No todo se estrecha en Taiwán

XULIO RÍOS

Lai Ching-te asumirá la presidencia de Taiwán este 20 de mayo. El cambio de liderazgo muestra una doble señal de continuidad: de su partido, el soberanista Minjindang o Partido Democrático Progresista, al frente del Estado, y también de la política aplicada en los últimos ocho años, durante el mandato de Tsai Ing-wen. Sin embargo, hay un cambio notable: Lai no tendrá asegurado el referéndum automático del Parlamento tras perder la mayoría absoluta en las elecciones del 13 de enero. El entendimiento de la oposición unionista (KMT, PPT), que tampoco será automático y que deberán trabajar duramente para que fructifique, amenaza con complicar enormemente su acción gubernamental.

China continental seguirá muy de cerca la política de Lai, a quien considera un firme partidario de la independencia de la isla, más radical en esto que Tsai. Sin embargo, cabe esperar prudencia en los primeros gestos de Lai. Donde podemos esperar una mayor decisión es en el estrechamiento de los vínculos con EEUU. La vicepresidenta de Lai, Hsiao Bi-khim, es una garantía de fluidez en esta relación bilateral que avanzará a ritmo decidido en el ámbito comercial, tecnológico y también en el de la defensa.

En las semanas previas a la toma de posesión, Beijing está promoviendo gestos de distensión que ha acordado con la oposición, en concreto con el KMT, levantando prohibiciones comerciales, recuperando parcialmente el turismo y, sobre todo, tendiendo puentes con algunos sectores de la sociedad taiwanesa, desde los militares veteranos hasta jóvenes, para elaborar políticas afines con ellos. La provincia de Fujian, situada frente a la isla, ha señalado como su principal tarea consolidarse como polo de atracción, multiplicando las políticas preferenciales hacia Taiwán. Es igualmente probable que China siga reduciendo el espacio internacional de Taipei.

Estas políticas, generalmente más suaves o matizadas, se basan en la pérdida de la mayoría absoluta de soberanía que le proporciona un mayor margen de acción, pero no impedirán la persistencia de muestras de músculo militar como advertencia o reacción ante decisiones interpretadas como de signo soberanista, especialmente en el ámbito de la seguridad y la defensa, pero también en lo político. No habrá diálogo directo entre China y Lai.

Las conversaciones entre Estados Unidos y China tienen un obstáculo difícil de superar en Taiwán. Si el fin último es estabilizar las relaciones, como se señaló en la última visita del secretario de Estado Blinken a Beijing entre los días 24 y 26 de abril, ello es materialmente imposible sin encauzar este diferendo mediante la adopción de medidas de desescalada. También son improbables, y no sólo por el año electoral en Estados Unidos, sino porque demócratas y republicanos comparten un rotundo rechazo a la reunificación de Taiwán con el continente. Incluso Biden dio señales de abandonar la tradicional «ambigüedad estratégica» de Washington al asegurar que defendería Taiwán en caso de un ataque del ejército chino.

Cabe recordar que Taiwán está estratégicamente situado, encierra al Ejército Popular de Liberación chino dentro de la primera cadena de islas, impidiéndole representar una amenaza sustancial para las bases militares estadounidenses, actualmente en proceso de reactivación y expansión. Desde su llegada al poder en 2021, la política de la administración del presidente estadounidense Joe Biden en Taiwán ha priorizado la suma del apoyo colectivo de los aliados y socios de Estados Unidos. Esta estrategia, de Estados Unidos más sus aliados, socios y Taiwán, marca un cambio con respecto a administraciones anteriores que habían tratado la seguridad de Taiwán principalmente como una cuestión bilateral. Gane quien gane en noviembre, es de esperar que Taiwán esté más presente en las iniciativas institucionales lideradas por Estados Unidos y siga retorciendo esta cuestión en las narices de China mientras ésta no agache la cabeza.

Por tanto, esperan momentos de cambio y aguas turbulentas en los próximos cuatro años en la región. Las prioridades de ambos indican cierta firmeza en el marco del problema de Taiwán. Sin embargo, la debilidad del Gobierno de Lai, que intentará compensar con un acercamiento más intenso a Washington, tendrá el contrapeso del impulso del acercamiento de Beijing a los unionistas. Ese marco tendrá como consecuencia inmediata acentuar la división política en la isla.

Impedir que la agenda política de la isla se resuma en el triángulo con Estados Unidos y China continental debería ser una preocupación compartida por los partidos y la sociedad taiwaneses. La cuestión del estatus futuro de Taipei pesa sobre otras cuestiones que preocupan a la gente corriente. Días atrás, por ejemplo, las estadísticas oficiales sobre la distribución de la riqueza en Taiwán destacaban que el 20% más rico de la población de la isla posee activos superiores a los 50 millones de TND (aprox. 1.560 millones de dólares), mientras que el 20% más pobre sólo posee 770.000 TND (aprox. 24 mil dólares), lo que supone un nuevo récord histórico con una diferencia de 67 veces. No todo se estrecha en Taiwán.

Xulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China.

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