RAFAEL POCH-DE-FELIU
En Moscú tardaron años en comprender la seriedad del proyecto globalista occidental que contemplaba una Rusia subalterna con una elite nacional compradora subordinada a las grandes transnacionales occidentales. Tardaron en comprender que no se pensaba reconocer «soberanías» ni cotos privados de la elite oligárquica rusa derivados del tradicional control estatal que esa élite tiene de los negocios, privatizaciones y desfalcos en el mayor país del mundo.
Los occidentales querían libre acceso sin restricciones para sus multinacionales a los recursos de Eurasia, y, por supuesto, no reconocían «zonas de influencia» políticas, económicas ni militares, más allá de su propio dominio hegemónico. La inicial colaboración de Moscú fue considerada debilidad y las repetidas quejas de Putin, ignoradas durante años.
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