La justicia electoral brasileña inhabilita a Bolsonaro hasta 2030

JUAN MIGUEL MUÑOZ

São Paulo

El Tribunal Superior Electoral (TSE) de Brasil adoptó el último día de junio una decisión que va a traer cola. En una votación de sus siete miembros, cinco de ellos decidieron la inhabilitación política del expresidente Jair Bolsonaro, que no podrá presentarse a ninguna elección hasta 2030.

Los magistrados calificaron de abuso de poder –también por la utilización de recursos públicos y de la televisión pública– la actuación del líder de la extrema derecha en una reunión que mantuvo el 18 de julio pasado con decenas de diplomáticos acreditados en Brasilia.

En dicha reunión, el mandatario en ejercicio Bolsonaro arremetió duramente, en una alocución plagada de mentiras, contra el sistema de urnas electrónicas vigente en Brasil desde 1996, poniendo en duda la credibilidad de las elecciones que se celebrarían tres meses después y en las que venció su acérrimo contrincante, Luis Inácio Lula da Silva.

Además, atacó al presidente y a tres jueces del TSE, a los que atribuyó motivaciones partidistas. Los dos jueces discrepantes no observaron que el comportamiento de Bolsonaro fuera lo suficientemente grave para votar por la inhabilitación. El condenado aún puede recurrir ante el Tribunal Supremo. Pero su carrera política corre serio peligro.

El cargo de presidente de Brasil está convirtiéndose en una actividad de riesgo en un país en el que las atribuciones de los poderes ejecutivo y judicial y de ciertas instituciones –especialmente las Fuerzas Armadas– tienen a menudo contornos difuminados.

A juicio de muchos analistas y académicos, el intervencionismo del Tribunal Supremo en la política brasileña es exagerado porque está asumiendo el papel que corresponde a los votantes. Flota en el ambiente que el Tribunal Supremo se mueve al vaivén de los acontecimientos políticos, no sólo en el caso de la inhabilitación de Bolsonaro. Ya sucedió con Lula da Silva.

“En el caso de Lula, el poder judicial claramente pensó que tenía el derecho y el deber de impedir que volviera a la presidencia. Consideró que era un riesgo y que se necesitaba proteger al pueblo. Sólo que en una democracia ese es el papel de los electores”, opina, en el diario Folha de São Paulo de 30 de junio, el profesor de Ciencias Políticas Fernando Limongi.

“Hay que tener mucho cuidado para que no cunda la idea de que el poder judicial está siendo instrumentalizado”, añade Limongi.

Y es evidente que las designaciones para ocupar vacantes en los máximos tribunales de Brasil, tanto las efectuadas por Bolsonaro como las actuales de Lula, no ayudan a fortalecer la imagen de independencia del poder judicial. El mandatario ultraderechista designó para el Tribunal Supremo al pastor evangélico André Mendonça, y a Kassio Nunes para el TSE. Lula ha hecho lo propio con Floriano de Azevedo y con André Ramos para el TSE, y con su abogado en el caso Lava Jato, Crisitiano Zanin, para el Supremo.

En los últimos años, la destitución de la presidenta Dilma Rousseff; los pronunciamientos de los jefes de las fuerzas armadas contra eventuales decisiones del Tribunal Supremo; las intentonas golpistas como la del pasado enero con el asalto a las sedes del Legislativo, Ejecutivo y Judicial; la nefasta gestión de la pandemia; la militarización de la política impulsada por Bolsonaro o la creciente influencia de las iglesias evangélicas, nada contribuye al sosiego y a la moderación en la vida política brasileña.

El siempre estridente Bolsonaro ha sido de los que más han contribuido a esa polarización. Y aunque es pronto para saber cuál será su reacción, el expresidente inhabilitado calificó la decisión del TSE de “puñalada por la espalda” y el procedimiento de “juicio político”, y añadió, en referencia al presidente del TSE, Alexandre de Moraes, que “nadie puede ser el dueño de la verdad”. Bolsonaro advirtió de que no está “muerto” para la política.

Efectivamente, para los comicios de 2026 queda tiempo suficiente para que cualquier acontecimiento pueda revertir la situación. En 2019 casi nadie apostaba por el renacimiento de la carrera política de Lula, entonces encarcelado en una comisaría de Curitiba. Pero anulados los cargos por corrupción contra el expresidente izquierdista del Partido de los Trabajadores (PT) por el Tribunal Supremo, Lula derrotó a Bolsonaro el pasado otoño, y hoy ocupa los palacios de Planalto (sede del Gobierno) y de la Alvorada (residencia oficial).

Bolsonaro, no obstante, tendría que sortear numerosos obstáculos para lograr su objetivo. Además de afrontar otras 15 causas judiciales pendientes, el expresidente ultraderechista, aun gozando de indudable apoyo popular (49,1% de los votos en los pasados comicios), también genera resistencias entre ciertos sectores de la derecha, incluidos militares de alto rango, a pesar de que el respaldo del que disfruta entre los uniformados es enorme.

Ningún presidente en las últimas décadas relevó al jefe del Ejército durante sus mandatos. Bolsonaro cambió a tres. Y alguno de ellos discrepó seriamente del mandatario por su gestión de la pandemia del coronavirus, y en ningún caso apoyaron las declaraciones del presidente sobre la escasa fiabilidad del sistema de urnas electrónicas.

El carácter lenguaraz de Bolsonaro tampoco le ayuda. No faltan líderes políticos y económicos que consideran que su comportamiento no se correspondió con la dignidad del cargo que ocupaba. Un ejemplo: a Luís Roberto Barroso, anterior presidente del TSE y defensor de las urnas electrónicas, lo llamo “imbécil” e “hijo de puta”, entre otras lindezas. Los exabruptos del líder ultraderechista son una constante en su carrera política, que comenzó después de su expulsión del Ejército.

En todo caso, en Brasil ya se comienza a especular con el posible sucesor de Bolsonaro para liderar a la derecha en las elecciones de 2026. Tres son los nombres que se perfilan. Tarcisio de Freitas, gobernador de São Paulo y exministro de Infraestructuras del Gobierno de Bolsonaro; el gobernador de Minas Gerais, Romeu Zema, y el de Rio Grande do Sul, Eduardo Leite. Tampoco se descarta que concurra la esposa del propio Bolsonaro, Michelle.

Queda, muy probablemente, tiempo para que las cosas vuelvan al punto de ebullición. Se ha observado durante las jornadas del juicio en el TSE y en las horas posteriores al veredicto una evidente frialdad de los habitualmente hiperactivos y encendidos partidarios de Bolsonaro, especialmente en las redes sociales.

Sin duda, uno de los más relevantes que se ha manifestado a favor del expresidente ha sido el gobernador de São Paulo, Tarcisio de Freitas: “El liderazgo del presidente Jair Bolsonaro como representante de la derecha es incuestionable y perdura. Decenas de millones de brasileños cuentan con su voz. Seguimos juntos, presidente”. Los bolsonaristas, eso sí es seguro, no se van a rendir.

Juan Miguel Muñoz es periodista. Vive actualmente en Brasil y ha trabajado también en México. Ha sido corresponsal en Jerusalén y cubrió la guerra de Libia, entre otros conflictos.
JUAN MIGUEL MUÑOZ
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