Los Estados Unidos de Trump: ¿éxtasis o agonía?
JOSEPH CAMILLERI
La victoria electoral de Trump no es el acontecimiento trascendental o inesperado que muchos han hecho pasar por tal. Es, sin embargo, un signo inequívoco de una sociedad en lenta decadencia en la que la frustración, la ira y el desconcierto alcanzan proporciones epidémicas.
La pregunta inevitable es: ¿cómo ha conseguido este hombre ser reelegido Presidente de Estados Unidos?
Al fin y al cabo, se trata de un hombre dos veces destituido como presidente, que rechazó el resultado de las elecciones anteriores. Se sabe que ha mentido repetidamente al electorado antes, durante y desde su primer mandato presidencial. Se trata de un hombre cuyos negocios han estado durante mucho tiempo bajo una nube, y está ampliamente acusado de engaño, abuso de poder y conducta sexual inapropiada.
Algunos han intentado explicar el resultado destacando los mediocres resultados de la candidatura presidencial de Kamala Harris. Hay algo de verdad en ello.
Su campaña generó un gran entusiasmo entre los fieles demócratas, atrajo grandes mítines y fue una maravilla para recaudar dinero. Pero cuando se trató de cuestiones que preocupan a muchos estadounidenses, en particular la economía y la inmigración, y en el caso de una minoría, el apoyo incondicional de la Administración a la brutal agresión israelí a Gaza y ahora al Líbano, Harris tuvo muy poco que decir.
El problema con esta explicación del resultado electoral es que la agenda política de Trump también era de papel mojado. Aparte de sus constantes dislates sobre los males de la inmigración y sus planes de deportaciones masivas, su programa económico y de política exterior era, como mínimo, confuso.
El voto a Trump, al margen de su ejército de fervientes partidarios, no puede entenderse como una aprobación a sabiendas de sus planes o de la vulgaridad del hombre.
La victoria de Trump expresa, ante todo, un desencanto visceral con las élites políticas y económicas que han prosperado mientras los que están en los peldaños más bajos de la escalera luchan por mantenerse en cuerpo y alma.
Los últimos informes de la Oficina del Censo de Estados Unidos y de seguridad alimentaria muestran que en 2023, 42,8 millones de estadounidenses vivían en la pobreza y 47,4 millones vivían en hogares con inseguridad alimentaria.
Los años de Biden pueden haber traído niveles modestos de crecimiento económico y niveles más bajos de desempleo, pero para muchos estas ganancias se vieron contrarrestadas por el aumento de los gastos de subsistencia y los salarios incapaces de mantener el ritmo. Una encuesta de 2023 reveló que el 78% de la población estadounidense vivía de cheque en cheque, y que muchos estaban a una sola emergencia de vivir en la pobreza.
La razón del atractivo electoral de Trump para un número creciente de votantes negros e hispanos no es difícil de descubrir. La inseguridad alimentaria de los hogares negros e hispanos es más del doble que la de los hogares blancos no hispanos.
Y con estos tiempos de angustia económica llega el conocimiento de que los ricos son cada vez más ricos. Estados Unidos presenta mayores disparidades de riqueza que cualquier otra gran economía desarrollada.
En 2020, sólo un estadounidense tenía un patrimonio neto de más de 100.000 millones de dólares. Cuatro años más tarde había diez centimillonarios. En esos cuatro años, la riqueza combinada de esos diez estadounidenses había crecido un 88% hasta alcanzar los 5,5 billones de dólares.
En las últimas tres décadas, las familias más ricas de Estados Unidos han aumentado considerablemente su patrimonio neto, mientras que las más pobres han visto cómo el valor de sus deudas superaba el de sus activos. El 5% más rico de los estadounidenses posee ahora dos tercios de la riqueza del país.
En cuanto a los afroamericanos, sus expectativas de vida son aún más sombrías. Las tasas de encarcelamiento cuentan una historia espeluznante. Aunque los afroamericanos representan el 13% de la población total, suponen el 37% de los encarcelados y casi la mitad (48,3%) de los condenados a cadena perpetua y virtualmente a cadena perpetua en todo el país. El número de arrestados en 2018 se situó en 2,8 millones, más del doble de la tasa de arrestos de estadounidenses blancos
No es de extrañar, pues, que una gran franja de la población estadounidense, especialmente los desfavorecidos y discriminados, desconfíe cada vez más de las instituciones poderosas. Una sucesión de encuestas apuntan a una pérdida constante de confianza pública en la clase política y los medios de comunicación.
El fenómeno Trump es en parte un reflejo de esta tendencia a largo plazo: un intento de captar la creciente marea de resentimiento público y convertirla en una estrategia para ganar votos.
Pero el éxtasis de la victoria será efímero, mientras que la agonía derivada del declive y la caída del sueño americano resultará duradera.
No es sólo la agonía de Estados Unidos, es la agonía del mundo. Porque ésta es una América que aún no se ha reconciliado con su declive.
Hay pocos indicios de que la segunda Administración Trump vaya a ser más hábil que sus predecesoras a la hora de adaptarse a la profunda transformación económica y geopolítica en curso.
El resurgimiento de Asia como pilar de la economía mundial abarca ahora mucho más que China. En 2023, China, India, Indonesia y Vietnam promediarán tasas de crecimiento del PIB de entre el 5,0% y el 6,5%, lo que sugiere que la tendencia de los últimos años aún debe seguir su curso.
Los resultados de la economía estadounidense son igualmente sorprendentes. En 2000, la cuota de EE.UU. en el PIB mundial total (basada en la PPA) era del 24%. Este porcentaje se redujo a poco más del 20% en 2010. En 2018, superaba ligeramente el 15%, y actualmente se sitúa justo por debajo del 15%.
Y ahora vemos el creciente desafío planteado por China a la supremacía del dólar estadounidense, un desafío que se está acelerando con el apoyo activo de Rusia y las principales economías del Sur Global. No debemos olvidar que la supremacía del dólar ha sido la piedra angular de la hegemonía mundial de Estados Unidos.
La confianza que los agentes económicos han depositado en el dólar estadounidense desde la década de 1940 está empezando a erosionarse. Un factor clave es el crecimiento exponencial de la deuda pública estadounidense. En 2023, alcanzará más de 33,4 billones de dólares, nueve veces la deuda del país en 1990.
Apenas se hizo mención de este inminente desafío al dominio económico estadounidense en el transcurso de la campaña electoral. No hay razón para pensar que ninguna de las medidas económicas que introducirá la Administración Trump entrante, incluido el uso continuado de aranceles y sanciones contra los adversarios, detendrá, y mucho menos invertirá, estas tendencias a largo plazo.
El declive constante del poder hegemónico estadounidense es igualmente evidente cuando se trata de la proyección del poder militar. Las proezas tecnológicas y los elevados niveles de gasto militar que culminan en la asombrosa cifra de 1,94 billones de dólares en recursos presupuestarios disponibles para el Departamento de Defensa en el año fiscal 2024 no se traducen fácilmente en victoria militar o control político.
La costosa guerra contra el terrorismo, la desastrosa guerra de Irak, el prolongado y punitivo conflicto de Afganistán, el terrible lío de Libia y Siria, y la infructuosa demostración de fuerza contra Irán a través de su apoderado Israel, dan fe de la fragilidad del poder estadounidense.
Algunos creen que Trump es menos proclive a participar en expediciones militares lejanas o a apoyarlas y más inclinado a restar importancia a las alianzas militares. Queda por ver, sin embargo, hasta qué punto esto se hará realidad.
Es concebible que una administración Trump haga algún esfuerzo para poner fin a la guerra de Ucrania. Pero incluso si se llega a un acuerdo sobre algún tipo de alto el fuego en 2025, no se deduce que el firme avance de la OTAN a las puertas de Rusia se reducirá, y mucho menos se invertirá.
El resultado de todo esto es que es probable que las promesas descabelladas de «volver a hacer grande a América» distraigan a Estados Unidos de abordar la cuestión central de nuestro tiempo. ¿Está preparado Estados Unidos para aceptar que su dominio económico y militar indiscutible está llegando a su fin?
No afrontar esta realidad no hará sino prolongar y agravar la agonía de Estados Unidos y del resto del mundo.
Joseph Camilleri es profesor emérito de Relaciones Internacionales de la Universidad australiana La Trobe. (Melbourne).
Este artículo se publica en colaboración con el portal australiano Pearls and Irritations.