La amenaza real de China: ellos tienen un sistema capitalista mejor que el nuestro
PATRICK LAWRENCE
La procesión robótica del régimen de Biden hacia Pekín avanza a buen ritmo. Tras una infructuosa visita de Antony Blinken a China a mediados de junio, pagamos el billete de avión de Janet Yellen para que ella realizara otro viaje inútil a territorio chino. Y después, ha pasado lo mismo con John Kerry. Luego, llegó el turno de Gina Raimondo.
El secretario de Estado, la secretaria del Tesoro, el principal responsable de la política climática estadounidense y la secretaria de Comercio. ¿Cuál es el objetivo de este desfile?
No puedo dejar de preguntarme si estos altos cargos son enviados al otro lado del Pacífico en función de la poca importancia que tienen. Raimondo, que fracasó con anterioridad como gobernadora de Rhode Island —excepto por su plan de recortar las pensiones públicas, que tuvo un desafortunado éxito— es la mediocridad en persona.
Los chinos deben estar preguntándose, con disgusto, diversión o ambos sentimientos, a quién enviará la próxima vez el régimen de Biden.
La asignación de deberes en todos estos casos es la misma. Todo se reduce a “dos responsabilidades que, en apariencia, son contradictorias”, como dijo la periodista económica Ana Swanson en el diario The New York Times recientemente.
Ella escribió que Biden está intentando “reforzar las relaciones comerciales estadounidenses con Pekín mientras impone a China algunas de las restricciones comerciales más estrictas de los últimos años”.
En realidad, podemos vivir sin el “en apariencia”. Que el Gobierno estadounidense proponga al país oriental la realización de negocios rutinarios mientras sabotea su posición competitiva en el sector de las tecnologías avanzadas es, a primera vista, una idea ridícula.
Pero The New York Times debe publicar la expresión “en apariencia” porque es imperativo que el régimen de Biden aparente pensar con sensatez y buenas intenciones en lo concerniente a sus relaciones con la República Popular.
Blinken, Yellen y Kerry no hicieron nada, y, en el caso de Raimondo, es inútil. La última parada de su itinerario fue una visita a la Disneylandia de Shangái. Hay que darle crédito al planificador de la secretaria de Comercio por la referencia de despedida a los sueños y la fantasía.
Un amigo inglés me ha comentado que los estadounidenses parpadeamos y gritamos mucho en todo el Pacífico en estos tiempos. Es cierto, aunque creo que, por el momento, se trata más de lo primero que de lo segundo. En realidad, lo que ocurre es que esta Administración no sabe ejecutar una política sólida hacia China.
¿De qué va esto? Desde hace mucho tiempo, he llegado a la conclusión de que los expertos en política exterior de Biden son los sujetos en los que se personifica la definición de locura que, por error, se suele a atribuir a Einstein. Estas personas parecen hacer las mismas cosas una y otra vez sin dejar de esperar resultados diferentes por ello. A pesar de ello, yo tengo que revisar esa última afirmación por la visita de Raimondo a Pekín.
Los que dirigen las políticas de seguridad nacional de Biden son ideólogos carentes de imaginación y se quedarían paralizados ante la idea de apartarse del catecismo neoliberal. Pero no están locos, y empiezo a ver un plan diabólico en sus tratos con Pekín. Los chinos tienen razón al oponerse a él.
La estrategia de la Administración Biden hacia China se puede reducir en una sola palabra: “frenar”. Todas estas conversaciones inútiles tienen como objetivo ocultar el esfuerzo concertado que se está realizando para socavar la economía china, con la que no podemos competir en varios sectores estratégicos.
Además, con estas reuniones también se busca ganar tiempo para trasladar la máxima cantidad de equipo militar estadounidense al océano Pacífico bajo la Iniciativa de Defensa del Pacífico (PDI), el programa que el Departamento de Defensa lanzó hace unos años.
Es probable que en poco tiempo veamos que las ambiciones militares transpacíficas de Washington prevalecen sobre sus relaciones comerciales y de inversión. Este ya está advirtiendo a los sectores corporativo y financiero estadounidenses de que sus intereses, que fueron prioritarios en las décadas posteriores a la promulgación de las reformas del exministro chino Den Xiaoping, no tendrán prioridad a medida que la nueva “guerra fría” destruya las relaciones con Asia.
Hace dos años, Raimondo dio una entrevista en la cadena televisiva de noticias económicas CNBC en la que, más o menos, anunciaba la intención del régimen de subvertir sectores clave de la economía china. Estuvo a punto de hablar sobre un Consejo de Comercio y Tecnología europeo-estadounidense, y le dijo a su interlocutor: “Si realmente queremos desacelerar la tasa de innovación de China, necesitamos trabajar con Europa”.
De vez en cuando, es útil tener situados a estúpidos como Raimondo en altos cargos, porque, sin querer hacerlo, pueden decirte mucho más de lo que se supone que debes saber. Frenar los impresionantes avances de China en los sectores de alta tecnología era la precisa intención de Washington cuando Raimondo concedió esta entrevista.
Desde entonces, el Departamento de Comercio ha impuesto una amplia variedad de restricciones a las exportaciones hacia China de los chips semiconductores, los sistemas de software y la maquinaria estadounidense necesaria para fabricar tales piezas. Como explica Ana Swanson, es probable que Raimondo imponga más limitaciones de este tipo tras regresar de Pekín.
El Gobierno estadounidense camufla esta conducta indigna asegurando que los obstáculos comerciales solo los encuentran las tecnologías que podrían ser de utilidad para el Ejército chino.
Las declaraciones de Jake Sullivan en el discurso que dio durante el pasado mes de abril en la Brookings Institution son el exponente de las intenciones de los últimos visitantes de Pekín. “Estamos imponiendo restricciones necesarias a las exportaciones de tecnología específica”, dijo, “mientras tratamos de evitar un bloqueo tecnológico absoluto… La Administración tiene la intención de mantener una relación comercial sustancial con China”.
Esto es lo que Raimondo y todos los que la han precedido en China dicen cuando detallan sus objetivos. La única preocupación de Washington respecto a la imposición del régimen de restricciones de Raimondo es la seguridad nacional, y todo lo demás le da igual.
Es difícil pensar en una excusa más endeble. Siguiendo este mismo criterio, el Gobierno estadounidense tendría que restringir las ventas de chicle Juicy Fruit a los chinos. La Administración Biden está intentando “securizar” la relación económica de EEUU con China. Si usted ha pensado alguna vez que Estados Unidos es un imperio fallido que no está dispuesto a aceptar las realidades del siglo XXI, le ofrezco estos planteamientos como prueba de que no se equivocaba.
Los chinos lo saben, y lo han dicho muchas veces. Yo no creo que Blinken, Yellen y otros quieran persuadirles de lo contrario con estas reuniones. Su verdadero propósito es engañar al público estadounidense. Desean asegurarse de que no entendamos que los esfuerzos de Raimondo están dirigidos a frenar el ascenso del poder económico chino en favor de la poco competitiva economía estadounidense.
El discurso pronunciado por Sullivan en la pasada primavera me pareció interesante tanto por lo que omitió como por lo que contenía. No mencionaba el fortalecimiento militar estadounidense en el extremo occidental del Pacífico, pero el Pentágono está profundizando sus relaciones con Australia, Gran Bretaña, India, Japón, Corea del Sur y Filipinas a través de alianzas como la de AUKUS o la del grupo Quad.
Lo mismo ocurre con los proyectos de Raimondo en el ámbito tecnológico. Ni los chinos ni otros muchos líderes creen en las pobres explicaciones estadounidenses. Y nadie espera que lo hagan. Los únicos que debemos tragárnoslas somos los ciudadanos de EEUU.
Se supone que no debemos mirar cómo Washington provoca y desarrolla ante nuestros ojos la Segunda Guerra Fría, que tenemos que observar cómo nuestros funcionarios —razonables, constructivos y bienintencionados— hacen todos los esfuerzos posibles para hablar con los chinos frente a su obstinada reticencia a cooperar.
Esta es mi versión revisada de la cabalgata de Blinken, Yellen, Kerry y Raimondo a través del Pacífico. No son personas estúpidas, sino maliciosas. Y quizá no hace falta que lo diga, pero están haciendo que el mundo sea un lugar aún más peligroso del que ya era.
En este punto, hay dos cosas sobre las que pensar. En primer lugar, en los esfuerzos del régimen de Biden para ocultar lo que está haciendo en el otro extremo del Pacífico, que forman parte de una simple repetición de la Primera Guerra Fría, cuya historia se narra como si fuera de exclusiva responsabilidad soviética. Debemos ejecutar y defender un registro preciso para que esto no vuelva a suceder.
En segundo lugar, en la inmensa traición que esta Administración va a cometer contra los estadounidenses al atacar en el Pacífico, ya que estos se van a ver privados de numerosas oportunidades por la confrontación. Usted encontrará abundantes referencias en el discurso de Jake Sullivan sobre el resurgimiento de la clase media estadounidense, la unidad bipartidista y otros pensamientos elevados similares.
Lea el discurso y luego pregúntese: ¿Qué están haciendo los líderes de esta nación para que nuestra economía sea más competitiva? ¿Estamos redoblando los esfuerzos para educar a nuestra gente o estamos cerrando el acceso (véase la Universidad de West Virginia) a la educación en artes liberales?
¿Qué estamos haciendo para formar a los médicos y científicos necesarios para encontrar nuestro camino en el siglo XXI? ¿Qué estamos haciendo para incorporar a los desposeídos a la economía, para abordar la adicción a las drogas y el resto de nuestros males sociales? ¿Qué estamos haciendo (quiero decir en serio) para reparar y construir la infraestructura que necesitamos?
El desafío chino podría y debería entenderse como una oportunidad para reinventar a EEUU mediante una Gran Movilización de la magnitud del New Deal. Por supuesto, esta idea no es más que palabrería. En cambio, estamos sacrificando esta oportunidad histórica a favor del desarrollo militar-industrial.
Patrick Lawrence ha sido corresponsal jefe para Asia del International Herald Tribune y The New Yorker. Ha escrito para medios como The New York Times, Business Week, Time, The Washington Quarterly, Asian Arte News o World Policy Journal. Actualmente, es columnista de asuntos internacionales en The Nation. Su último libro es Time No Longer: Americans after the American Century.
Este artículo se publica en colaboración con Scheerpost.