El Sáhara Occidental, la vieja “guerra” que reordena el Magreb

RICARD GONZÁLEZ

Con el estallido de la guerra en Ucrania, el año 2022 ha agitado el status quo del tablero geopolítico mundial. Un nuevo orden mundial se perfila en el horizonte, si bien su silueta es todavía borrosa. No obstante, el Magreb parece inmune a este periodo de cambios, anclado en un conflicto que pronto cumplirá medio siglo: el Sáhara Occidental. La pugna por el control de la excolonia española, que esconde en el fondo una lucha por la hegemonía entre las dos potencias magrebíes, Argelia y Marruecos, continúa siendo el eje central de la política regional. Tan solo Libia escapa a esas coordenadas, inmersa en un rompecabezas interno, punteado por cíclicos estallidos de violencia, al que nadie ha encontrado todavía solución.

El Sáhara Occidental era uno de esos muchos conflictos congelados esparcidos por el mundo hasta que Donald Trump llegó a la presidencia de EEUU. Y no fue así porque él tuviera interés alguno en esta disputa, o el Magreb, en general, sino que lo utilizó como una palanca para intervenir en otro conflicto que sí era caro a su entorno o sus bases: el de Palestina. Trump ofreció a Rabat una transacción de alto voltaje: la normalización de relaciones con Israel a cambio de un reconocimiento de la soberanía marroquí en el Sáhara Occidental, algo que ni tan siquiera se había atrevido a proponer Francia, aliado tradicional de Marruecos.

El espaldarazo de Washington envalentonó a la diplomacia marroquí que divisó la posibilidad de conseguir una victoria definitiva en el Sáhara Occidental. Desde entonces, sus expertos y analistas aparecen en las cadenas de televisión árabes para insistir que Marruecos es ahora “una gran potencia”, y todos sus socios deben ajustar sus políticas a esta nueva realidad. Es decir, Rabat les exige que se alineen con la política estadounidense.

Y para lograrlo, no ha dudado en utilizar diversos tipos de presiones, lo que en el último año ha significado abrir conflictos diplomáticos con Alemania, España e incluso Francia, si bien este ha sido de menor envergadura. “Esta actitud agresiva no es nueva, sino que existen precedentes. Ahora bien, ha subido de tono después del reconocimiento de la soberanía marroquí del Sáhara Occidental por parte de Donald Trump a finales de 2020”, estima Irene Fernández-Molina, profesora de la Universidad de Exeter.

El régimen argelino, que el año pasado pasó página al letargo de la presidencia de un Buteflika enfermo y las tribulaciones del movimiento de protesta del hirak, entendió que no podía quedarse de brazos cruzados. Durante la última década, Marruecos ha ido obteniendo victorias diplomáticas sobre todo en África, un continente que se había alineado tradicionalmente con Argel. El presidente Abdelmajid Tebún, formalmente electo a finales del 2019, ordenó una diplomacia más enérgica, que se plasmó en una ruptura de relaciones diplomáticas con Rabat y el apoyo a la decisión del Frente Polisario de romper el alto al fuego con Marruecos vigente desde 1991.

Túnez, que atraviesa una grave crisis política interna después del “golpe constitucional” del presidente Kais Said en verano del 2021, se vio atrapado entre dos fuegos, o dos vecinos más poderosos que blanden una política del “estás conmigo o contra mí”. Said, dependiente del apoyo político y financiero de Argel, no pudo o no quiso mantener la tradicional “neutralidad positiva” de Túnez en el conflicto del Sáhara Occidental. El pasado mes de agosto, recibió con todos los honores al líder del Polisario, Brahim Gali, en el marco de una cumbre entre la Unión Africana y Japón celebrada en Túnez. Rabat montó en cólera y retiró a su embajador de Túnez, un gesto que Said pagó con la misma moneda.

“La recepción de Gali fue una provocación y un error que rompió la neutralidad histórica de Túnez que le permitía intentar mediar en el conflicto”, opina el analista tunecino Ayman Bougami. “El presidente Said ha optado por alinearse con Argelia no sólo por intereses nacionales, como recibir el gas a un precio de descuento, sino personales. Necesita el apoyo de Argel a su proyecto porque se halla bastante aislado a nivel internacional”, afirma Bougami.

Mientras el Magreb se inflamaba, la precaria paz en el este de Ucrania saltaba por los aires, desatando una onda expansiva que ha sacudido de una forma u otra el mundo entero. Este conflicto podría haber profundizado las alianzas tradicionales, es decir, el anclaje de Marruecos en Occidente, y la histórica asociación entre Argelia y Rusia. Pero no ha sido así. Marruecos, que necesita sortear el veto de Rusia en el Consejo de Seguridad para que su victoria en el Sáhara sea definitiva, no participó en la votación de condena a Rusia en la ONU del pasado mes de marzo y no se ha sumado a las sanciones occidentales a Moscú. Argelia, por su parte, no ha querido entregar en bandeja a su adversario el apoyo de Occidente y se abstuvo en la Asamblea General.

Libia es el único país del Magreb ajeno a las tensiones relacionadas con el Sáhara Occidental. En agosto, el país experimentó los más duros combates de los últimos dos años en Trípoli, que se saldaron con la muerte de 32 personas, buena parte de ellos civiles. Los enfrentamientos, fruto de la pugna entre dos Gobiernos rivales por hacerse con el control del país, han suscitado el temor a una nueva conflagración bélica de grandes dimensiones. Sin embargo, ninguna de las potencias con presencia militar en el país, especialmente Turquía y Rusia, parece interesada en atizar las llamas de la confrontación, pero tampoco empujan con fuerza a sus aliados para que hagan las renuncias necesarias que requeriría un acuerdo de paz que ponga las bases de un Estado sólido y viable. 

Ricard González es periodista y politólogo. Corresponsal para varios medios en el Magreb.
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