Planeta Gaza
Con su complicidad con la acción genocida de Israel, las potencias occidentales son coherentes con su pasado, pero sobre todo apuntan una dirección de futuro.
RAFAEL POCH-DE-FELIU
Más allá de la cruel matanza genocida en curso, lo más terrible de lo que está ocurriendo ante nuestros ojos en Gaza es que ofrece una perspectiva de futuro. La actitud de los gobiernos occidentales, sus medios de comunicación y propagandistas, contiene un claro aviso sobre cómo la parte privilegiada de este mundo puede solucionar el callejón sin salida al que en este siglo nos ha conducido el sistema capitalista por ellos inventado y defendido.
El presidente colombiano, Gustavo Petro, se ha referido a ello al apuntar que “lo que el poder militar bárbaro del norte ha desencadenado sobre el pueblo palestino es la antesala de lo que desencadenará sobre todos los pueblos del sur cuando por la crisis climática quedemos sin agua; la antesala de lo que desencadenará sobre el éxodo de las gentes que por centenares de millones irán del sur al norte”.
La solución es la empleada desde hace siglos por esas mismas potencias que hoy temen verse desplazadas del puente de mando: diezmar poblaciones y hacerse con los recursos mediante la guerra.
A falta de “nuevos mundos” a los que exportar excedentes demográficos y metabolismos vitales insostenibles e incompatibles con el principio de igualdad entre seres humanos, el horizonte que se divisa es crear islas de bienestar y derecho estrictamente protegidas por ejércitos y armadas para, digamos, el 20% de la población mundial, y recluir al resto en zonas humana y ambientalmente desastradas. Para quien intente escapar de esas zonas, muros, tiros y naufragios (28.000 muertos desde 2014 solo en el Mediterráneo, como anticipo a lo que anuncia la gran emigración medioambiental). Una Gaza planetaria.
Como observaba Immanuel Wallerstein, ese no es un plan muy diferente al que Hitler y sus coetáneos tenían en mente. Lo que estamos presenciando estos días, no solo la masacre, sino su tratamiento político y mediático, y no solo en Estados Unidos, sino en las naciones matriz de la Unión Europea como Francia y Alemania, nos recuerda que ese modus operandi es perfectamente compatible con los “valores europeos”, y todo el instrumental semántico sobre “democracia”, “orden basado en reglas” y designios de la “comunidad internacional”, plenamente desacreditado fuera de los límites geográficos de la ciega minoría que lo maneja.
El colonialismo extendió la civilización a base de genocidios perfectamente compatibles con la ilustración, la separación de poderes y el parlamentarismo. El humanismo renacentista lo fue con las guerras de religión y Auschwitz con la “gran cultura” alemana. ¿Por qué no podría continuarse hoy con la serie?
La negación del principio de igualdad entre seres humanos, reducidos los dominados a una condición animal, pretende funcionar hoy en Gaza de la misma forma en que antes todo eso funcionó para África, Asia y América Latina. El problema hoy es que esa continuidad con los últimos siglos es vista como un anacronismo inaceptable por la mayoría de la población mundial.
Esta “primera fusión de violencia colonial y genocida de la vieja escuela con armas pesadas avanzadas de última generación”, esa “amalgama retorcida del siglo XVII y del XXI, empaquetada y envuelta en un lenguaje que se remonta a tiempos primitivos y a estruendosas escenas bíblicas que implican la derrota de pueblos enteros: los jebuseos, los amelikitas, los cananeos y, por supuesto, los filisteos”, en palabras de Saree Makdisi, es un desafío a la humanidad y a la inteligencia.
El principio de igualdad entre seres humanos es el valor universal que decidirá el futuro del mundo. Continuar ignorando en el siglo XXI ese principio como se hizo en el pasado, condena a la humanidad al desastre. Lo que está ocurriendo hoy en Palestina es coherente con la historia de Occidente durante los últimos quinientos años, pero sobre todo avisa de su viabilidad como programa para el futuro.
Rafael Poch-de-Feliu es periodista. Ha sido corresponsal durante 35 años, la mayor parte de ellos en URSS/Rusia y China. También en Berlín y en París. Mantiene un blog con sus artículos.