La guerra de Sudán y la injerencia extranjera

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

La guerra que estalló el 15 de abril, por un conflicto de egos, podría complicarse si los generales que lideran los dos bandos, Abdel Fattah al Burhan, jefe supremo del ejército, y Muhammad Hamdan Dagalo, Hemedti, jefe de las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) -una poderosa formación paramilitar no integrada en el ejército- recaban el respaldo que están buscando en otros países de la zona y lo que hasta ahora es un conflicto local se torna en otro de carácter regional.

Burhan y Hemedti han sido amigos durante años, una relación que ha cambiado debido a su creciente ambición. El primero aspira a integrar en el ejército a las FAR y ser el mayor mandatario del país sin discusiones, y el segundo también quiere detentar todo el poder. En esta situación, los dos camaradas se están tirando flores: Burhan califica a su enemigo de “rebelde”, mientras que Hemedti le tilda de “islamista radical”, “mentiroso”, “criminal” y “golpista”.

La realidad es que ninguno de los dos ha hecho nada para fomentar la democracia que ambos dicen buscar para los 45 millones de habitantes que tiene Sudán. Mientras Occidente insiste en que el poder debe pasar cuanto antes a manos de civiles que consoliden una democracia, los dos generales no se ponen de acuerdo en el papel que deben desempeñar en el futuro el ejército y las FAR, las dos instituciones militares que controlan la parte del león de la economía sudanesa.

África es un gran solar que persiguen con codicia potencias que quieren hacer del continente una zona de influencia de su política exterior y de su economía. Rusia tiene intereses, también China, también Israel y también otras potencias árabes, cada cual con ambiciones propias. Estados Unidos, que se había apartado del continente, está dando tibias muestras de querer volver, aunque sin una actitud resolutiva, lo que sus enemigos interpretan como un signo de debilidad.

Es pronto para saber el curso que tomará Sudán en el futuro, y pronto para saber qué actitud adoptarán las distintas potencias. En un primer informe de este tipo, The Wall Street Journal señaló el 19 de abril que el señor de la guerra libio Khaled Haftar, que también tiene la nacionalidad estadounidense, envió un primer avión con munición y material militar diverso a Hemedti.

Los analistas indican que lo más probable es que lo hiciera a título personal, puesto que Hemedti había ayudado a Haftar en el pasado con la misma moneda, pero no debe olvidarse que detrás de Haftar están los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí, y que Hemedti envió hasta 40.000 soldados sudaneses a combatir a la guerra de Yemen del lado de emiratíes y saudíes.

Otro país de los primeros en implicarse ha sido Egipto, que lo ha hecho poniéndose del lado de Burhan. Como en el caso de Haftar, tampoco está claro si detrás de este movimiento hay potencias mayores o si el presidente Abdel Fattah al Sisi actúa por iniciativa propia.

Un asesor cercano de Hemedti se apresuró a conceder una entrevista a un canal de televisión israelí acusando a Burhan de extremista islamista, pero el ministerio de Exteriores hebreo publicó un breve comunicado sin tomar partido públicamente por ninguno de los contendientes, que han hecho llamamientos para la normalización de relaciones con el estado judío. El 20 de abril, funcionarios israelíes citados por los medios hebreos señalaron que Tel Aviv está “en contacto” con los dos generales y dispuesto a mediar entre ellos.

Aunque es cierto que Burhan cuenta con militares que se han significado desde un punto de vista más o menos islamista, eso no ha impedido que países como Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, que han desarrollado una alergia natural que detecta inmediatamente el islamismo, hayan apoyado a Burhan desde las revueltas de 2019. Esos dos países árabes de momento están jugando a las dos cartas a la espera de ver cómo evolucionan los acontecimientos.

Las revueltas de 2019 destronaron a Omar al Bashir y unieron a los dos generales que hoy son rivales y se disputan el poder. Los dos han frenado el proceso democrático y han sido acusados de genocidio en Darfur y de la muerte de 120 manifestantes en junio de 2019.

Los detractores de Hemedti sostienen que se está haciendo rico con la explotación de minas de oro con el apoyo de aventureros rusos, y le acusan de facilitar la apertura de una base naval rusa en el mar Rojo. Es un hecho que el mismo día que las fuerzas rusas entraron en Ucrania, Hemedti visitó Moscú para entrevistarse con el ministro Sergei Lavrov. Al parecer, siempre según sus detractores, Hemedti ha colaborado con las milicias rusas Wagner en varios países africanos, un extremo que éste niega.

Una reciente indicación de que EEUU quiere recuperar el tiempo perdido se produjo en octubre de 2021, cuando intervino para forjar un pacto hacia la democracia en Sudán, según Washington. Burhan y Hemedti aceptaron esa mediación, pero solo cinco horas después de haber terminado el encuentro con los representantes de EEUU, los dos generales apartaron del poder al líder civil que debía conducir al país a la democracia.

La guerra sudanesa concita la atención de prácticamente todas las potencias actualmente implicadas en África. Si la crisis se resuelve rápidamente, el reordenamiento de las influencias extranjeras no se apartará demasiado de la situación actual, pero si la guerra se prolonga se asistirá a un reordenamiento más profundo que tal vez aclarará el papel de EEUU en el continente.

Eugenio García Gascón ha sido corresponsal en Jerusalén 29 años. Es premio de periodismo Cirilo Rodríguez.
EUGENIO GARCÍA GASCÓN
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