El crucigrama taiwanés

XULIO RÍOS
Uno de los temas clave en la agenda de esa pospuesta cumbre China-Estados Unidos debería ser el de Taiwán, la “línea roja número uno”, como la describen las autoridades chinas. La falta de compromiso en el manejo de esta disputa puede condicionar de lleno las relaciones bilaterales, que justamente alcanzaron uno de sus niveles más bajos en los últimos tiempos tras la visita de la entonces presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, a la isla en agosto pasado.

En las últimas semanas, ha habido varias señales relevantes. Del lado chino, cambios de actores y discurso. Por un lado, Song Tao, anteriormente a cargo de las relaciones exteriores del PCCh, asumió la responsabilidad en la dirección de los asuntos de Taiwán en el Partido y el Estado; por otro, el anuncio de una nueva política. También gestos en el ámbito comercial como las medidas para facilitar los intercambios de alimentos o la reapertura de los contactos directos entre ambos lados del Estrecho.

Del lado estadounidense, el anuncio de una posible visita a Taipéi del relevo de Pelosi, Kevin McCarty, es un jarro de agua fría. Las declaraciones del general de cuatro estrellas y jefe del Comando de Movilidad Aérea Mike Minihan o la visita a la isla de Philip Davidson, exjefe del Comando del Pacífico de EEUU, también desentonan con cualquier deseo de calma. Si este último vaticinaba una guerra por Taiwán para 2027, el otro, guiado nada menos que por su “instinto”, la sitúa ya en 2025.

En la isla, el panorama político está marcado por los resultados de las elecciones locales del 26N, que han supuesto una gran derrota para el soberanismo, revalidada posteriormente en dos comicios parciales y a la espera del resultado de una tercera elección en marzo en el condado de Nantou. El Kuomintang (KMT) parece estar saliendo del túnel, pero como sucedió en 2018, las cosas aún pueden salirle mal, especialmente debido a los desacuerdos internos. Su estrategia frente a la división pasa por consumar un frente anti-PDP, al que podría atraer al empresario Terry Gouy, fundador de FoxConn, y quizás a Ko Wen-je, líder del Partido Popular de Taiwán.

En el poder desde 2016, el Minjindang (Partido Democrático Progresista, PDP) apura un doble escenario. Por un lado, un cambio de gobierno, ahora presidido por Chen Chien-jen, debería servir para enderezar el último tramo que queda hasta las elecciones de enero de 2024; por otro, la atracción de apoyos, redoblados a poder ser, de EEUU, Japón y algunos países europeos. En esta línea se puede interpretar el interés de hacer pública la llamada telefónica al ganador checo, Petr Pavel, de las elecciones del domingo 26 de enero, emulando la llamada con Donald Trump en 2016. Pavel fue expresidente del comité militar de la OTAN y se supone que sabe “lo que hay que hacer”. La presidenta Tsai también colocó al experimentado diplomático David Lee, hasta ahora a cargo de la secretaría general de la Oficina Presidencial, como nuevo presidente de la fundación que gestiona el operativo de las relaciones a través del Estrecho. Mantiene a Chiu Tai-san en la Comisión de Asuntos del Continente, centrando las quejas de la oposición en su nuevo segundo, Liang Wen-chieh.

Taiwán, con una superficie similar a Galicia, la vigésima primera economía del mundo, se acredita cada día más como la principal concreción territorial de la pugna geoestratégica chino-estadounidense. El papel de liderazgo de Taiwán en la disputa global sobre la fabricación de semiconductores agrega tensiones adicionales a un tira y afloja que afecta de lleno a la evolución de la guerra tecnológica en su conjunto.

Para China, que el PDP siga gobernando en Taipéi es un problema grave. Por lo tanto, tendrá mucho cuidado este año para dañar electoralmente a los soberanistas. Las opciones no son fáciles. Un exceso de presión militar o diplomática puede tener el efecto contrario. Necesita reconocer, en primer lugar, el agotamiento de cierta política y dotarla de mayor sofisticación y tal vez de menor dureza. Wang Huning, el principal ideólogo del PCCh, y Wang Yi, a cargo del grupo dirigente sobre Taiwán, están al frente de esta tarea, con la apariencia de un cambio de rumbo teórico y práctico.

Por el contrario, a EEUU le conviene el relevo de Lai Ching-te, llamado a liderar el PDP en las próximas elecciones, quien se definió a sí mismo como “un trabajador pragmático por la independencia”. Aunque las relaciones de Washington con los nacionalistas del KMT y su entorno no son malas, no se pasa por alto en la Casa Blanca que durante el mandato de Ma Ying-jeou (2008-2006) se firmaron 23 acuerdos entre Beijing y Taipéi. El exvicepresidente del KMT, Lien Chan, dice en sus memorias publicadas recientemente que Washington obligó a Ma a abandonar su idea de mantener conversaciones con China continental sobre un acuerdo de paz a través del Estrecho.

En la estrategia de confrontación ascendente promovida por algunos, la paz se asemeja a un obstáculo.

Xulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China.

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