Los juegos malabares de Bibi Netanyahu

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

Es de interés para Benjamín Netanyahu mantener suspendidos los distintos frentes de batalla que tiene abiertos para prolongar indefinidamente su mandato como el primer ministro que más tiempo ha servido en el cargo. Eso implica dejar sin resolver problemáticas militares, políticas y judiciales que le desgastan pero también le ayudan en la supervivencia.

Quizás la cuestión más visible sea la guerra, presente tanto en la Franja de Gaza, como en Cisjordania, como en Líbano, como en Siria. Netanyahu se niega a cerrar esos frentes como le piden la oposición y hasta distintos funcionarios estadounidenses que consideran que un portafolio tan variado no favorece la política de Washington en Oriente Próximo.

Netanyahu sabe que mientras no se dé por acabada la guerra, existirá un pretexto importante para justificar su continuidad y la no convocatoria de elecciones. Una y otra vez declara que todavía no se dan las circunstancias para proclamar la “victoria total” que prometió a los israelíes hace más de un año y que contempla la desaparición completa de Hamás.

Afirma que el día después de acabar la guerra, Hamás debe de estar ausente de la Franja no solo como milicia sino también como entidad política. Sin embargo, a día de hoy el Movimiento de Resistencia Islámico mantiene su ascendiente en todos los sectores territoriales de la Franja que ha abandonado el ejército israelí, y nada indica que vaya a cambiar pronto esa situación.

La resiliencia de los islamistas ha sorprendido no solo a la clase política israelí sino también al ejército y a los propios servicios de inteligencia. Pocos preveían que Hamás sobreviviría a la destrucción completa de la Franja y a su decapitación, pero desde el día que comenzó la evacuación del ejército, a mediados de enero, sus milicianos han reafirmado su férreo control en la arrasada Gaza.

Mientras Hamás siga ahí, Netanyahu no dará por acabada una guerra que le sirve de pretexto para mantenerse al frente del país. Por su parte, Hamás insiste en que no piensa renunciar al poder que tiene. Ambos enemigos se han enrocado en posiciones enfrentadas que por el momento excluyen una solución negociada.

Pero ese no es el único frente que no le interesa cerrar, pues Netanyahu tiene que acudir varios días a la semana al tribunal que lo está juzgando por distintos casos de corrupción. Aquí también está demorando todo lo posible el desarrollo del juicio con una actitud claramente obstructiva de sus abogados, que ponen todas las trabas posibles.

Los expertos creen que en virtud de esta actitud el juicio se demorará varios años antes de que llegue la sentencia. Y no hay que olvidar que Netanyahu se guarda un as en la manga ya que en última instancia, cuando el juicio esté a punto de terminar, podrá negociar rápidamente con la fiscalía una salida de la política a cambio de no cumplir ninguna pena de cárcel, una circunstancia que le empuja a seguir alargando el proceso.

Otro frente trascendente tiene que ver con la reforma judicial. Las relaciones de Netanyahu con el Tribunal Supremo son prácticamente inexistentes, hasta el punto de que hace solo unos días no acudió a la solemne toma de posesión del su último presidente, Isaac Amit. De hecho, el gobierno en pleno se ausentó de la ceremonia, como recordaban las sillas vacías reservadas a los ministros y al presidente de la Kneset, también del Likud, en primera fila.

El Supremo israelí ha sido históricamente de orientación progresista, de manera que no han faltado ocasiones para el roce con Netanyahu. La situación ha llegado a ser tan tensa que los magistrados y el gobierno se cruzan continuamente dardos envenenados a través de la prensa, una circunstancia que mella en el prestigio del máximo tribunal.

La situación puede resumirse de la siguiente manera: la derecha nacionalista y religiosa a la que defiende Netanyahu, y que cada día es más numerosa, no acepta un Tribunal Supremo de tinte progresista alegando que la sociedad israelí ha cambiado y es cada día más nacionalista y religiosa, una imagen que no está debidamente representada entre los magistrados del Supremo.

Otro asunto pendiente es el del reclutamiento militar de jóvenes estudiantes religiosos. El sector ultraortodoxo ha estado ausente del servicio militar desde el establecimiento del estado en 1948. Es un sector que ha ido creciendo desde entonces y sus rabinos rechazan que sus pupilos cumplan el servicio militar en un ambiente considerado inmoral por muchos religiosos.

La guerra de Gaza ha puesto esta cuestión en primera fila, pero no hay manera de resolverla puesto que los diputados de los partidos ultraortodoxos abandonarían la coalición si se obliga a sus pupilos a enrolarse en el ejército. Netanyahu tiene aquí las manos atadas, y continúa eludiendo el tema a pesar de las urgencias que impone el Supremo y a pesar de que buena parte de la sociedad israelí está harta y desea que los ultraortodoxos participen en las guerras.

Otra cuestión pendiente es la creación de una comisión para investigar los errores y omisiones del 7 de octubre de 2023, cuando Hamás penetró en Israel y mató a 1.200 personas, lo que dio origen a la guerra de Gaza. La oposición exige la formación de una comisión estatal que estaría bajo la tutela del Tribunal Supremo, mientras que Netanyahu quiere una comisión gubernamental que estaría bajo su control.

El primer ministro navega cuidadosamente por todos los frentes sin que le interese cerrar ninguno, puesto que eso podría significar el fin de su carrera. La destreza del primer ministro es muy grande y lleva años sorteando los témpanos que le rodean. ¿Cuánto tiempo podrá continuar? No es fácil responder a esa pregunta, aunque nada sugiere que la caída en desgracia de Netanyahu vaya a ser inmediata.

Eugenio García Gascón ha sido corresponsal en Jerusalén 29 años. Es premio de periodismo Cirilo Rodríguez.
EUGENIO GARCÍA GASCÓN
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