Los abismos de América Latina

MARCELO CANTELMI

Buenos Aires 

América Latina, la región más desigual del mundo, atraviesa en este presente una serie de fenómenos tan centrales como contradictorios. La crónica crisis económica que define a este espacio se amplió de modo oceánico con la pandemia y luego por los efectos financieros asociados a la brutal guerra rusa contra Ucrania. La parte positiva de ese fenómeno de carencias crecientes es que disolvió en gran medida las bases de sustentación de un populismo de presunción socialista que había venido creciendo en la década anterior, particularmente desde Venezuela y Cuba y hasta Argentina, suplantando y derribando a las antiguas formulaciones de izquierda real. Las nociones de una democracia plebiscitaria, que modificaba a puro patrimonialismo el concepto de la elección en aras de un mero aval a los liderazgos, un clásico del chavismo, perdieron pie por la crisis de financiamiento. Lo mismo experimenta el peronismo kirchnerista en Argentina o la actual deriva caótica de la etapa del presidente Miguel Díaz-Canel en Cuba, con la isla atascada en un giro ortodoxo y desordenado que alimenta una imprevisible protesta social.
El populismo en la región buscó habitualmente asociarse con las crisis para retener su espacio de poder y lograba flotar en base a un fuerte tirón de los ingresos por la venta de los commodities alimenticios o energéticos. Esos flujos eran aplicados a estructuras de subsidios entre otros beneficios para mantener la iniciativa, lo que produjo que muchas de estas estructuras nacionales crecieran pero no se desarrollaran. Argentina dilapidó en la llamada “década ganada” más de 160 mil millones de dólares en subsidios a las tarifas de las clases media y media baja para sostener el voto kirchnerista, lo que en gran media explica el callejón inflacionario único que encierra a ese país, con un costo de vida superior al de Venezuela y un novedoso atraso descomunal en sus niveles educativos, sanitarios y de futuro. Al igual que en Europa por la derecha, estos modelos han sido de corte voluntarista, llegaron al poder como respuesta a la frustración por la crisis de representatividad y en la práctica exhibieron una ineficiencia absoluta debido a su resistencia al mérito y a la academia.
Los datos de la Cepal, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, dependiente de la ONU, son ominosos sobre como sobreviven estas fronteras hoy. En su último informe sostiene que la región registra una tendencia al bajo crecimiento similar a la que había incluso antes de la pandemia. La economía este año 2022 rondaría una expansión con un techo de 2,7%.  La información desagregada indica que América del Sur rondaría el 2,6% al final de 2022 contra el 6,9% de 2021. Centroamérica y México, 2,5% contra el 5,7% del año pasado. El informe apuntó también al conflicto con Ucrania que intensificó el alza de los precios de productos básicos observada ya desde la segunda mitad de 2020, con niveles históricos en algunos casos. Sostiene que para la región el efecto es mixto y proyecta una caída del 7% de los términos de intercambio de productos básicos.

La inflación, entre tanto exhibió, un promedio regional del 8,4% a nivel anual medido a junio de 2022. Una idea sobre el alcance de ese número lo indica el hecho de que crece al doble respecto al indicador registrado a lo largo del extenso periodo que va desde el 2005 hasta el 2019. Pero con casos del 100 por ciento anualizado como se proyecta para Argentina.


El proceso generalizado de descapitalización descompuso las propuestas políticas, un fenómeno con una dinámica aún confusa. Es claro que en esta etapa de la región la izquierda virtualmente ha desaparecido en manos de distintas formas de derecha, desde el centro socialdemócrata hasta los extremos. Los movimientos que se auto perciben como socialistas o izquierdistas han derivado a formatos caudillescos en muchos casos con una alta concentración del ingreso en minorías asociadas con los regímenes o directamente devenidos en dictaduras de estilo clásico cívico militar como la Nicaragua de Daniel Ortega que imita en detalle la tiranía de los Somoza que ayudó a combatir.

Recordemos que la izquierda ha sido concebida originalmente como una herramienta para mejorar la distribución del ingreso a través de un Estado presente que se ocuparía de esa administración. Eso es precisamente lo que ha desaparecido. Países como Argentina, confrontan un 60% de la población en la pobreza y sin posibilidades en el futuro  mediato de una solución que resuelva ese deterioro estructural. Lo mismo sucede en otras fronteras donde el Estado es, del mismo modo, una estructura desaparecida y los conceptos de izquierda, revolución o socialismo se los utilizan como un teflón contra las denuncias de violaciones a los derechos humanos o de la corrupción rampante que ha marcado estos procesos y su enorme deterioro en casi todos los países donde se han extendido.


Frente a esos abismos y en relevo del oportunismo populista, comienzan a surgir tímidas alternativas de tono más maduro respecto a una responsabilidad fiscal, programas de crecimiento y aperturas para multiplicar el empleo con bases semejantes a modelos socialdemócratas. Estas son muy buenas noticias que podrían indicar una eventual etapa de maduración de la región. Es lo que se ve en los casos del nuevo gobierno de centroizquierda chileno de Gabriel Boric, el flamante colombiano de Gustavo Petro y lo que insinúa con un multiplicado énfasis, el ex presidente Luiz Inacio Lula da Silva en Brasil con vistas a las elecciones de octubre. Este ex obrero metalúrgico, quien gobernó dos periodos con una administración liberal generando la mayor tasa histórica de ganancia a corporaciones y bancos privados, apunta ahora a regresar al poder de su país y sostiene batallas ideológicas con su partido, el PT, para que no se les ocurra plantear derogar la ley de independencia del Banco Central aprobada el año pasado o acciones contra el empresariado.

La campaña en la segunda economía del hemisferio después de Estados Unidos es elocuente respecto a que la discusión no es ideológica, salvo los ataques del presidente Jair Bolsonaro a su rival, sino sobre la eficiencia en la gestión. Cuál de ambos tiene mayor capacidad para cuadrar las cuentas del país y regenerar el modelo de acumulación capitalista. Recientemente en una cita con los industriales de San Pablo, la FIESP, lugar cómodo para Lula ya que lo preside Josue Gomes, el hijo de su antiguo y ya fallecido ex vicepresidente, José Alencar, el ex mandatario se comprometió a defender los ingresos de los empresarios, y enarboló como Boric, la importancia de la responsabilidad fiscal. No es posible, dijo, gastar más de lo que se gana, una obviedad en la mayor parte del mundo, pero no tanto por esos lados.

El líder chileno, a su vez, ha planteado incluso que la inflación o los planes de asistencialismo del tipo de los que inundan la economía de Argentina, son un fenómeno perverso del cual hay que huir. El PT de Lula, sostiene que hay una coincidencia con ese argumento. El colombiano Petro, por su parte, ha armado un gabinete de claro perfil centrista, particularmente con su ministro de Economía, el académico José Antonio Ocampo, cuyo nombramiento fue alabado por los mercados. Del mismo modo, que el colega del ramo en Chile, Mario Marcel, un destacado ex presidente del Banco Central. Todo parece converger a un centrismo pragmático de estilo del Uruguay del centro izquierdista Frente Amplio donde un ex presidente como José Mujica sostenía que al empresario hay que defenderlo “como a una vaca que debe ser alimentada y no carneada porque nos quedamos sin nada”.


La perspectiva de estos modelos es auspiciosa pero compleja. No solo porque no es claro hasta qué punto se sostendrán frente a las presiones internas, especialmente de sus aliados que respaldan esa noción de una progresía mágica que viene de una noción que los intelectuales denominan “necrología ideológica” por la persistencia de abrazarse a ideas muertas. El chileno Boric viene de una derrota grave por el rechazo masivo a la nueva Constitución que redactó una minoría como un programa de gobierno más que una Carta Magna y en ese camino ignoró a más del 50 por ciento del país impedido de intervenir en el texto ahora rechazado. El golpe electoral erosionó el poder del gobierno.

Otro fenómeno a tener en cuenta es la situación general de la economía regional y mundial que reduce el margen de maniobra, además del legado que trae el pasado. En este sentido es interesante un estudio de Americas Quarterly de julio pasado que remarca que en el controvertido proceso de la globalización de los últimos cuarenta años, América Latina fue uno de los claros perdedores.


La mayor parte de América Latina no se ha “globalizado”, ni siquiera internacionalizado. Brasil y Argentina siguen siendo dos de las economías más cerradas del mundo, con un comercio que representa menos del 30% del PIB. América Latina y el Caribe como región está 11 puntos porcentuales por debajo de la media mundial (45% frente al 56%) en cuanto a la importancia del comercio para sus economías, y está muy lejos de las estrellas de los mercados emergentes y de los rivales comerciales, cuyos flujos comerciales pueden rivalizar en tamaño con el PIB de la región en su conjunto”, sostiene.
Esa investigación añade datos centrales sobre la decadencia regional. Por ejemplo, no ha habido una diversificación verificable en la producción de las economías locales en los últimos 30 años. Hubo sí lo que los economistas denominan “desindustrialización prematura”, es decir la reducción de la industria manufacturera como porcentaje de la economía. “Esta depresión económica contrasta con la de naciones que antes eran sus pares. México, Brasil y Argentina han sido superados por Corea del Sur, Singapur, Malasia y Hong Kong, así como por muchas naciones de Europa del Este. No es casualidad que muchos de estos países hayan cerrado la brecha de riqueza con el mundo desarrollado, mientras que América Latina en su conjunto se ha quedado estancada”.


Las explicaciones de ese callejón son múltiples. Ayuda observar algunos datos sorprendentes. En América Latina, menos de una quinta parte del comercio tiene lugar dentro de la propia región. No es casualidad que estos países hayan crecido más lentamente que muchos otros mercados emergentes con mayores vínculos comerciales con sus vecinos, afirma el informe.


La resistencia a las aperturas y a ampliar el comercio, explica que solo existan cuatro cruces en los 5 mil kilómetros de frontera entre Argentina y Chile y solo uno por tren en Socompa. O que solo un tercio de los vuelos conecten las ciudades de América latina entre sí. Y en fin, que de las 4 millones de empresas de Brasil, solo 24 mil envíen sus bienes o servicios al exterior.


No hay claridad respecto a que esos esquemas regresivos puedan ser modificados en el mediano plazo. En un reciente debate hacia dentro del Mercosur, Uruguay planteó la necesidad propia y eventualmente del grupo, para negociar un acuerdo de libre comercio con China. Argentina se opuso más que nada por la inercia de su visión nacionalista extrema. Pero no debió llamar la atención que el ex presidente brasileño de centro derecha Fernando Henrique Cardoso y el propio Lula se unieran en un documento en contra de esa alternativa. La única coincidencia que parecen tener esos dos hombres, que son aliados, con el gobierno de Jair Bolsonaro es ese concepto desarrollista y proteccionista que mira con preocupación cualquier competencia externa.


Por cierto hay elementos que pueden justificar esa prevención. Cuando Estados Unidos desde el gobierno de Bill Clinton y luego con el de George W. Bush propuso un acuerdo hemisférico de libre comercio para las Américas, el ALCA, fue el establishment brasileño el que lo frenó. El mito sostiene que ese pacto lo fulminaron el venezolano Hugo  Chávez junto al ex presidente argentino Néstor Kirchner con la colaboración estridente del futbolista Diego Maradona. La realidad es que la FIESP de San Pablo, que ocupaba la vicepresidencia junto con EE.UU. del proyecto, resistía con un argumento central que un diplomático de Brasilia le comentó a este cronista: “Ese acuerdo libera a las empresas norteamericanas para participar en las licitaciones gubernamentales en el sur, pero las dificulta desde el sur al norte, libera el espacio aéreo en el sur, pero no en el norte. Es como que ellos hacen los tornillos y nosotros los agujeros”.


La necesidad de una modernización de la región se ha vuelto acuciante, incluso desafiando la exuberancia proteccionista. Es porque existe una tensión social que amenaza todo el edificio institucional y se requiere una válvula que vislumbre algún futuro. Muchos gobiernos asediados por la crisis están virando a formulaciones ciertamente ortodoxas como en los casos de Venezuela, Cuba, y con mayor timidez, Argentina, para resolver el estancamiento. En un trabajo reciente propio, este cronista explicaba que el caso cubano es particularmente complicado además por la carga simbólica de esa experiencia. Lnomenklatura isleña acaba de levantar la prohibición para la compra de dólares. Hay un límite para la cantidad a adquirir, pero el valor de la moneda norteamericana será el que fije el mercado, de 120 pesos por unidad, muy por encima de los 24 pesos que establece la autoridad monetaria. Desde ya que este permiso disparará la paridad debido a la urgencia de los cubanos para adquirir la divisa norteamericana que es prácticamente el único  instrumento con que cuentan para poder llenar su canasta alimenticia. Pero es un privilegio de unos pocos.  

Este movimiento, que es semejante a la dolarización que puso en marcha el chavismo para intentar escapar de su propia crisis, es un eslabón central de una cadena que comenzó a anudarse en enero del año pasado cuando La Habana unificó sus dos monedas, el peso y el Cuc. Urgida de divisas, buscaba hacer más interesante a la isla para los inversionistas internacionales, centralmente los norteamericanos.

Raúl Castro, el hermano menor del fallecido Fidel, a cargo entonces del gobierno y del Partido Comunista, suponía que la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca revertiría el congelamiento que impuso el gobierno de Donald Trump contra las políticas de acercamiento que llevó adelante Barack Obama, el jefe demócrata del actual presidente. No sucedió. El ex mandatario demócrata había reanudado los vínculos con la isla en el entendimiento de que si se abrían ventanas para el comercio y el turismo esquivando el bloqueo que rige desde hace medio siglo, Cuba ingresaría en un debate político interno.Había señales en ese sentido. Una protoclase media había comenzado a surgir con micro y medianas empresas privadas que incluyó aperturas comerciales, aéreas y navales, desde y hacia EE.UU. Pero  ese camino espantaba a la gerontocracia cubana que celebró junto a los halcones norteamericanos cuando Trump desbarato ese acercamiento. 

Lo cierto es que la unificación monetaria disparó la primera devaluación en la historia de la Revolución e impulsó una extraordinaria alza de la inflación hasta tres dígitos. De un momento al otro el ajuste vació las billeteras de los cubanos. Está ahí la explicación de las históricas marchas de julio de 2021 en las que la gente reclamó en las calles de medio país contra el plan económico, contra el hambre y en demanda de libertad y democracia como herramientas para resolver esas necesidades. El régimen atorado rebajó esas manifestaciones a un “intento de golpe” de EE.UU., una reacción soez y lamentable para evitar reconocer lo que realmente estaba sucediendo. Además, agravó el cuadro con castigos descomunales para centenares de manifestantes a nivel que no se vieron en Chile, Colombia, Ecuador o en otras fronteras donde también hubo movilizaciones populares por la multiplicada crisis económica global. 

La represión no ha calmado esas tensiones. Es conveniente mirar con atención a Cuba. Esas presiones internas y frustraciones son las mismas que están transformando a los gobiernos que ya señalamos hacia formulaciones que le agreguen fuerza impositiva a los Estados, como en el caso de Chile o Colombia, para aliviar deudas sociales centrales como sanidad o educación. En el caso colombiano, especialmente, integrar a gran parte del país que nunca ha sido contemplado en el sistema de reparto y que explica la histórica violencia que ha marcado la historia presente de ese país. Estas resoluciones son cruciales en una etapa en la cual crece una forma de protesta que cuando se configura no reconoce rivales, avanza sobre todo.   

Marcelo Cantelmi es editor jefe de Internacional del diario argentino Clarín y director del Observatorio de Política Internacional de la Universidad de Palermo

 

 

MARCELO CANTELMI