Mucho de qué hablar, poco para acordar
XULIO RÍOS
China y EEUU intentan pasar página de sus desavenencias más recientes, incluido el caso del presunto globo espía o la visita a Taipéi de Nancy Pelosi. Pero, ¿qué garantías pueden ofrecerse sus diplomacias respectivas para evitar una reiteración de los desagravios? Pocas. De ahí tanta renuencia a una cumbre Biden-Xi, cuya celebración transita entre señales de diverso signo. Cautelosamente optimistas, dicen ambas partes a la espera de una confirmación que se resiste.
En los últimos meses, Washington y Beijing han intercambiado visitas al máximo nivel. También han logrado recuperar el tono del diálogo económico. Incluso, más relevante aún, en el reciente foro de seguridad Xiangshan en Beijing participó una representación de EEUU (Cynthia Carras) y en la feria comercial CIIE de Shanghái, otro tanto y por primera vez desde su inicio en 2018. El aumento del número de vuelos directos de pasajeros entre China y EEUU (actualmente está al 6 por ciento del volumen de 2019) es otra señal positiva.
Esa dinámica de “descongelación”, muy bienvenida por ambas partes, coexiste, sin embargo, con la resistencia a alterar las estrategias fundamentales. Y eso difícilmente cambiará a corto plazo, o quizá nunca. La ofensiva contra la industria tecnológica china, la inclusión de empresas chinas en listas negras o las restricciones a la inversión en China, así como la persistencia de la presión estratégica advierten de que la intransigencia sigue al mando y la rivalidad ha venido para quedarse. Es más, también para expandirse, especialmente en lo que China considera sus intereses centrales y que para EEUU son los focos donde ejercer la presión máxima. Con esa actitud, el ambiente seguirá caldeado por más que la voluntad retórica manifestada sea la de apaciguar. Que nadie se haga ilusiones.
Quizá el dato más revelador sea el próximo nombramiento de Kurt Campbell como número dos del Departamento de Estado. Campbell, partidario de la línea dura contra China, es el artífice de la política exterior del presidente Biden en este asunto, que es continuidad de la que también diseñó para Obama, el “Pivot to Asia”. Esto indicaría que la presión persistirá en el plano bilateral, que se acentuará la política de alianzas a modo de tenaza en su entorno regional inmediato, o que Taiwán seguirá dando que hablar y mucho. Eso que llaman “competencia” en la Casa Blanca y el Pentágono tendrá en él su más firme valedor, aunque también el celo necesario para evitar que todo derrape en un conflicto abierto. Es lo que también llaman “gestión responsable de las diferencias”.
Una cumbre Biden-Xi aprovechando el marco de la APEC puede contribuir a encarrilar en cierta forma el antagonismo, pero no diluirlo. Y menos a un año de las próximas elecciones en EEUU, cuando lo previsible es que los halcones de todos los bandos posibles conviertan a China en el blanco predilecto de todas las diatribas imaginables. Ambos, demócratas y republicanos, están de acuerdo en eso. Prepárense.
Indudablemente, el diálogo es siempre aconsejable. Indispensable para estabilizar mínimamente sus lazos, algo esencial a la vista de la importancia de sus vínculos y la trascendencia global de sus diferendos. Otra cosa es que contribuya a reconstruir cierto nivel de confianza mutua si no va acompañado de medidas concretas de amortiguación de los conflictos.
Ni China ni EEUU van a cambiar sus respectivas estrategias, ni ambos se van a convencer de lo contrario. Biden no cree a Xi cuando dice que China no busca relevar a EEUU en la hegemonía global y Xi no cree a Biden cuando asegura que no quiere frenar el ascenso de China.
La rivalidad con China es el eje de la política exterior de Biden y eso va a continuar. Y Xi no va a bajar la cerviz. Puede haber alivio relativo en tal o cual aspecto, pero no cabe una sensacional reconstrucción de la confianza mutua. Ese tiempo pasó, probablemente de forma irreversible. Y cabe imaginar que ambos tienen la lección aprendida.
Pese a ello, con las elecciones en Taiwán a la vuelta de la esquina, es fundamental que ese diálogo se parapete de forma muy sólida, conjurándose ante una hipotética crisis que pudiera llegar a ser mayor que la vivida en agosto con la visita de Nancy Pelosi a Taipéi.
La situación internacional exigiría una cooperación muy activa de los dos grandes ante el cúmulo de crisis en numerosos órdenes. Sería deseable que de ello hablaran mucho y acordaran más. Pero igualmente en esto, las expectativas son limitadas.