Palestinos, cerca de la deportación, lejos del estado

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

A fines de enero, el ministro de Exteriores británico, David Cameron, informó de que el Reino Unido y sus aliados están considerando dar un empuje a un eventual estado palestino, una declaración insólita en los tiempos que corren para un ministro de ese país. En el mismo sentido se había expresado unos días antes el presidente Joe Biden, y también el representante de la política exterior europea, Josep Borrell.

Inmediatamente, el diario Maariv de Tel Aviv filtró que Benjamín Netanyahu no descarta que, al final de un largo proceso, Israel reconozca un estado palestino desmilitarizado en la Franja de Gaza y en las zonas de Cisjordania donde no hay asentamientos judíos. Pero ese vago proceso sólo adquiere su significado pleno si se considera que en noviembre hay elecciones en Estados Unidos y el resultado es incierto.

La intervención de Netanyahu está envenenada desde sus orígenes, pues las florecientes colonias judías ocupan la mayor parte de Cisjordania y si Israel se queda con ellas, la viabilidad de un estado palestino es nula. Además, los palestinos nunca aceptarán una propuesta semejante y Netanyahu lo sabe, de ahí que no le importe hacerla.

Con las elecciones americanas a la vista, Biden no puede jugar con fuego. La enorme fuerza de los lobbies judíos siempre se ha traducido en la imposición de decisiones en la política exterior de Estados Unidos. No solo cuando gobierna el partido republicano, sino también cuando el inquilino de la Casa Blanca es un demócrata, como en el caso que todavía nos ocupa.

La oferta que Netanyahu filtró al Maariv no tiene la menor trascendencia; en primer lugar, porque es inaceptable para los palestinos, y en segundo lugar, porque es temporalmente ambigua y no le compromete a nada concreto en un futuro razonable, mientras las colonias judías siguen creciendo día a día y a un buen ritmo.

Tal como parecen verlo Cameron, Borrell y Biden, la operación de Hamás del 7 de octubre abre la posibilidad de resolver el centenario conflicto, pero eso es justamente lo opuesto a la reacción de Netanyahu. Existe, sí, una manera de resolver el conflicto: obligar a Israel por la fuerza a cumplir las resoluciones internacionales, amenazando con sanciones, algo que no va a ocurrir por la sencilla razón de que todavía no ha nacido quien se atreva a ponerle el cascabel al gato.

Paralelamente al imposible estado palestino, está la cuestión de la deportación forzada de la población palestina, una idea que no es nueva, pero que ha cobrado un inusitado interés para los socios hipernacionalistas y religiosos de Netanyahu. Incluso para los ministros del Likud, que a fines de enero participaron en una conferencia que se celebró en Jerusalén para planear la repoblación de la Franja de Gaza con colonos judíos, colonos que Ariel Sharon sacó en 2005.

El primer paso para la repoblación judía consiste en vaciar total o parcialmente la Franja de población palestina, algo que ya está haciendo el ejército siguiendo las instrucciones de los líderes políticos. Los militares han empujado a más de la mitad de la población hacia la frontera con Egipto, y allí hay ahora mismo cerca de un millón y medio de personas aguardando a lo que se decida hacer con ellas. De momento, Egipto no abre la frontera, pero llegado el caso, si el ejército israelí sigue empujando, la deportación podría ser inevitable. Quizá no afectará a toda la población de Gaza, pero sí a una buena parte de ella.

Este es el contexto antagónico que tenemos a día de hoy. Por un lado, los líderes occidentales hablan de un estado palestino, mientras que Netanyahu pone unas condiciones que lo hacen inviable. Y por otro lado, tenemos a gran parte de la población de Gaza apretujada contra la frontera egipcia. Quizás la administración Biden no dé a Netanyahu la luz verde para proceder con la deportación masiva, pero un gobierno republicano, por ejemplo de Donald Trump, no tendría ninguna dificultad de dar la luz verde que ansían el primer ministro de Israel y sus aliados.

Eugenio García Gascón ha sido corresponsal en Jerusalén 29 años. Es premio de periodismo Cirilo Rodríguez.

 

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