En Argentina, el ‘que se vayan todos’ del 2001 es el ‘no me jodan más’ de ahora

CECILIA VALDEZ

La posibilidad de la ultraderecha en el poder en Argentina, con Javier Milei a la cabeza -un escenario que se terminará de definir el próximo 19 de noviembre-, obliga a navegar otras profundidades. Tanto si gana el ultraderechista Javier Milei, como si gana el oficialista Sergio Massa, la sorpresa que causó la irrupción de Milei, habla de otra cosa.

Sin ir más lejos, de mayorías silenciosas cansadas y de una profunda indiferencia con una política que no los interpela, algo que el sociólogo Leandro Barttolotta viene mencionando en sus estudios desde hace tiempo y que, según sus propias palabras, requiere una investigación profunda antes que diagnósticos rápidos. Este año Barttolota ha publicado, junto a Ignacio Gago, el libro: “Apuntes sobre implosión. La cuestión social en la precariedad” (Editorial Tinta Limón).

Haces una diferenciación entre lo que es un estallido social como el del 2001, y un proceso de implosión social como el que atraviesa la sociedad argentina actual, ¿a qué te referís?

Eso tiene que ver con las reflexiones que aparecen en el libro, y son apuntes sobre la cuestión social en la precariedad. La idea es pensar las transformaciones de eso que denominamos lo social implosionado, o implosionando, siempre dejando claro que es un proceso que está aconteciendo, y no algo cerrado. También es una invitación a investigar qué pasa con lo social con la precariedad de fondo, y una de las apuestas era correrse de ese cuadro imaginario de doble ingreso en el que está, por un lado, el estallido, y por el otro, la implosión. Lo que nos parece es que cuando se habla de estallido social, inevitablemente se convoca a un catálogo de imágenes que responden a un sistema de expectativas políticas militantes o incluso, desde un punto de vista del Estado, se lo relaciona con la cuestión económica, el caos, pero siempre hay imágenes de espacios públicos, de protesta, de conflicto social, relacionadas con cuestiones de represión en la calle. Nosotros no negamos la posibilidad de un estallido social de esas características, o de nuevas versiones que puedan ocurrir, pero lo que nos parece es que lo que ya está habiendo es implosión social, eso social que se hace cada vez más denso, más espeso y violento.

¿Qué se puede hacer con eso?

Primero es necesario investigar, para nosotros es importante hacer una especie de sociología anímica de las mayorías populares. Correrse de esa noción de lo económico, o del caos, que sirve para generar diagnósticos o imágenes cerradas, y ponerse a investigar qué pasa en los ánimos de esas mayorías populares, de eso social implosionado, o implosionando. Tratar de hacer un laburo más de precisión en términos perceptivos, porque hay un hábito o cierta manera de pensar la política, en la cual lo social aparece como un todo homogéneo representado como una especie de masa que no se piensa, y que siempre es subsidiaria de un enunciado político que se prueba y se testea en eso que se denomina lo social. 

¿Cómo definirías la implosión social?

Lo social implosionado muestra que hay cada vez más una noción de estallido, pero hacia adentro. Hacia adentro de un barrio, hacia adentro de una institución, hacia un interior, incluso del cuerpo piel adentro; es más como una onda expansiva, pero metida hacia adentro. En cuanto a cómo se manifiesta, esa es una de las preguntas claves que motoriza la investigación, porque lo que nosotros decimos es que hay un oído o una escucha, que inmediatamente detecta lo que son los gritos o lo que son las manifestaciones más ruidosas de lo social, pero cuando se trata de la implosión social, o de lo social implosionado, hay que investigar y hay que escuchar en un plano más de susurros, incluso escuchar que pasa detrás de lo que cierta escucha política ve como silencio.

Hay algo muy habitual, y que es bastante ilustrativo, y es que, en un barrio, en una institución o en cualquier situación social, frente a la pregunta de cómo están las cosas, te dicen: está todo tranquilo, o no pasa nada. En ese no pasa nada hay de todo. Ahí hay que, inevitablemente, afinar la escucha, tratar de ver y pensar, y acercarse con otro tipo de escritura y de lengua, porque hay un montón de cuestiones que suceden cotidianamente, como bajones anímicos, aumento de suicidios, y violencias novedosas, inquietantes y perturbadoras. El nivel de sociabilidad espontáneo parece responder a lógicas que no son las habituales. Hay algo también de la preponderancia que adquiere la cuestión del cansancio, del cuerpo cansado, que es algo a lo que nosotros le damos mucha importancia, algo que no se sabe muy bien de qué está relleno. 

Entonces, ¿el problema es que estamos tratando de leer todo esto que sucede con viejas lógicas?

Sí, y el problema de esas viejas lógicas, o de ese sistema de expectativas más antiguo, es que, en vez de quedarse en una posición de escucha atenta a eso que aparece inquietante y novedoso, lo que hace es tratar de llevarlo a lo conocido una y otra vez. Por eso está investigación que hacemos invita a un mapeo, y a no cerrarse en diagnósticos rápidos porque ahí corres el riesgo de crear una nueva lógica que intenta explicar todo lo que pasa, y lo que está pasando tiene mucho de confusión, de caos. También nos parece que es importante tratar de pensar la precariedad “a la Argentina”, y elaborar una genealogía de la precariedad.

Fenómenos como el de Milei, o lo que está sucediendo estos días de tanto temor y tanta expectativa, se explican mucho más por lo que sucede con el país popular, y al interior de esas transformaciones de las mayorías populares, de eso social implosionado, que por agendas o discursos muy globales. Esto se explica mucho más por lo que es la inflación, como guerra contra las vidas populares, que por una cuestión más de ideologías de derecha a nivel global. Por supuesto que habrá un porcentaje de eso, pero antes que una sociedad derechizada, vemos una sociedad cansada por el nivel de hiperexigencia que implica tener que lidiar cotidianamente con el ajuste y la inflación, más que por otro tipo de discursos, o categorías, que a veces, rápidamente y para la exportación, tratan de explicar lo que sucede.

Entonces, en lugar de exigir movilización a mayorías populares materialmente cansadas por sus condiciones de vida, de lo que se trata es de extraer vectores de cansancio social, permitir que ese cuerpo respire, y tratar de que tenga menos preocupaciones. 

¿Qué puede pasar con un posible triunfo de Milei?

Sabemos que cada uno de esos terrores que implica una sociedad precaria se pueden intensificar con un gobierno de Milei, y que todas esas redes y todas esas mediaciones, incluso en un momento de tanta precariedad como este, pueden desaparecer. Eso es lo que se puede prever con la derecha regresando al palacio, después está todo lo que es inédito y que, generalmente, y por la historia de este país, no sólo es preocupante, sino que se va a intensificar y va a cargar de violencia esa guerra contra las vidas populares. Me parece que lo que está en disputa es una noción de patria popular y plebeya, y no una noción de Argentina. La cuestión de vivir en una interna a cielo abierto también hizo que la política se transforme en un vector más de cansancio, o de indiferencia, para mucha gente. 

¿Y te parece que por las características de este proceso -que describes como silencioso y que vibra bajo una barrera de sonido-, es que no lo vimos venir?

Es complejo, más allá de lo imprevisible, y de la figura de Milei, lo que se podía ir viendo es que antes que una crisis de representación política lo que hay es una crisis de percepción, es decir, no se está percibiendo lo que sucede con las mayorías populares. Hubo durante todo este tiempo una especie de escisión entre una sociedad que estaba en la suya, pero no en la suya en términos despectivos, sino encargándose de gestionar un montón de variables para llegar no solo a fin de mes, sino al final del día, y una política que estaba en cualquiera, en una lógica de burbuja con una agenda de plenario permanente o de interna a cielo abierto, que cada vez se alejaba más de lo que pasaba con las mayorías populares, de los efectos de la pandemia, de los efectos de la inflación, etc.

También hay una dificultad para tratar de pensar la vida de los pibes laburantes a los cuales no se investigó durante años, que son votantes jóvenes y que claramente están en una situación de orfandad. Ahora la política intenta rápidamente entender esto desde una coyuntura electoral, y hacer un diagnóstico electoral apresurado, de algo sumamente complejo.

Decías que lo social implosionado se devora la política, pero cuando ellos hablan desde la antipolítica, o cuando Milei se reivindica como un outsider, ahí hay algo que prende en estas mayorías populares, ¿no? 

Nosotros decíamos en los análisis que se hacían post elecciones, sobre todo después de las primarias, que no estábamos de acuerdo en asignarle intencionalidades, y hablar de una sociedad derechizada, apolítica, etc.  Después de las primarias se hablaba de voto castigo, y después de las generales de voto esperanza, ¿cómo puede ser? Permanentemente se codifica lo que sucede y se trata de generar diagnósticos muy rotundos, y muy cerrados, que tratan de explicar todo en lugar de investigar lo que está pasando. Incluso los discursos que se presentan como antipolítica no dejan de ser leídos como política, y no dejan de entrar en ese vector que es la política y que es como algo lejano.

Lo que sucede estos días con el balotaje es otra cosa, tiene otra dinámica, hay algo de politización espontánea e inevitable de una sociedad por la misma lógica que tiene ese modo de elección. Pero respecto a lo que sucedió en las primarias y en las generales, hay una especie de calendario político electoral que dura 48 horas para las mayorías populares. Es decir, unas horas antes de ir a votar se decide el voto en una charla familiar o con amigos, por lo que cada uno más o menos está viendo; y después, el lunes a la mañana o el domingo a la noche, se ve el resultado y a seguir en ese continuo, a eso se reduce el calendario electoral para gran parte de la sociedad.

Enfrente hay una sobre interpretación, diagnósticos, y horas y horas de editoriales que después no se traducen a la realidad cotidiana de gran parte de la población. Lo que si fue eficaz, fue la campaña del miedo con lo de la tarjeta SUBE (tarjeta de transporte), que cuando apoyabas la tarjeta te indicaba lo que pagas ahora y lo que podías llegar a pagar sin el subsidio del Estado. Eso sí que es un pinchazo que intensifica un terror que ya tenés, por cómo se viaja, por los precios, etc. Ahí toca algo bien concreto que inmediatamente activa en esas vidas populares, pero la idea de electoralizar cualquier tipo de situación es un error. 

¿Eso tiene que ver con la diferenciación que haces entre el ‘que se vayan todos’ del 2001 con el ‘no me jodan más’ de ahora?

Si, y esa es una cuestión que muchas veces no nos preguntan y nos parece importante porque no creemos, como apareció muy editorializado, esto de que el ‘que se vayan todos’ lo expresa ahora Milei, como que es una especie de 2001 electoralizado. A nosotros nos parece que el verdadero pasaje del ‘que se vayan todos’ al ‘no me jodan más’, pasa por una cuestión de rechazo a la política que es vista como un vector más de molestia, de cansancio y de ruido social. Así como dicen no me jodas más con la política, pueden decir, no me jodas más con la inseguridad, con el vecino, con el pibe que está con la música fuerte, etc.

Ese ‘no me jodan más’ habla mucho más de esa tonalidad afectiva de las mayorías populares, y del cansancio, que de un rechazo muy armado y codificado a la política. Lo que está de fondo es que, a veces, el discurso de la antipolítica sirve mucho a quienes desde la política siguen conversando de política, alimentan la burbuja, y queda ahí como una especie de círculo cerrado. Esto se ve cuando se hacen encuestas y le preguntan a la gente, porque la verdad que lo que sale no son mayoritariamente ideologías de derecha, incluso con respecto a la noción de lo público. Pero es necesario perforar ese plano, no mirar lo que está pasando, sino investigar de verdad a esas mayorías populares y desde ahí pensar qué lugar ocupa la política para alguien que está siendo constantemente amenazado por la inflación, y por un montón de vectores que lo intranquilizan.

Por supuesto, todos esos terrores pueden ser intensificados y llevados hasta lugares inimaginables, en términos de infiernos sociales posibles, con la llegada al poder de Milei.

Cecilia Valdez es periodista argentina.

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