La campaña más sucia de Brasil
JUAN MIGUEL MUÑOZ
São Paulo
Es la campaña electoral presidencial más sucia de la historia de Brasil. A dos semanas del veredicto final, el presidente Jair Bolsonaro y el candidato y expresidente, Luiz Inácio Lula da Silva, no se han dado respiro durante las dos últimas semanas en unos ataques personales que a menudo sobrepasan lo sórdido. El dirigente ultraderechista ya utilizó manipulaciones obscenas en su carrera electoral de 2018. Ahora, el equipo de Lula se ha sumado a la estrategia de difamación.
La campaña de Bolsonaro ha lanzado el infundio en las redes sociales de que Lula está poseído por el demonio y que el satanismo se ha unido al aspirante izquierdista. El asunto tiene cierta importancia –aunque no exagerada– en un país muy dado al esoterismo y la astrología. La siguiente acusación es más terrenal. Lula tiene un pacto con el Primeiro Comando da Capital (PCC), la principal organización criminal de Brasil. El fundamento de semejante imputación es que Lula fue el candidato más votado en las prisiones del país. La pastora evangélica Damares Alves –senadora recién elegida y exministra de Mujer, Familia y Derechos Humanos en el Gobierno de Bolsonaro— ha insinuado la implicación de la izquierda en una operación sumamente escabrosa: el secuestro de niñas menores de edad en la isla de Marajo a las que se le arrancaban los dientes para una práctica más suave de sexo oral.
Los disparates no son menores en la campaña del Partido de los Trabajadores. En las redes sociales se ha sugerido que Bolsonaro practicó la zoofilia con una gallina en sus tiempos de juventud; que durante un viaje a la Amazonia se mostró dispuesto al canibalismo, o que le excita la prostitución con menores. Esta acusación de pedofilia después de que hiciera un desafortunado comentario –el propio Bolsonaro admite que a menudo es deslenguado– sobre la belleza de un grupo de niñas venezolanas emigrantes en una comunidad en las cercanías de Brasilia.
Bolsonaro ha sido incluso acusado de masonería, un asunto delicado para la todavía mayoritaria comunidad católica del país, aunque desde la independencia en 1822 numerosos próceres de la patria implicados en la ruptura con Portugal y en el establecimiento de la república fueron abiertamente masones.
En el debate de la noche de este domingo, Lula y Bolsonaro atenuaron esa querencia por hundirse en el estercolero. Aunque se llamaron corruptos y mentirosos contumaces en numerosas ocasiones, ambos candidatos dejaron de lado la inmundicia y se centraron en asuntos más propios de una campaña electoral. La pandemia, la corrupción y la gestión económica centraron la discusión.
Lula siempre alude a su gestión durante los ocho años que gobernó Brasil entre 2003 y 2010 sin plantear algo parecido a un programa de gobierno. Los analistas opinan que con un Congreso y un Senado que será muy difícil gestionar –el partido y los candidatos bolsonaristas consiguieron muy buenos resultados en la primera vuelta–, Lula no quiera atarse las manos con un programa detallado.
El actual presidente también es muy previsible. Insiste en que sólo protegerá los valores familiares tradicionales y los valores religiosos. Y, por supuesto, que sólo es capaz de impedir que Brasil siga la tendencia izquierdista que se impone últimamente en varios países de América Latina (Colombia, Chile, Argentina). No desaprovechó Bolsonaro para incidir en que Lula tuvo buenas relaciones con los Hugo Chávez (Venezuela), Daniel Ortega (Nicaragua) o Evo Morales (Bolivia). Lula, por su parte, contraatacó con un hecho incontestable. “Nadie quiere venir a Brasil”, dijo dejando claro que las visitas oficiales de mandatarios extranjeros han sido muy escasas en los últimos cuatro años.
Ambos evidenciaron al final cuál fue el tono del debate. “Lula, eres una vergüenza nacional que quiere volver al escenario del crimen”, arremetió el actual presidente. “Bolsonaro es un caradura, un pequeño dictadorzuelo”, replicó el dirigente del PT. El 28 de octubre, dos días antes de la segunda vuelta, se volverán a ver las caras en el debate final.
Mientras la campaña continúa, ambos se muestran confiados en la victoria. Bolsonaro desacredita con frecuencia las encuestas, y en cierto modo no le falta razón. En la primera vuelta, los sondeos acertaron con el porcentaje de votos que obtendría Lula, pero fallaron claramente con el del presidente, que obtuvo casi diez puntos más de los previstos en las predicciones de Datafolha y del instituto Ipec.
La última encuesta, publicada el viernes, pronostica que Lula conseguiría el 49% de los sufragios frente al 44% de Bolsonaro. El porcentaje de Lula se elevaría hasta el 53%, suficiente para ganar la presidencia, en el recuento de los votos válidos.
El candidato del PT –que disfruta de mucho más tirón electoral que su partido—sólo vence claramente en la región Nordeste, donde su porcentaje llega al 68% frente al 27% de Bolsonaro. Es la región natal de este pernambucano de 76 años, una región que engloba nueve Estados –Bahía es el más extenso– históricamente afectados por el abandono del poder central, el caciquismo y la emigración a las ciudades industriales y más prósperas del sur.
En el sur –Paraná, Santa Catarina y Río Grande del Sur— Bolsonaro se impone con claridad (55%-38%). Son, junto a São Paulo, los Estados más ricos de Brasil, las regiones en las que se afincaron mayoritariamente los inmigrantes europeos –sobre todo italianos y alemanes, pero también españoles, suizos, polacos, ucranianos…– desde mediados del siglo XIX. Miran con recelo al norte, a cuyos habitantes acusan de estar demasiado pendientes del subsidio y de la ayuda pública.
En la trascendental región Sudeste, la más poblada del país (São Paulo, Río de Janeiro y Minas Gerais), la encuesta favorece a Bolsonaro por estrecho margen (48%-44%). Y en el Norte (región amazónica) y Centro-Oeste (feudo del agronegocio), escasamente poblados, también se impone Bolsonaro, con amplia ventaja (55%-39%) en el Centro-Oeste (Mato Grosso, Mato Grosso del Sur, Goias y el Distrito Federal).
Hasta el 29 de octubre, Bolsonaro y Lula seguirán recorriendo Brasil. El vencedor afrontará una situación complicada. Entre otros motivos porque el presidente tiene muy escaso margen de maniobra y porque más del 90% del presupuesto está ya comprometido, la mayor parte en salarios de funciones y pensiones. A lo que se suma la complicada coyuntura global. Difícil tarea.