Hacia la desdolarización y un mundo multipolar
SERGIO NAVAS
Con el fin de la Segunda Guerra Mundial y el establecimiento del Acuerdo de Bretton Woods, el dólar estadounidense se convirtió en la moneda hegemónica mundial. El billete verde ha regido el comercio internacional y los intercambios de monedas, al mismo tiempo que ha servido como unidad de cuenta y divisa de reserva. Esta omnipresencia se ha traducido en influencia sobre la economía global y le ha otorgado a la Casa Blanca un tremendo poder financiero y político por más de 70 años.
Por ejemplo, la alta demanda mundial de dólares permite a Estados Unidos vivir más allá de sus posibilidades. Estados Unidos tiene un déficit creciente que solo puede cubrir elevando el techo de su deuda, y lo ha hecho más de 70 veces desde 1960. Mientras que un país en vías de desarrollo se desangraría para pagar esta enorme deuda en dólares, enfrentando altas tasas de interés y presión para reducir su gasto público, la Casa Blanca simplemente eleva su límite de deuda y toma prestado dinero barato en forma de bonos del tesoro. En pocas palabras, Estados Unidos es el único país que no tiene problemas para pagar una deuda en dólares, ya que puede crear la moneda siempre que sea necesario.
Adicionalmente, instituciones globales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el sistema de pagos SWIFT son, en la práctica, brazos financieros de la Casa Blanca. Aunque se supone que deben ser neutrales y servir a intereses internacionales, en realidad apuntan a países específicos mediante la aplicación de sanciones económicas, causando un grave daño a aquellos que se oponen a las directrices de Estados Unidos. El dólar está en el centro de estas estructuras financieras y su despliegue constante para lograr intereses particulares es lo que se ha llamado la «weaponización» de la moneda. En los últimos años, estas instituciones han congelado activos y restringido el comercio de países como Irán, Libia, Venezuela y Rusia, por lo que cada vez más naciones temen ser el blanco del poder financiero de Estados Unidos. El dólar ha perdido su propósito como «moneda mundial de confianza» y las potencias emergentes están ansiosas por construir una alternativa menos peligrosa.
La hegemonía estadounidense y su sistema financiero están cada vez más incómodos con el ascenso global de China. Desde que se unió a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001, el país asiático aceleró su ascenso y se ha convertido en el segundo PIB nominal del mundo y el más grande medido en Paridad de Poder Adquisitivo (PPA). Este crecimiento exponencial ha abierto el camino para pensar en un mundo multipolar, creando un impulso en el que varios países muestran su cansancio hacia el prescrito modelo occidental de globalización y sus hipócritas discursos sobre democracia.
El sistema financiero promovido por la anglosfera ha beneficiado abrumadoramente a los países ya desarrollados del Norte Global, mientras desencadena crisis sistémicas en el Sur Global. Como resultado, muchas naciones no occidentales anhelan un orden global sin una fuerza hegemónica. No se trata de reemplazar a Estados Unidos por China como fuerza dominante, sino de establecer múltiples polos, cada uno disfrutando de su importante esfera de influencia. Surge así una nueva visión global que permite más situaciones de “ganar-ganar” entre los países en desarrollo, y que debería conducir a un comercio, préstamos y transferencias tecnológicas más justas.
Durante la Guerra Fría, el mundo tenía dos polos de influencia fijos y evidentes. Sin embargo, con el colapso de la Unión Soviética, Estados Unidos se convirtió en la superpotencia indiscutible de un mundo unipolar. Durante la mayor parte de la segunda mitad del siglo XX, China mantuvo un perfil bajo y no fue un actor destacado en la política mundial. Este enfoque funcionó notablemente bien para su ascenso. Ahora el mundo ha cambiado: la China de hoy tiene mayores ambiciones en la esfera internacional y se ha convertido en el rival número uno de Estados Unidos. Teniendo en cuenta estas transformaciones, China ni quiere ni puede mantener un perfil bajo.
La guerra comercial en curso entre las dos economías más grandes, iniciada por el entonces presidente Donald Trump y continuada bajo la administración de Joe Biden, continúa empeorando. Esta disputa ha ido más allá de los aspectos puramente económicos, cada vez involucra más a la diplomacia global, e incluso amenaza con tener un escenario militar. EEUU utilizó a Taiwán como pretexto para escalar su confrontación con China, y ahora la isla simboliza el mayor riesgo geopolítico entre las dos superpotencias. A medida que más países están considerando tomar partido y parece estar en marcha un serio desacoplamiento, la preparación para esta ruptura económica está alimentando la formación de un mundo multipolar, impulsando la necesidad de disponer de una estructura financiera alternativa. En este escenario de tremenda complejidad, China está obligada a jugar sus cartas con prudencia, empleando una política exterior que construya alianzas y evite nuevos enemigos. El mundo multipolar debe construirse sobre la paz en el estrecho de Taiwán.
Varios académicos, grupos de expertos y estrategas geopolíticos reconocen la creciente relevancia de un «mundo multipolar». Estados Unidos domina un polo y China el otro. Todavía no está claro qué naciones formarán los otros centros de poder: India es un candidato obvio, mientras que Rusia, Irán o Arabia Saudita pueden establecer esferas de influencia más pequeñas pero regionalmente poderosas. Una Unión Europea con autonomía estratégica parece ser el deseo del presidente francés Macron y de otros líderes europeos, pero la mayoría de la UE parece estar cómoda con la subordinación a Estados Unidos.
Probablemente el nuevo orden mundial no será tan rígido como la estructura de la Guerra Fría. Los polos emergentes pueden continuar sobreponiéndose económicamente mientras compiten políticamente. Europa, por ejemplo, critica a India y a China, pero no va a desvincularse de sus gigantescos mercados. Un número cada vez mayor de países, especialmente en el Sur Global, no quiere alinearse incondicionalmente con ninguna superpotencia. Quieren ser independientes, perseguir sus intereses nacionales y trabajar en colaboración con los múltiples polos.
En este nuevo orden mundial, la importancia geopolítica de los países BRICS aumentará. La influencia de estas grandes economías emergentes (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) es imparable en los asuntos internacionales, ya que juntas superaron recientemente el PIB combinado del G7 (Grupo de las Siete economías más avanzadas: Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y Canadá).
Los BRICS también representan el 41% de la población mundial, el 24% del PIB mundial y el 29% de la superficie terrestre total. Por estas razones, no sorprende que dichos gobiernos estén considerando una alternativa a la hegemonía del dólar. Los cinco países principales de la alianza, así como los que se espera que se unan en 2023 (algunos son Arabia Saudita, Argentina y Egipto), comparten el objetivo de reducir su dependencia del dólar estadounidense y al mismo tiempo aumentar los lazos económicos del grupo.
Para estos países el proceso de desdolarización significa tanto comerciar directamente con sus propias monedas como sustituir gradualmente sus reservas en dólares. Este largo proceso ya comenzó y fortalecerá los poderes financieros de la alianza BRICS. Tienen mucho más que ganar: la desdolarización también se traduciría en menos poder geopolítico para Estados Unidos, reduciendo su influencia sobre la economía global y disminuyendo el daño de las posibles sanciones económicas. Si el apetito mundial por dólares se debilita, la Casa Blanca tendrá que reducir su gasto nacional y actuar también a nivel internacional de acuerdo a sus reales posibilidades financieras. Tal cambio representaría una ganancia significativa para un mundo verdaderamente multipolar.
Sin embargo, sería un error sonar la campana por el “fin del dólar”, tal como han tratado de afirmar algunos periodistas y analistas. En el futuro previsible, el dólar estadounidense seguirá siendo relevante y la moneda dominante en el mundo occidental. Al mismo tiempo, China no disfruta de la confianza mundial necesaria para convertir el yuan en la moneda más apreciada, y la importancia del euro europeo y la rupia india también podría crecer en términos de participación de mercado en los próximos años. La mayoría de los países no buscan una nueva moneda hegemónica que otorgue enormes privilegios a una sola nación sino un sistema global más justo. Dentro de este contexto y en vista del surgimiento de nuevas estructuras financieras, China puede confiar en sus capacidades de planificación a largo plazo y sumar aliados para el mundo multipolar.
Actualmente, los BRICS están discutiendo un sistema para eludir completamente al dólar, tanto en el comercio como en las reservas internacionales. Varios analistas consideran que los BRICS quieren respaldar el nuevo sistema monetario con materias primas como oro, plata, petróleo y tierras raras, haciendo la estructura más confiable. Este enfoque lo haría realmente atractivo para mantener reservas internacionales, ya que varios países preferirían el sistema BRICS en vez de los «dólares weaponizables», que además son una moneda fiduciaria sin ningún respaldo en materias primas.
Otro plan sobre la mesa es tener acuerdos mutuos a largo plazo para comerciar directamente entre las monedas BRICS. Se han firmado varios tratados y parte de las transacciones de energía ya se realizan con el renminbi chino. Estamos ante la formación de una nueva estructura financiera. El Nuevo Banco de Desarrollo (NDB) ya es un competidor directo del Fondo Monetario Internacional (FMI). La coalición financiera de los miembros BRICS resulta tan poderosa que incluso los medios más pro occidentales comienzan a reconocerla. El éxito de los BRICS en desdolarizar significaría automáticamente un nuevo orden mundial.
La idea de BRICS+ (ampliando la alianza con nuevos miembros de América Latina, África, Medio Oriente y el Sudeste Asiático) podría enviar un mensaje importante de cooperación internacional y anti-hegemonía. Este grupo sería demasiado grande para ser saboteado por las potencias occidentales, y su pluralidad, el mejor símbolo de un mundo verdaderamente multipolar. Sin embargo, la cohesión del grupo no está garantizada y los miembros deben trabajar intensamente para mantenerlo bien encaminado. China es el líder natural para dejar atrás el mundo unipolar y desafiar el orden hegemónico estadounidense, pero necesita cooperar con el Sur Global. Para China, es de suma importancia manejar la alianza “generosamente”, ya que BRICS+ es la organización que podría brindar más estabilidad y beneficios económicos para la mayoría de la población mundial.
Sergio Navas es periodista colombiano.