La extrema derecha ya toca poder en Occidente

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

Sorprenderse por la irrupción de la extrema derecha ya es cosa del pasado. Los partidos de esa corriente, incluidos los que tienen simpatías nazis, están abandonando los márgenes extraparlamentarios o parlamentarios para convertirse en actores centrales y desacomplejados en países hasta ahora liberales, donde forman vértebras esenciales de poder, como en el caso de Italia.

Las aguas especialmente revueltas de septiembre también han colocado al partido Demócratas de Suecia en el punto de mira. DS no oculta su ideología nazi ni su rechazo ante las oleadas de inmigrantes procedentes del tercer mundo, en particular musulmanes, que, según denuncian los supremacistas, están reemplazando a la población occidental blanca y cristiana.

DS ha superado el 20 por ciento de los votos y se halla en una buena posición para desempeñar un papel decisivo en el próximo gobierno. Una parte de su ideario lo comparten otras formaciones de la derecha, y en algunos casos no solo de la derecha. Es inevitable pensar que nos encontramos a las puertas de un experimento ilustrativo en países como Hungría, donde ya gobierna el populismo, o donde el populismo se ha posicionado para gobernar, como en Italia, lo que cada vez ocurre en más latitudes.

Una distinción del presente en relación con el pasado es que estos días la extrema derecha se postula ante el electorado como una fuerza democrática, es decir, que respeta el carácter democrático de los sistemas occidentales, una característica que comparte con los movimientos populistas y nacionalistas que campean a sus anchas por Occidente y cuyas ideas se fusionan a menudo con la extrema derecha y son difíciles de discernir.

Es significativo que DS incluya la palabra “demócratas” en el lugar preferente de su nombre, de donde se infiere hasta qué punto están cambiando las sociedades occidentales. Los nuevos ideólogos de la extrema derecha, que antes confiaban en la fuerza bruta para subvertir el orden, depositan ahora su esperanza en el respaldo de las urnas. Esta ironía ya no es un espejismo en Suecia o Italia.

La izquierda está pasando a ocupar una posición residual en el espectro político occidental. Países como Francia o Italia han relegado la socialdemocracia a una casilla marginal, como se vio en las últimas elecciones. Quedan pocos lugares donde las ideas socialistas sean dominantes, como sucede en España. Un país que suele adelantarse a los demás es Israel, donde vemos que la socialdemocracia y la izquierda en general son irrelevantes desde hace años frente al creciente empuje del nacionalismo y el religionismo, dos ideologías de derechas.

Los populistas, nacionalistas y religionistas, no han surgido de la nada. Una primera impresión es que responden a los cambios que se están produciendo en las sociedades occidentales, donde se percibe un cansancio de la democracia liberal. Las sociedades occidentales parecen extenuadas, incluso en países como Suecia, donde la socialdemocracia había funcionado envidiablemente durante generaciones.

La insurrección de la derecha y la extrema derecha en el Capitolio contra los resultados de las últimas elecciones presidenciales en EEUU apunta en la misma dirección. La incertidumbre quizá se está resolviendo de la manera que ha pronosticado un intelectual conservador: “Antes los chicos listos eran de izquierdas y ahora son de derechas”. Quizá no todos los chicos listos sean de derechas, pero es innegable que cada día hay más.

El fenómeno conlleva una polarización que alimentan amplios sectores de la derecha y la izquierda. Todavía es difícil determinar si el golpe de estado liderado por Donald Trump fue en realidad un fracaso, es decir si marcó el final del movimiento o fue el principio de un movimiento populista más amplio que está en pañales y pronto será dominante en Occidente. Giorgia Meloni, al anunciar su victoria, insistió en que los resultados de las elecciones italianas no son un punto de llegada sino de partida.

Incluso en los barrios menos desarrollados de las grandes metrópolis occidentales, los trabajadores están votando en masa a la derecha y la extrema derecha. Ocurre en urbes del Reino Unido, Francia, España o Italia, y en otros países. La sensación es que la gente se ha hartado de la enorme complejidad que ha adquirido la sociedad occidental. Como decía un filósofo, cuando la complejidad adquiere tonos extremos, la gente quiere simplificar. Esto es exactamente lo que está sucediendo y es sumamente peligroso.

Conviene recalcar que en Suecia o Italia se está votando libremente, con todo lo que ello implica. La gente apoya este giro. La impresión es que la incipiente sociedad populista y nacionalista está despidiendo al liberalismo que ha dominado a Occidente durante décadas y cuyo atractivo es cosa del pasado y cuestionan más y más individuos. El atractivo del liberalismo está cediendo el paso a una enorme confusión. La sociedad rechaza el igualitarismo económico que convirtió a Suecia en un modelo de centro izquierda, quizás porque nuestra sociedad es bastante distinta a la de hace unas décadas.

Bastión histórico de la tolerancia, la justicia y la socialdemocracia, el vuelco de Suecia guarda una relación directa con el nazismo. Dieciocho de los 30 padres fundadores de Demócratas de Suecia, que establecieron el partido en 1988, formaban un grupo neonazi afín a Adolf Hitler con el eslogan nacionalista “Suecia para los suecos”. Sus miembros solían exhibirse con uniforme militar, algo que acabó prohibiéndose en 1995. Se perdió el uniforme pero no las mañas.

Sería discutible atribuir el sesgo de extrema derecha nacionalista solo a los líderes de los nuevos partidos que brotan por todo Occidente. Ciertamente, esos líderes lo impulsan, pero no tendrían éxito si no existiera una amplia base popular que apoya y alimenta esas ideas, que las respalda en las urnas, y eso es lo realmente preocupante.

Los suecos están terminando con el igualitarismo que envidiaba buena parte del mundo. Hospitales y escuelas se están privatizando y el país ha perdido la inmunidad de la que gozó contra la extrema derecha y la extrema izquierda. Para agravar esta situación, algunos analistas señalan que partidos de izquierda y de derecha están adoptando distintas ideas de Demócratas de Suecia, no solo en relación con la inmigración. La conclusión es que la polarización se agrava y las expectativas no son halagüeñas.

Eugenio García Gascón es premio de periodismo Cirilo Rodríguez. Ha sido corresponsal en Jerusalén 29 años

 

EUGENIO GARCÍA GASCÓN
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