Palestina: resistir o morir

DANIEL SEIXO

Palestina nunca fue un desierto deshabitado, ni una tierra sin pueblo o un espacio vacío en el mapamundi a la espera de su próximo conquistador. La historia de Palestina, no comienza con la colonización judía, ni existe una disputa por el territorio más allá de la resistencia árabe a la ocupación sionista. Tan solo alejándonos firmemente de las falacias de la propaganda y la burda manipulación de la historia, llevada a cabo con total impunidad durante las últimas décadas por los grupos de presión sionistas, lograremos entender la situación de Palestina como lo que realmente es: el intento de colonización y desplazamiento forzado de la población nativa por parte del ente sionista de Israel.

Imaginen perder su hogar, su nación y su vida. Imaginen nacer en una tierra ocupada y ser la presa diaria de un soldado israelí. Imaginen la fuerza de voluntad y la rebeldía de un pueblo que decide resistir año tras año ante un ejército dispuesto a conquistar la tierra que durante incontables generaciones les pertenece. Imaginen anteponer la dignidad de la resistencia al dolor y la muerte diarios, negándose a vivir de rodillas o abandonar sus hogares. Imaginen el valor de una causa justa silenciada por el murmullo de la indiferencia. Tan solo entonces, comenzarán a poder comprender mínimamente la causa Palestina.

No nos engañemos. Desde la decisión tomada unilateralmente por la comunidad judía en mayo de 1948, declarando la creación del estado de Israel, la única alternativa posible para el sionismo en Palestina se dibujaba en la guerra total, el desplazamiento forzoso y el genocidio de la población árabe y musulmana, que había estado ligada a esa tierra de una forma venturosa al menos desde mediados del Siglo VII.

La cómplice ambigüedad británica, potencia colonizadora tras el Tratado de Sykes-Picot, había permitido la creación de pequeños grupos de colonos sionistas, organizados en firmes estructuras paramilitares encargadas de imponer sus términos bajo la amenaza del terrorismo. Una estrategia de violencia política ejercida no solo contra la población palestina, sino también contra los propios intereses del mandato británico. Apoyados por los Estados Unidos y ante la complicidad de una Europa deseosa de perder de vista al mayor número de judíos, logrando con ello librarse de algún modo de los fantasmas y responsabilidades surgidos de la IIGM, la futura Israel nació como una nueva empresa colonialista. Una aventura cimentada en el ruido de los fusiles, el supremacismo racial y una especie de guerra santa, que no era más que la oportuna máscara que permitiría ocultar los intereses imperialistas en la región bajo una narrativa fundamentalista y la amenaza del terrorismo.

Durante la iniciática guerra de 1948, tendría lugar lo que la población palestina denomina como la Nakba, la catástrofe. El ejército sionista emprendió abiertamente una decidida acción colonizadora destinada a lograr la expulsión de más de la mitad de la población árabe y la destrucción de gran parte de sus aldeas y ciudades. Durante las operaciones militares, cerca de 750.000 palestinos se verían forzados a abandonar sus hogares ante la amenaza y la intimidación de las tropas sionistas. En apenas unos meses, se destruirían más de 500 aldeas y en los principales asentamientos barrios urbanos enteros serían vaciados ante la amenaza de los cercos militares destinados a perseguir y ejecutar cualquier atisbo de resistencia entre la población local. Mediante la tortura, la violación, la internación en campos de concentración o directamente el asesinato sumario, el Ejército sionista derrotaría a una resistencia árabe apenas preparada para el combate y lograría de este modo el objetivo de expulsar a la población palestina, creando un espacio vital para sus propios planes de ocupación del territorio.

Tras el conocido como conflicto árabe-israelí, la estrategia de expansión sionista, basada en el paulatino desplazamiento de la población local y la limpieza étnica contra cualquier foco de resistencia, seguiría su curso ocultando, bajo cínicas ofertas de paz o infructuosas negociaciones, el proyecto de colonización estructurado por los sionistas europeos para la construcción de un «Estado-nación» profundamente fundamentalista sobre territorio palestino. En nombre del sufrimiento de la población judía a manos del régimen nazi, el sionismo pretendía apropiarse de este modo de un sentimiento religioso compartido, con el único objetivo de establecer un proyecto colonialista basado en el exterminio de la totalidad de la población indígena, que previamente ya había sido deshumanizada mediante la propaganda sionista, con la intención de facilitar en la medida de lo posible la empresa genocida indispensable para la consecución del estado de Israel.

Tras los eventos que tienen lugar en 1948, el ente sionista asimila de una forma particularmente fundamentalista el mensaje de que, pese a las tímidas protestas de la comunidad internacional y a la leve resistencia armada de los gobiernos árabes, la victoria en el campo de batalla le ha concedido una legitimidad incontestable para impregnar el criminal colonialismo europeo sobre la estrella de David, impurificando de este modo un símbolo común de los judíos con el único objetivo de llevar a cabo sobre territorio palestino la misma estrategia de amenaza, desplazamiento y abierto genocidio que poco antes las potencias colonialistas habían implementado sobre las poblaciones del Sur global.

La limpieza étnica israelí sobre la población palestina adoptaría a lo largo del tiempo formas y estrategias muy diferentes, pero la idea del desplazamiento y la desaparición de la población nativa estaría firmemente marcada a lo largo de los años en la propia necesidad de supervivencia del estado de Israel. La segregación, la destrucción sistemática del tejido productivo local y la creación de guetos árabes desconectados entre sí por asentamientos militarizados sionistas, estructurará los restos de la Palestina «no ocupada», como un sistema de tutelaje basado en cierta medida en el apartheid sudafricano. Hoy la población palestina afronta su futuro entre la desesperanza de la indiferencia de gran parte de los gobiernos del mundo y la convicción de que la victoria reside en la firme determinación de un pueblo que decide resistir ante la barbarie.

Yenín

El reciente asesinato de nueve palestinos en Yenín, al norte de la Cisjordania ocupada, eleva a más de treinta los fallecidos a manos del ejército sionista en este 2023, un macabro balance de más de un ciudadano palestino asesinado al día durante el mes de enero. Entre estos asesinados a sangre fría, podemos encontrar el nombre de numerosos ancianos y también niños.

La incursión a gran escala contra este campo de refugiados, comenzaba de madrugada mediante el uso de decenas de vehículos blindados y francotiradores incrustados en las Fuerzas de Defensa Israelís. Con la perenne excusa de neutralizar la amenaza terrorista palestina, la operación militar sionista claramente pretendía avivar las llamas del enfrentamiento con el objetivo de lograr provocar una respuesta palestina a la inusitada violencia sionista, que pudiese permitir a Tel Aviv lanzar una segunda fase ofensiva de mayor dureza, con la intención de disuadir a parte de la población local que todavía resiste, negándose a abandonar sus hogares.

Para que la población palestina abandone el territorio que todavía a día de hoy el «estado de Israel» ansía de forma infructuosa, el sionismo precisa forzar una respuesta armada por parte de la población palestina. Solo mediante la alusión a la legítima defensa frente a la resistencia palestina, Israel puede mantener frente a al exterior una débil mascarada de uso legítimo de la fuerza. Y es aquí donde la complicidad occidental y la indiferencia de parte de la comunidad internacional, juega un papel ciertamente mezquino.

La respuesta violenta por parte de desesperados jóvenes palestinos frente a la barbarie sionista, no se enmarca de modo alguno bajo la definición de terrorismo. A imagen y semejanza de la resistencia argelina frente al ocupante francés o la determinación vietnamita frente al agresor estadounidense, las acciones violentas del pueblo palestino, como respuesta a las incursiones sionistas en sus poblaciones, no pueden ser catalogadas de otro modo que no sea como un acto de digna y justificada resistencia frente a su colonizador. La lucha del pueblo palestino contra la ocupación y el desplazamiento forzado de su población, responde a un eje de resistencia moralmente similar al que los propios judíos europeos ejercieron en su momento frente a la barbarie nazi. Identificando de este modo de forma evidente al sionismo como el único agresor.

Hemos de recordar, llegados a este punto, que ha sido la propia entidad sionista la que históricamente ha situado a su propia población civil como parte integrante de su propio proyecto colonial y la empresa genocida emparejada al mismo. La proliferación de asentamientos militarizados, el uso de los colonos sionistas como punta de lanza destinada a intimidar a la población árabe con el único objetivo de que abandonen sus hogares mediante la violencia armada o el sabotaje de sus sectores productivos y la impunidad de las atrocidades cometidas durante los repetidos pogromos contra la población palestina, que incluso llegan a cobrarse la vida de criaturas como Ali Dawabsha, de 18 meses de vida, hacen que desde un compromiso antiimperialista y la búsqueda de la resolución definitiva de este conflicto, no podamos sino contemplar y analizar los actos de la resistencia palestina del mismo modo que lo haríamos con las acciones del Ejército de Liberación Nacional (ELN) durante la Guerra de Independencia de Argelia o los operativos del vietcong durante la Guerra por la liberación de Vietnam.

No existe espacio para la comprensión entre colonizador y colonizado, ni tregua o pacto posible para quienes históricamente han comprobado como las ambiciones territoriales sionistas únicamente pueden concretarse de forma definitiva mediante el paulatino establecimiento de un estado judío sobre territorio palestino. El desplazamiento forzado de la población árabe y el recurso de la limpieza étnica ante cualquier atisbo de resistencia demuestra que, lejos de la narrativa de la negociación o la búsqueda de una solución pacífica mostrada cínicamente por Israel ante el mundo, nunca ha existido posibilidad alguna de convivencia bajo la solución de los dos estados. Este espejismo, nunca ha sido otra cosa que un engaño elaborado e implementado para evitar la presión internacional, mientras las tropas sionistas y la proyección de los asentamientos ilegales, imponían la cruenta realidad de un genocidio por etapas sobre el pueblo palestino.

Tan solo la absoluta erradicación del proyecto colonialista sionista en el territorio palestino y la reparación del daño causado por la población israelí contra la población árabe, puede abrir la puerta a una solución pacífica bajo la bandera de un estado palestino que abarque la totalidad de su territorio histórico. Mientras tanto, exigir el fin de la resistencia o el cese del uso de la violencia como legítima defensa contra su colonizador por parte del pueblo palestino, no es otra cosa que ponerse del lado del agresor frente al agredido. Solo el apoyo frontal y decidido a la causa palestina, puede evitar la consecución de un genocidio por parte del ente sionista.

Daniel Seixo es sociólogo y periodista.

 

DANIEL SEIXO

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