Lula promete dar un vuelco radical a las políticas de Bolsonaro
JUAN MIGUEL MUÑOZ
Brasilia
En una Brasilia vestida de rojo, con decenas de miles de personas exultantes llegadas de todos los Estados de la inmensa república, Luiz Inázio Lula da Silva comenzó en el día de año nuevo, y a sus 77 años, su tercer mandato como presidente de Brasil (gobernó entre 2003 y 2010). Su objetivo es un retorno al “Brasil feliz” de sus dos primeras presidencias, un enorme desafío dadas las circunstancias.
El mandatario prometió, en su discurso ante 30.000 seguidores que abarrotaban la plaza de los Tres Poderes, dar un vuelco a las políticas del Gobierno de Jair Bolsonaro y aplicar políticas contra la desigualdad, la pobreza y el hambre. Tras recordar que a partir de 2003 sus Gobiernos acabaron con la miseria y el hambre, Lula aseguró, en evidente alusión a las presidencias de Bolsonaro y su antecesor, Michel Temer: “Desgraciadamente, hoy, 20 años después, hemos vuelto a un pasado que creíamos enterrado. Mucho de lo que hicimos fue deshecho de una manera irresponsable y criminal”. Lula añadió que su Administración se centrará en la igualdad de derechos de todos los colectivos, el combate a la deforestación, la protección de los pueblos indígenas, la reindustrialización del país y la inversión en sanidad, educación, ciencia y cultura.
Nada más ser investido, Lula anunció sus primeros decretos: restricciones en el acceso a las armas; garantía del pago de 600 reales (110 euros) a 21 millones de familias pobres, y revocación de los decretos que impiden la lucha contra los delitos ambientales. Una pequeña parte de las medidas que se propone tomar para reconstruir lo que, a su juicio, ha destruido el Gobierno de su antecesor.
“Es inadmisible que el 5% más rico disponga de la misma renta que el 95% restante, que seis milmillonarios brasileños tengan una riqueza equivalente al patrimonio de los 100 millones más pobres”, advirtió Lula.
No habló de reforma fiscal alguna, una necesidad imperiosa en Brasil, pero sí afirmó que el techo de gasto presupuestario impuesto en los últimos años es un “techo de estupidez”. Los cientos de miles de personas que abarrotaban la plaza sede del Ejecutivo, el Legislativo y el poder Judicial apoyaban a rabiar las palabras de Lula, especialmente cuando mencionaba a Dilma Rousseff, la presidente destituida en 2016 por un proceso de impeachment, calificado por el presidente de “golpe”. Fue una jornada emotiva. Lula lloró en un momento de su discurso, y un sinfín de sus seguidores hacían lo mismo en los instantes decisivos de su alocución. “Es el momento más emocionante de mi vida”, decía una mujer del norteño y pobre Estado de Piaui.
Bolsonaro en Florida
Ante la negativa de Bolsonaro a cumplir la tradición –en ningún caso obligación legal– y entregar la banda presidencial al sucesor, el presidente la recibió de un negro, de un indígena, de una mujer, de un obrero, de un niño y de una persona discapacitada. “Del pueblo brasileño”, resumió Lula. Desde 1910, todos los presidentes han participado en la ceremonia de relevo de poder, con una excepción: el general João Baptista Figueriedo, último presidente de la dictadura, rechazó entregar la banda a Jose Sarney en 1985.
Bolsonaro salió de Brasil el viernes, 30 de diciembre, rumbo a Florida. Hay quienes opinan que solo pretende eludir la tradición de imponer la banda presidencial a su sucesor. Pero algunas voces, las menos, sugieren que el exmandatario teme la pérdida de su inmunidad a partir del 1 de enero. Bolsonaro solo ha hablado dos veces desde su derrota electoral. La primera, para pedir a sus seguidores que pusieran fin al bloqueo de carreteras que paralizó durante unos días del comienzo de noviembre cientos de carreteras en el país. La segunda, la víspera de su partida, para condenar un intento de ataque terrorista en Brasilia, ciudad en la que uno de sus partidarios cargó con explosivos un camión repleto de combustible que fue descubierto por la policía.
Las medidas de seguridad eran ayer severas en el acceso a la plaza de los Tres Poderes y la presencia policial en la enorme Explanada de los Ministerios muy nutrida. El día anterior ya estaba prohibido el acceso a la plaza, el lugar en el que Lula apareció ayer para recibir la banda presidencial.
En sus discursos, Lula no mencionó a Bolsonaro explícitamente, y aunque apuntó que es necesario mirar al futuro, hubo referencias claras al dirigente ultraderechista. Cuando el presidente anunció que la gestión “criminal” de la pandemia sería investigada, la multitud comenzó a corear: “Sin amnistía, sin amnistía”.
La trayectoria de Lula hasta el palacio de Planalto (sede del Ejecutivo) comenzó cuando fue liberado de prisión en noviembre de 2019 tras permanecer 580 días encerrado. Aunque no lo dijo expresamente en su primer acto tras la liberación, en la sede paulista del sindicato metalúrgico en São Bernardo do Campo (al sur de São Paulo), ya se apreció entonces que el ex dirigente sindical metalúrgico tenía ganas de revancha política con el ex presidente Bolsonaro. Se demoró un tanto en anunciar sus aspiraciones presidenciales, pero es que, además, pocas opciones tenía el Partido de los Trabajadores (PT) de presentar un candidato diferente que pudiera derrotar al presidente ultraderechista.
En minoría en el Parlamento
Los resultados de los comicios de octubre así lo reflejaron: Lula venció por un escaso margen de 1,8 puntos (51,9% frente al 49,1% de su contrincante). Un asunto que plantea serias dudas sobre el liderazgo futuro del PT, carente de dirigentes jóvenes que puedan hacer frente a la consolidación de la derecha y la ultraderecha, apoyada por un movimiento evangélico que no para de crecer. El hecho de que Lula haya asegurado que no se presentará a la reelección, no hace sino complicar el panorama.
De poco tiempo dispondrá Lula para lograr esa vuelta al “Brasil feliz” que prometió en campaña. El camino está lleno de obstáculos. Brasil se halla en una situación muy diferente a la de enero de 2003, cuando el ex sindicalista asumió por primera vez la presidencia. En la última década, el crecimiento económico brasileño ha sido muy débil, y la coyuntura internacional poco puede ayudar a un crecimiento fuerte. Muy difícil va a ser también para el PT y sus aliados la vida política en un Parlamento –también elegido en octubre– en el que el PT y los partidos que apoyan al nuevo Gobierno están en minoría. El bolsonarismo promete guerra en el Congreso y el Senado. El PT solo puede confiar en la experiencia y capacidad de adaptación de Lula a la nueva situación.
Experiencia que ha demostrado, junto al vicepresidente Geraldo Alckmin, en la formación del Gobierno de 37 ministerios que ha requerido arduas negociaciones. Finalmente, nueve partidos apoyan a un Ejecutivo en el que destacan el derrotado candidato presidencial de 2018, Fernando Haddad, al frente de la cartera de Economía; Marina Silva, exministra de Medio Ambiente con Lula y que repite ahora en el cargo, y Simone Tebet, rival de Lula en la primera vuelta de las elecciones de octubre, y que luego respaldó al presidente electo en la segunda vuelta.
Juan Miguel Muñoz es periodista. Vive en Brasil, trabajó también en México y ha sido corresponsal en Jerusalén.
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