Ben Gvir y la imparable deriva de Israel
EUGENIO GARCÍA GASCÓN
El 13 de octubre el diputado Itamar Ben Gvir empuñó su pistola contra un grupo de palestinos que protestaban, algunos arrojando piedras, contra la ocupación militar israelí en el barrio de Sheij Yarrah, en el sector árabe de Jerusalén. Ben Gvir no llegó a disparar el arma, aunque animó a los policías a que lo hicieran. No es la primera ocasión que este diputado saca la pistola, pero esta vez lo ha hecho a pocos días de las elecciones legislativas previstas para el 1 de noviembre. Su objetivo claro es atraerse votantes radicalizados, que cada día abundan más en el país.
La tarde anterior, miércoles, el líder de Otzma Yehudit (Fuerza Judía) había celebrado una reunión privada con Benjamín Netanyahu, dirigente del Likud, el principal partido de la Kneset. Trascendió que ambos acordaron no robarse votos entre ellos durante la campaña y Netanyahu instó a Ben Gvir a “ganar votos nuevos” para aportarlos a la coalición que él lidera con el fin de obtener un bloque suficiente para gobernar. También se comprometió a llamarlo por teléfono en primer lugar si el bloque logra la mayoría absoluta de 61 escaños.
Para comprender lo que sucede en Israel, y en regiones cada vez más amplias de Occidente, hay que retrotraerse algunos años. El fuerte nacionalismo que impera en el país, y que Israel exporta sin tapujos allá donde puede, incluida Europa oriental y occidental, es clave. No es un fenómeno nuevo pero está adquiriendo unas tonalidades radicales de las que la alianza entre Netanyahu y Ben Gvir solo es un eslabón adicional. Todavía más grave es que en Israel el nacionalismo identitario se ha aliado con un religionismo no menos feroz e identitario que también es de extrema derecha, por más que en ocasiones se disfrace burdamente de izquierdas.
Hasta el día de hoy, Ben Gvir cuenta con nueve condenas por incitación al racismo, resistencia a la policía, causar disturbios, posesión y distribución de material terrorista, y dos veces por apoyo a una organización terrorista. Además, durante años ha sido un personaje con gran visibilidad en sus funciones de abogado, defendiendo a un gran número de judíos jóvenes de la Cisjordania ocupada a los que se acusaba de terrorismo o simplemente de incumplir la ley por motivos nacionalistas. Con todo este bagaje Ben Gvir, de 46 años, se encuentra en el centro de atención de la actual campaña electoral. De hecho, hace muchos años que su inconfundible persona aparece en las televisiones y en los demás medios con gran asiduidad, siempre con una actitud desafiante y provocadora.
Nadie duda de que esa actitud, al igual que cuando empuña su pistola, le va a reportar un considerable número de votos que según los sondeos le convertirán en la tercera fuerza de la Kneset. Los tiempos están cambiando en todas partes e Israel va por delante. El empuje de la derecha, y de la extrema derecha, es dominante, y el nacionalismo israelí va acompañado del inevitable religionismo, dos ideologías que hace tiempo se han impuesto y siguen creciendo. Itamar Ben Gvir es un referente central de este movimiento, pero sería injusto pensar que él solo ha llegado hasta ahí, puesto que la inquietante emergencia de su figura es el resultado del florecimiento de esas dos ideologías que desde hace décadas, y cada vez con mayor intensidad, constituyen el caldo de cultivo habitual de los jóvenes israelíes.
Hijo de emigrantes originarios de Irak y el Kurdistán, Ben Gvir empezó a adquirir conciencia religiosa y política a la edad de 12 años. Estudió en una yeshiva, o escuela rabínica, fundada por el rabino Meir Kahane, uno de los judíos más radicales, que fue asesinado en Nueva York en 1990. Nunca sirvió en el ejército, algo que él explica diciendo que los militares no quisieron reclutarlo por su temprana militancia en organizaciones consideradas terroristas.
Hay quien asegura que Ben Gvir es un agente del Shin Bet, los servicios secretos, pero él se las apaña para aparecer siempre al lado de los judíos más radicales. Lo mismo les brinda apoyo cuando levantan un asentamiento en los territorios ocupados que cuando se sientan en el banquillo de los acusados por cualquier otra razón. El caso es que siempre está a su lado, incitándolos a la violencia y provocando a los palestinos. Tiene seis hijos y vive en la colonia de Kiryat Arba, junto a la ciudad ocupada de Hebrón, al sur de Jerusalén.
El 1 de octubre, los medios hebreos dieron cuenta del malestar del senador demócrata Robert Menendez, presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado de EEUU, quien discretamente amonestó a Netanyahu para que no establezca una alianza con Ben Gvir. El veterano Menendez es un estrecho socio de Israel que siempre se alía con los republicanos más conservadores cuando anda por medio el estado judío. Netanyahu no hizo caso a Menendez, aunque hasta ahora ha rehusado hacerse fotos con Ben Gvir. El aviso del senador Menendez muestra las reticencias que despierta ese líder ultranacionalista y ultrarreligioso incluso entre los políticos americanos más cercanos a Israel.
El fenómeno de derechización nacionalista y religionista identitaria no augura que Israel obtenga más estabilidad después de las elecciones del 1 de noviembre. La tendencia a la polarización está clara, el empate técnico que dan los sondeos apunta a que los principios de la democracia están en peligro y a que, ocurra lo que ocurra en las urnas, no va a faltar animación. Ni la victoria de unos ni la de otros traerá más calma y equilibrio al país. La polarización que tan bien encarna Ben Gvir acarrea consigo más polarización, de manera que es fácil prever más violencia, más racismo, más hostilidad y más sectarismo, es decir, más nacionalismo y más religionismo. Además, confirma que la aplicación de procedimientos democráticos solo aparentes, como en el caso de Israel, puede conducir a la no democracia, a la tiranía.
Eugenio García Gascón ha sido corresponsal en Jerusalén 29 años. Es premio de periodismo Cirilo Rodríguez.