco poblada (18 millones de personas), región Norte (Amazonas, Pará, Roraima, Acre, Amapá, Rondonia y Tocantins), la primera vuelta arrojó resultados muy ajustados. Ganó Lula con el 47% de los sufragios frente al 45% de su contrincante, y en el Centro-Oeste (Mato Grosso, Mato Grosso del Sur, Goias y Distrito Federal), región de enormes haciendas agrícolas y pecuarias, venció Bolsonaro con nitidez (53% frente al 37% de Lula).

El candidato de la izquierda cosechó más de 57 millones de votos en la primera vuelta, seis millones más que Bolsonaro. Pero los seguidores y simpatizantes del PT no se fían. El domingo se comprobará si el masivo apoyo en favor de Lula en el norte prevalece sobre las regiones del sur, cada vez más escoradas a la derecha y a la extrema derecha.

Juan Miguel Muñoz es periodista. Vive en Brasil, ha trabajado también en México y fue corresponsal en Jerusalén

 

JUAN MIGUEL MUÑOZ
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