Trump, Europa y Oriente Próximo

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

Aunque es difícil presentar por anticipado un mapa de las repercusiones políticas que la victoria de Donald Trump tendrá a nivel planetario, y en especial en Europa y Oriente Próximo, es muy posible que los próximos cuatro años conduzcan a una geografía distinta de la que conocemos. En la vieja Europa, y en el todavía más viejo Oriente Próximo, en la noche del 5 al 6 de noviembre, se contuvo la respiración hasta que los resultados fueron claros a favor del expresidente. Ahora, unos, generalmente de la derecha, se atusan con fruición, y otros, de la izquierda, se curan en salud relamiéndose las heridas que podrían sobrevenirles.

Hay quienes señalan que la victoria de Trump puede ser beneficiosa para Europa, que puede servir de acicate para restructurar un continente que desde hace tiempo necesita una restructuración a fondo. Por ejemplo, podría servir a Bruselas para relanzar los antiguos planes de defensa, un objetivo extremadamente ambicioso, que con cada demora ha debilitado el continente.

Durante décadas, los europeos han creado una sociedad de espíritu liberal y socialdemócrata, y ahora se replantearán la cuestión capital de su estructura básica. De hecho, lo están pensando europeos de todos los sectores, incluido el de los más desfavorecidos. De la misma manera que muchos hispanos, y también negros y de otras minorías, han votado a Trump, en Francia hace años que trabajadores sin cualificación votan a Marine Le Pen. Esos franceses votaban antes a partidos de izquierda pero en el transcurso de algunos años han dado un gran salto a la derecha radical. No hay otro modo de explicar que Le Pen obtuviera más del 40 por ciento de los votos en la segunda vuelta de las últimas presidenciales.

¿Por qué se está produciendo este viraje en Estados Unidos y en Europa? Sería posible explicarlo de distintas maneras. Pero existe en la sociedad un sentimiento de traición hacia los políticos progresistas que han virado demasiado a la izquierda, por ejemplo con los subsidios de desempleo. J. D. Vance, que a partir de enero será el vicepresidente de Trump, lo explica muy bien en su autobiografía. Muchos como él, nacidos en familias demócratas de clase baja, experimentaron un giro hacia el campo republicano escandalizados con los subsidios que las administraciones ofrecen a gente que ellos consideran vagos y poco menos que maleantes sin ganas de trabajar ni devolver nada a la sociedad que les cobija.

El corte y espíritu socialdemócrata que reina en la mayor parte de Europa en todo lo relativo a cuestiones sociales y desempleo ha sido bastante similar al de Estados Unidos. En Francia, los trabajadores que votan a Le Pen ven que algunos de sus vecinos viven con desahogo gracias a los subsidios públicos, mientras ellos deben esforzarse para llegar a final de mes trabajando duro, y esto les disgusta y les hace elegir las papeletas de Marine Le Pen cuando se abren las urnas. No es extraño que los votos de Le Pen no paren de subir de una convocatoria a la siguiente.

Hace ahora un siglo, Thomas Mann pronosticó que el capitalismo del futuro tendría algunos rasgos del comunismo. Es algo que ya se ha logrado si atendemos a los sistemas de educación, salud o desempleo de la mayoría de los países occidentales. Ahora bien, son muchos los que piensan que Estados Unidos y Europa han llevado los rasgos del comunismo demasiado lejos y que conviene rectificar para hacer una sociedad más justa, donde no haya pobres pero tampoco gente que se aproveche de la sociedad sin arrimar el hombro. El socialdemócrata Olof Palme explicó en una ocasión que se había metido en política para acabar con los pobres, no para acabar con los ricos, como pretenden quienes están a la izquierda de la socialdemocracia. Quienes ahora votan a Trump o Le Pen se ven a sí mismos como aspirantes a unas sociedades donde se premie el esfuerzo y el talento y no solo la necesidad, al menos en las proporciones que se están dando en Estados Unidos y en Europa.

Puede ser que lo ocurrido con Trump tenga algo que ver con esto, entre otras cosas. En Europa observamos tendencias parecidas que surgieron hace bastantes años y que ahora se van extendiendo. Es posible que con el nuevo presidente republicano se agudicen. Otra área que sin duda se verá afectada en Estados Unidos es la de la inmigración masiva. En Europa estamos asistiendo a conatos que van en la misma dirección y que con el presidente Trump sin duda se verán reforzados. Es cierto que Europa precisa a los inmigrantes, pero muchos europeos no lo ven así o, como mínimo, exigen un control más riguroso de ese fenómeno.

Vayamos ahora con Oriente Próximo. En su primer mandato, Trump defendió las políticas más ultramontanas de Benjamín Netanyahu, por lo tanto no es extraño que éste haya aplaudido su elección con más fuerza que nadie. Trump tiene un asentamiento a su nombre (Ramat Trump, es decir Altos de Trump) en los Altos del Golán sirios ocupados por Israel en 1967. Netanyahu le dedicó la colonia para agradecerle varias cosas: su actitud anti-Irán, el traslado de la embajada americana de Tel Aviv a Jerusalén, la presión para que varios países como Marruecos o los Emiratos normalizaran sus relaciones con Israel, la vista gorda con los asentamientos judíos de Cisjordania, y precisamente el reconocimiento de la anexión unilateral del Golán a Israel.

El gran enigma es saber hasta dónde va a llegar Trump con la Franja de Gaza. Está claro que Israel quiere volver a la colonización. Para facilitar esto mantiene al grueso de su población, 2,3 millones de palestinos, de un lado a otro desde hace un año, sin permitirles que se queden en ningún lugar con seguridad. La intención aparente es echarlos a Egipto. Para ello necesita la luz verde de la Casa Blanca, algo que Joe Biden no ha estado dispuesto a conceder. La cuestión es si Trump lo permitirá. Además, deberá verse qué hace el nuevo presidente con Irán, un problema que puede desestabilizar más todo Oriente Próximo.

Eugenio García Gascón ha sido corresponsal en Jerusalén 29 años. Es premio de periodismo Cirilo Rodríguez.

 

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