Ruanda, el nuevo complejo de Fachoda entre Francia y Gran Bretaña
JAYRO SÁNCHEZ
El Tribunal Penal de París condenó el pasado 20 de diciembre a 24 años de prisión al ginecólogo ruandés Sosthene Munyemana, más conocido entre sus compatriotas como el carnicero de Tumba, por su participación en los asesinatos masivos ejecutados en su país natal contra la minoría étnica tutsi entre la primavera y el verano del año 1994.
Después de reflexionar sobre las acusaciones durante más de medio día, el jurado decidió que era culpable de cometer genocidio y crímenes contra la humanidad, así como de participar en una conspiración para llevar a cabo esos mismos delitos. Los abogados del acusado aseguraron que estaban dispuestos a apelar la sentencia.
Según el presidente del Tribunal, Marc Sommerer, Munyemana fue parte del grupo que «planificó, organizó y dirigió el genocidio diario de los tutsis en Tumba». Las personas llamadas a testificar declararon que el doctor «había firmado una carta de apoyo al régimen provisional genocida que estuvo en el poder en el periodo comprendido entre la muerte del presidente Juvénal Habyarimana», el 6 de abril de 1994, «y su derrota a principios de julio».
El jurado considera que hay pruebas sólidas sobre la amistad personal de Munyemana con el primer ministro Jean Kambanda, al que el Tribunal Penal Internacional para Ruanda condenó a cadena perpetua en 1998 por ser uno de los responsables de la ejecución de la «política» de limpieza étnica, y sobre su implicación en la creación de los «bloqueos de carretera y patrullas» que capturaron y mataron a numerosos miembros de la etnia minoritaria ruandesa.
También ha llegado a la conclusión de que «fue un titular clave en la oficina administrativa local» de la ciudad de Butare, «donde docenas de tutsis heridos, indefensos y hambrientos fueron encarcelados antes de ser asesinados».
¿Impunidad?
Dos meses después de la caída del Gabinete responsable de las matanzas, el ginecólogo huyó a Francia junto con su mujer y sus tres hijas. A pesar de que otros expatriados ruandeses residentes en el país europeo archivaron una denuncia contra él en octubre de 1995, Munyemana siguió en libertad y desarrolló una exitosa carrera profesional en los servicios médicos franceses hasta su jubilación, que se produjo de forma reciente.
Es el sexto criminal de guerra implicado en el genocidio ruandés al que se ha juzgado en Francia, y el primero al que los fiscales de esta nación comenzaron a investigar. Los tribunales han tardado 28 años en dictar sentencia contra él porque el segundo Gobierno de François Mitterrand fue, en parte, responsable de los hechos ocurridos en aquella parte de África en 1994.
Tanto Ruanda como su vecino meridional, Burundi, han sufrido el enfrentamiento de las dos principales etnias de su población, la tutsi y la hutu, por el hipotético uso que estas querían dar a las escasas tierras de la región. En principio, la primera buscaba apacentar allí a sus cabezas de ganado. La segunda pensaba cultivar en ellas más parcelas de mandioca y maíz.
Las consecuencias del colonialismo
Luego, con la llegada de las potencias coloniales europeas al continente, el asunto se complicó aún más. Los funcionarios enviados a aquellos territorios por Berlín y Bruselas se sirvieron de los tutsis, los tradicionales gobernantes de la zona, para controlarlos. Pero, cuando estos comenzaron a luchar por la independencia a mediados del siglo XX, no dudaron en arrojar a sus antiguos «siervos» hutus contra ellos.
Ruanda y Burundi solo se declararon como estados con plena soberanía en 1962. El Gobierno de la primera cayó en manos hutus, y el de la segunda siguió estando en poder de los tutsis. En las siguientes décadas, ambas etnias asesinarían a grandes grupos de sus rivales en una sucesión de revueltas, golpes de Estado y acciones de guerrilla que dificultarían el establecimiento de sistemas políticos democráticos y el desarrollo de algún tipo de prosperidad económica en los dos países.
En 1973, parte de los hutus ruandeses apoyó una rebelión dirigida por el hasta entonces ministro de Defensa y comandante en jefe del Ejército, el general Habyarimana. Este creó una dictadura que lo mantendría en la presidencia del Estado hasta el mes de abril de 1994, cuando los más chovinistas de sus antiguos partidarios decidieron acabar con él porque había negociado un acuerdo con la principal organización de la oposición, el Frente Patriótico Ruandés (FPR), para compartir el poder.
Cuatro años antes, los exiliados ruandeses, que se habían unido a las milicias de Yoweri Museveni en Uganda con el objetivo de derrocar a Milton Obote, volvieron a entrar en Ruanda y arrebataron el control de sus territorios septentrionales a Habyarimana, que solo se sostuvo en la presidencia gracias a la intervención de una compañía de paracaidistas franceses que frenó la ofensiva del FPR.
Una paz no alcanzada
La firma de los Acuerdos de Arusha por parte de los dos bandos entre 1992 y 1993 fue contrarrestada por los asesinatos de los principales dirigentes de Ruanda en 1994, los cuales fueron propiciados por el mismo grupo de hutus radicales que organizó el genocidio de tutsis y hutus moderados ese mismo verano.
En su libro Ébano, el periodista polaco Ryszard Kapuściński explica que «existen cálculos dispares del número de víctimas. Unos hablan de medio millón, otros de uno. Nadie obtendrá jamás cifras exactas».
Lo que el actual Gobierno de Ruanda parece tener claro es la responsabilidad de Francia en cuanto a las matanzas. En 2021, encargó a varios investigadores que analizaran el rol que el Estado europeo había tenido en ellas y estos emitieron el informe Un genocidio previsible: El papel del Gobierno francés en conexión con el genocidio contra los tutsis en Ruanda.
En él, afirman lo siguiente: «Es nuestra conclusión que el Gobierno francés tiene una significativa responsabilidad por permitir un genocidio previsible. Durante muchos años, […] apoyó al régimen corrupto y asesino del presidente ruandés Juvénal Habyarimana. Las autoridades francesas armaron, aconsejaron, entrenaron, equiparon y protegieron al Gobierno ruandés sin prestar atención a las políticas de Habyarimana, a su compromiso con la deshumanización y, en última instancia, con la destrucción y la muerte de los tutsis en Ruanda».
«Lo hicieron para promover los intereses propios de Francia; en particular, para reforzar y expandir su poder e influencia en África. Y ello a pesar de la evidencia constante y cada vez mayor de que un genocidio era previsible», aseguran.
Sin embargo, tanto los planificadores como los ejecutores de los asesinatos no tardaron mucho tiempo en intentar huir de Ruanda. En julio de 1994, el FPR tomó todo el país y formó un nuevo Ejecutivo con tutsis y hutus moderados que, en teoría, debían alcanzar la reconciliación y perseguir y llevar ante la justicia a los que habían participado en el genocidio.
Cambiar todo para que nada cambie
El hutu Pasteur Bizimungu fue nombrado presidente de la República, y el líder del FPR, el tutsi Paul Kagame, vicepresidente. Este último sustituyó al primero en su cargo en el año 2000, y sigue ganando las elecciones que se celebran en el país desde 2003.
A pesar de ello, varios actores internacionales como la Unión Europea (UE) critican las irregularidades cometidas en los distintos comicios que se han organizado desde que los representantes del FPR llegaron al poder.
El último informe anual de Amnistía Internacional sobre la situación de los derechos humanos en el mundo afirma que «las autoridades» ruandesas «continuaron hostigando, intimidando, persiguiendo y deteniendo ilegalmente a blogueros y blogueras y a periodistas» críticos con el régimen de Kagame.
Este firmó un acuerdo con el Reino Unido que permitirá a Londres deportar a Ruanda a todos los inmigrantes ilegales que lleguen a sus costas. El comité del Consejo de Europa para la prevención de la tortura y los tratos o penas inhumanos o degradantes publicó un informe el pasado jueves en el que advertía que los migrantes que sean expulsados podrían sufrir torturas y tratos degradantes en el país africano.
De hecho, el Ministerio del Interior británico ha aprobado de manera reciente las peticiones de asilo de cuatro ciudadanos ruandeses que aseguran huir de la persecución a la que les somete su propio Gobierno. No obstante, el primer ministro Rishi Sunak pretende sacar adelante su proyecto legislativo contra la inmigración ilegal a toda costa.
El nuevo complejo de Fachoda
Los principales estados europeos que colonizaron África, Francia y Gran Bretaña, siguen queriendo mantener algún tipo de influencia en el continente. La primera ha dado cobijo durante décadas a varios criminales de guerra ruandeses implicados en el genocidio contra los tutsis y hutus moderados de 1994, y la segunda mantiene buenas relaciones con el presidente Kagame a pesar de que su régimen ha sido acusado repetidas veces de no respetar los derechos humanos.
A finales del siglo XX, París creyó tener derecho a proteger a Habyarimana y sus aliados para mantener unida la Francofonía, esa imaginaria comunidad formada por todos los pueblos de lengua y cultura francesa. Y, hoy en día, sigue proporcionando refugio a algunos de los individuos que lideraron las matanzas de 1994 mientras intenta hacer que el mundo olvide su papel en ellas.
Entretanto, Reino Unido ha sustituido a Francia gracias a su antigua amistad con los exguerrilleros anglófonos descendientes de los exiliados ruandeses tutsis, muchos de los cuales sirvieron a las órdenes de Museveni en Uganda, una antigua colonia británica.
En el siglo XIX, cuando París y Londres expandieron sus imperios por todo el continente africano, los Gobiernos de ambos países buscaron la manera de unir sus posesiones coloniales en líneas rectas. Los franceses querían construir la suya de este a oeste, desde Dakar hasta Yibuti. Y los británicos de norte a sur, desde El Cairo hasta Ciudad del Cabo.
El punto convergente de las dos líneas era una pequeña aldea de pescadores situada a la orilla del río Nilo: Fachoda. Los europeos de la época pensaban que el que se hiciera con ella dominaría África. Por ello, Francia y Reino Unido enviaron sendas expediciones militares para hacerse con su control.
Al final, la primera renunció a Fachoda, aunque sintiéndose muy agraviada. El conflicto marcó el inicio de una competición a escala continental entre ambas potencias, y nunca ha acabado de cerrarse a pesar de que los territorios africanos se hayan transformado en estados con una supuesta soberanía propia. ¿Será Ruanda el nuevo escenario de ese complejo que nunca ha acabado de morir?