Seymour Hersh, Nord Stream y el silencio de Europa

MIGUEL MOLLEDA

El 29 de septiembre de 2022, la guardia costera de Suecia difundía unas inquietantes imágenes de aguas burbujeantes y espumosas brotando sobre la superficie del Mar Báltico. Eran efervescencias de una enorme fuga de gas bajo las frías corrientes nórdicas, emergiendo a la superficie marina. Los gasoductos rusos Nord Stream que suministraban gas barato a Europa acababan de ser dinamitados e inutilizados. A partir de ese momento, los grandes medios de comunicación estadounidenses comenzaron un cansino ejercicio de funambulismo periodístico con un mantra principal: “se trata de un misterio”.

Los volatineros de la información de Washington, que habían profusamente ocultado y tergiversado las causas de la intervención militar de Rusia en Ucrania de febrero de 2022, se lanzaron al arriesgado ejercicio pseudoperiodístico del más difícil todavía. Sugerían sin sonrojo que la destrucción de los oleoductos rusos, que hacían fluir el preciado gas a la potente industria y hogares de la principal potencia económica de Europa a un precio muy atractivo, y que a su vez Berlín revendía al resto del continente, había sido obra de Moscú. Es decir, doble salto mortal con tirabuzón; Rusia, embarcada en una destructiva y peligrosa guerra en Ucrania y combatiendo, no solo contra Kiev, sino contra los 30 países de la OTAN que habían acudido solícitos en ayuda de los ucranianos antirrusos, tras haber sido la propia Alianza Atlántica la principal provocadora del conflicto, se había bombardeado a sí misma y en un gesto de locura eslava había destruido los cuatro gaseoductos Nord Stream 1 y 2 que desde hacía tiempo eran la envidia de Estados Unidos.

El poder estadounidense no soportaba que el principal motor económico de la Vieja Europa dependiera del gas ruso y que esa dependencia fuera además muy beneficiosa para los intereses económicos alemanes y del resto de países de la Unión Europea, carentes de los necesarios recursos energéticos que Rusia si posee. El hecho de que Rusia hubiera atentado contra sus propios intereses energéticos y económicos y destruido Nord Stream, era tan inverosímil como que Estados Unidos se hubiera atrevido a atacarlos (o quizás no tanto), de no haber estallado la guerra en Ucrania.

Por tanto, los dardos de los medios de comunicación de Washington, apuntando con el dedo acusador a los rusos, eran ilógicos y descabellados. Hubieran hecho mejor en investigar que pudiera haber detrás de las declaraciones, tanto del presidente estadounidense, Joe Biden, como de la subsecretaria del Departamento de Estado, arquitecta del golpe de estado en Kiev de 2014 (pomposa y arteramente bautizado como “Euromaidán”) y a su vez “Miss Fucking Europe”, Victoria Nuland. Ambos, habían amenazado con que los oleoductos rusos Nord Stream iban a dejar de existir.

En cuanto a los grandes medios de comunicación europeos, siguieron inmersos en el mismo sonambulismo que ha caracterizado a los dirigentes de Bruselas desde el estallido de la guerra: ausencia total del más mínimo espíritu crítico sobre las causas y consecuencias del conflicto ucraniano, y seguimiento ciego de los intereses estratégicos y económicos de Estados Unidos y de la OTAN, aun a costa de la población de la Unión Europea, que sufre y sufrirá aún más las excrecencias de la guerra en Ucrania. Unos medios que ni siquiera encontraron motivos suficientes para investigar lo ocurrido bajo las aguas del Báltico cuando dirigentes de las repúblicas colindantes y Polonia, cuyas élites son enfermizamente antirrusas, proclamaron sus llamativos agradecimientos de “thank you, USA” al llegar las sorprendentes noticias de que potentes explosivos militares, detonados bajo el agua, habían destruido los gaseoductos rusos Nord Stream 1 y Nord Stream 2.

Desde estos sabotajes y atentados contra los oleoductos, todo entre los medios de comunicación y dirigentes políticos europeos ha tenido este mismo patrón de silencio, adocenamiento, y seguidismo sumiso. Apenas una tímida reacción cuando el veterano y reputado periodista de investigación de Chicago, Seymour Hersh, a principios de febrero de este año, anunció con todo detalle en su propio blog de “Substack” (los grandes medios corporativos estadounidenses no quisieron publicarle su información), que Estados Unidos, con ayuda de Noruega (también beneficiaria por la posible venta, más y mejor, de sus propios gas y petróleo si el resto de Europa ya no podía adquirir el gas ruso) había destruido Nord Stream en septiembre de 2022. Según Hersh, emplearon explosivo plástico militar C4, colocado en junio por submarinistas especializados estadounidenses, aprovechando unas maniobras de la OTAN en el Báltico.

La investigación de Hersh, premio Pulitzer por su cobertura de la masacre de My Lai en la guerra de Vietnam, quien durante años ha cimentado sus fuentes de información en los organismos de inteligencia de Estados Unidos, ha sido despreciada y rechazada por los grandes medios. El New York Times y otros medios norteamericanos y europeos, en vez de hacer examen de conciencia sobre sus propias limitaciones, han tratado de desprestigiar a Hersh acusándole de emplear una sola fuente informativa anónima sobre la autoría estadounidense del atentado. Hipocresía de los mismos medios que durante meses usaron sin sonrojo centenares de fuentes informativas anónimas para justificar las falsas informaciones con que la administración de Bush hijo preparó la invasión militar de 2003 contra Irak.

En una entrevista a Amy Goodman y Juan González de Democracy Now, publicada por Globalter, Seymour Hersh asegura que EEUU decidió bombardear los gasoductos rusos para asegurarse el apoyo de los aliados en la guerra de Ucrania cuando alguno de ellos había comenzado a flaquear. Y con ello Biden le dijo a Europa, “eres secundaria”. Para Hersh “la noción de que Europa puede confiar totalmente en EEUU se ha evaporado”. Las consecuencias políticas de los atentados serán enormes para Estados Unidos y socavarán la OTAN, asegura el periodista.

Por el momento, el gas “no ruso”que han comenzado a adquirir los europeos es mucho más caro y la economía de Alemania ha iniciado su declive. Falta por saber si Rusia considera el ataque contra Nord Stream un “casus belli” de gravísimas e imprevisibles consecuencias para Europa.

Para los grandes medios de comunicación corporativos, los agresivos estadounidenses y los genuflexos de Europa, Seymour Hersh es culpable por esforzarse en realizar su trabajo de periodista y contarnos la verdad, incluso bebiendo en una fuente de la que ellos no han querido probar ni una gota. Quizás porque el periodismo para esos medios es ya otra asumida víctima más de la guerra.

Miguel Molleda ha sido reportero de guerra y corresponsal internacional para la radio pública española RNE durante casi toda su carrera profesional. Premio del Club Internacional de Prensa por su cobertura de la Crisis de los Grandes Lagos en el genocidio de Ruanda.